Miguel Javier Urmeneta Ajarnaute constituye uno de los personajes centrales en la historia navarra del siglo XX. Resulta complicado encasillar su poliédrica y singular biografía en un perfil determinado, de ahí que sorprenda la trivialidad con la que algunas personas se han acercado estos días a su figura. Luces y sombras acompañan a una trayectoria vital que tampoco puede dar pie a una hagiografía simplista y edulcorada cuando, en vísperas de su centenario, disponemos de una distancia temporal lo suficientemente amplia como para poder reconstruir su historia, a lo que habremos de unir la inmensa fortuna de contar con sus propias Memorias, auténtica joya literaria editada por Pamiela en dos tomos.
A tenor de lo leído y escuchado estos días, parece que cada uno tiene su Urmeneta particular, en el que se condensan filias y fobias. Pero, ¿con qué Urmeneta nos quedamos?, ¿con el joven nacionalista vasco que estudió Derecho en Salamanca?, ¿con el voluntario requeté?, ¿con el militar que luchó en el frente ruso con la División Azul?, ¿con el impulsor de la industrialización navarra?, ¿con el alcalde que se enfrentó a los canónigos, con amenaza de excomunión del obispo, para evitar que construyeran los pisos de la calle Dormitalería?, ¿con el que otorgó a la Universidad de Navarra los terrenos del campus?, ¿con el académico correspondiente de Euskaltzaindia?, ¿con el impulsor del euskera en los difíciles años del franquismo?, ¿con el que recuperó la Ciudadela para la ciudad?, ¿con el que se afanó por llevar la cultura y unos modernos servicios sociales a los barrios “proletarios” de Pamplona?, ¿con el que renunció hasta en dos ocasiones a ser ministro y a tantos suculentos consejos de administración?, ¿con el que apoyó a los huelguistas de Potasas de Navarra y no dudó en pagar de su bolsillo parte de la fianza que les impusieron acusados de delito de sedición?, ¿con el que pretendió cambiar Navarra a través del Frente Navarro Independiente desde un socialismo que derrochaba utopía?, ¿con el Urmeneta artista que vendió en dos días los 64 dibujos y acuarelas de una exposición en 1972, cuyos fondos los entregó íntegramente al poblado de Santa Lucía?, ¿con el que consiguió los locales de Navarrería para Eguzki Irratia?, ¿con el presidente de Euskalerria Irratia elegido por unanimidad por los veinte socios fundadores de la emisora y artífice de los primeros pasos para la legalización de la misma?, ¿con el Urmeneta que apoyó a los dantzaris del Ayuntamiento cuando se les prohibió llevar la ikurriña en sus actuaciones oficiales? Sin duda, su mosaico queda incompleto si no lo componemos uniendo todas las teselas.
Tracemos una biografía somera: nació en Pamplona un 26 de noviembre de 1915, en plena guerra europea. Nacionalista vasco en su juventud, hizo campaña a favor del Estatuto vasco-navarro, y perteneció a la Asociación de Estudiantes Vascos. El día de Santo Tomás de Aquino, patrón de los estudiantes, acudían sus miembros en comitiva a la iglesia de San Nicolás, abanderados por un joven Miguel Javier portador de la ikurriña. Años después le sorprendió la guerra siendo estudiante de último curso de Derecho y el mayor de doce hermanos. Como tantos otros nacionalistas, las circunstancias le obligaron a alistarse al requeté, en el Tercio del Rey, aunque bajo la condición de no ir al frente del Norte. Su padre, Ataulfo Urmeneta Cidriáin, era un nacionalista significado; había sido director de La Voz de Navarra, y sobre él pendían graves acusaciones que hacían presagiar lo peor. Un hermano de Ataulfo, Aníbal, había sido presidente del Euzkadi Buru Batzar, y otros hermanos, Umbelino, Moisés y Otilia, también estaban muy involucrados en el partido jeltzale. Miguel Javier Urmeneta nunca abandonó su querencia por la cultura vasca y por el euskera, como quedó evidenciado en su práctica política desde que tuvo ocasión, en momentos bien difíciles y con resultados tan sorprendentes como en el primer lustro de los cincuenta, cuando con Estanis Aranzadi, Luis Arellano y otros, se dirigieron al presidente de la Diputación solicitándole la creación, dentro de la Institución Príncipe de Viana, de una Sección para el Fomento del Vascuence-Euskeraren Aldeko Saila -con esta denominación bilingüe-, puesta en marcha en 1957 bajo la dirección del médico iruñés Pedro Díez de Ulzurrun Etxarte.
