Un día después de las elecciones intermedias que derivaron en un triunfo mayoritario de los candidatos del Partido Republicano en ambas cámaras del Congreso de Estados Unidos, el presidente Barack Obama dijo que escucha el reclamo de quienes votaron en contra de su partido y a favor de la oposición, ponderó el avance de esta última y la convocó a trabajar por el pueblo estadunidense. A renglón seguido, el mandatario anunció que adoptará medidas unilaterales para hacer avanzar algunos de los puntos más relevantes de su programa político, en particular el tan anunciado giro en la política migratoria, y ratificó su promesa de disminuir el número de deportaciones e incrementar la seguridad fronteriza.
Más allá de las delimitaciones partidistas que terminaron por dar el control de las curules legislativas a los republicanos, lo ocurrido el pasado martes en Estados Unidos confirma que el segundo mandato de Barack Obama –con sus cuotas de inacción, tibieza y desempeño errático– ha dejado un saldo de desencanto manifiesto ante la política en general –como lo demuestra el alto