En su periplo militar llegó a capitán de Infantería y jefe de batallón. Cursó luego estudios en las Academias Militares de Guadalajara y Zaragoza. Durante la Segunda Guerra Mundial se alistó en la División Azul y estuvo en el frente ruso de Novgorod. De vuelta a España se diplomó en Alto Estado Mayor (1944), continuó en la milicia y colaboró muy estrechamente con el general Muñoz Grandes, futuro vicepresidente del Gobierno de Francisco Franco. Muñoz Grandes lo envió a la Escuela de Estado Mayor del Ejército norteamericano en Fort Cleveland, en la que se diplomó un año después, y de donde pasó a la Escuela del Estado Mayor de Fort Leavenworth, en Kansas. Fueron años de grandes amistades con militares de alta graduación de todo el mundo.
La década de los cincuenta marcó un cambio en su actividad profesional, ya que siendo en esos momentos comandante de Estado Mayor, la muerte de su padre, director general de la Caja de Ahorros Municipal, le llevó a regresar con su familia, y a postularse a sí mismo para hacerse cargo de la entidad financiera (1954). Desarrolló desde esta responsabilidad una gran labor de expansión (numerosas sucursales en Pamplona y Navarra, construcción de la nueva sede central), y de acción social, con actuaciones como la promoción de Cooperativas de la Vivienda, clubs deportivo-culturales (Amaya, Anaitasuna, San Juan, Txantrea, etc), salas de arte, bibliotecas de barrio, guardería, centros de jubilados y de educación especial, y la primera piscina cubierta de la ciudad. “La Caja no es para hacer millones; para eso están los bancos. Debe cumplir una función social y cultural”, dijo en alguna ocasión.
Alcaldía y Diputación
El 24 de junio de 1957 contrajo matrimonio con Conchita Ochoa. Al año siguiente fue nombrado alcalde de Pamplona, cargo que desempeñó hasta 1964, cuando rechazó ser gobernador civil de Granada por querer quedarse en Navarra. Pasó a ocupar desde entonces el cargo de diputado foral en la candidatura carlista (1964-1971). Durante esos años, la Corporación impulsó el desarrollo económico e industrial de la provincia y se firmó el Convenio con el Estado (1969). Poco después volvió al Ayuntamiento pamplonés. En el Consistorio de Iruñea dejó un legado de cuño personal en el jumelage con Baiona, la urbanización y construcción de buena parte de los barrios de Santa Marta, Santa María la Real, San Juan e Iturrama, la compra para el Ayuntamiento de los terrenos del Plan Sur, el campo de entrenamiento de Osasuna, el campus de la Universidad de Navarra, toda una nueva red de saneamiento y colectores, la repristinación del Redín y del Casco Viejo, el controvertido proyecto del Hotel Tres Reyes, un nuevo parque de bomberos, la construcción del poblado de Santa Lucía o la recuperación de la Ciudadela para la ciudad.
Fracasó en su particular viraje político en el tardofranquismo y la transición. En el declive de la denominada “democracia orgánica” (familia, municipio, sindicato), se presentó a las elecciones como candidato entre los concejales “sociales”, por el tercio sindical (1973). Su candidatura fue impugnada por el Gobernador civil. El Contencioso Administrativo falló a su favor, pero los impugnantes recurrieron al Supremo, y el recurso fue aceptado por presiones de las más altas instancias. Dos años después, el alto tribunal falló a su favor, pero el objetivo había sido cumplido: apartarlo de la escena política por un tiempo, hasta que en marzo de 1976 volvió a ser elegido concejal. Ese año Adolfo Suárez le propuso ser delegado del Gobierno en el País Vasco. Urmeneta lo consultó con los partidos políticos todavía no legalizados y con diversas fuerzas vivas del país; asumiría el cargo bajo ciertas condiciones (amnistía, legalización de la ikurriña, autoridad para conceder permisos de reunión, asociación y manifestación, y su control absoluto de las fuerzas de orden público), que no fueron aceptadas por el ministro del Interior Rodolfo Martín Villa.
En las primeras elecciones al Congreso de los diputados de 1977 ocupó el quinto lugar de la candidatura del Frente Navarro Independiente (FNI), impulsada por él, y que aglutinaba a gentes provenientes de la HOAC, socialistas, carlistas y nacionalistas vascos. Jubilado en 1984, se dedicó a pintar y a escribir, aunque su dinamismo le llevó también a ingresar en el Colegio de Abogados de Pamplona, si bien su reenganche a la práctica jurídica se circunscribió a su participación en el Instituto de criminología de Navarra (Fundación Bartolomé de Carranza).
El cariño y los reconocimientos
Los honores que han precedido a la Medalla de Oro de Navarra son, asimismo, muestra de su singular periplo vital: la Cruz de Hierro al mérito militar otorgada por el ejército nazi, la presidencia de honor de la Hermandad Regional de la División Azul de Navarra, la encomienda sencilla de la Orden de Cisneros concedida por Franco (1960), la Gran Cruz del Mérito Civil otorgada también por Franco (1961), la presidencia de honor de la Armonía Txantreana (1960), la placa de Caballero Comendador de la Orden de San Gregorio Magno concedida por el papa Juan XXIII (1961), el título de Pamplonés del año en 1968 -recibiendo 20.000 votos en la campaña “Referéndum por un hombre” organizada por Radio Popular-, hijo predilecto de Marcilla (1971), donde tiene también una calle -distinción que los sucesivos consistorios de su Iruñea natal le han venido negando tozudamente-, la medalla al Mérito del Ahorro en el centenario de la CAMP (1972), primer premio del San Fermín de 1983 en monografías por su obra Crónica de los Sanfermines (1983), o el nombramiento honorífico de miembro de la pamplonesa Comparsa de Gigantes y Cabezudos (1984). Su huella fue honda, y todavía hoy, todos los 6 de julio, los reyes de la Comparsa continúan rindiéndole un sencillo homenaje en el paseo Sarasate, delante de la que fue su casa. Existe también un reconocimiento íntimo y particular entre los pamploneses que pasan de los sesenta años, relegado a lo doméstico, donde Urmeneta es rememorado por su honestidad, honradez y generosidad extrema, célebre por desprenderse de buena parte de su patrimonio personal para entregarlo a quien lo necesitara.
Hombre de inteligencia portentosa, preparación extensa, gran capacidad de trabajo, memoria prodigiosa, curiosidad innata… cualidades todas ellas que se conjugaron en un político único en Navarra. En una entrevista publicada en Navarra Hoy en 1983 se definió como liberal y proclamó sus simpatías por el nacionalismo. Subrayaba que nunca se había considerado un alcalde franquista, y que en esas funciones le había guiado un principio de rectitud, más que de lealtad. Julián Balduz dijo, con motivo del fallecimiento de Urmeneta el 12 de junio de 1988, que tuvo la oportunidad de estar en puestos institucionales en una época de falta de democracia, siendo un hombre profundamente democrático, intentando aunar esfuerzos y voluntades de quienes le rodeaban para encontrar soluciones válidas para una situación antidemocrática. Miguel Ángel Muez fue más allá en su obituario, y lo consideró “hombre de izquierdas”, a pesar “de su larga trayectoria, con innumerables acompañantes que tantas veces se han aprovechado de él” y de que “los claroscuros nos impidan ver sus intenciones”; creyó “profundamente en los hombres; su vida ha intentado ser un servicio a ellos. Unas veces lo ha conseguido más que otras, pero siempre ha dejado huellas de su generosidad y dedicación”.El autor es profesor titular de Historia del Derecho en la Universidad Pública de Navarra.
Roldán Jimeno Aranguren, profesor titular de Historia del Derecho de la Universidad Pública de Navarra
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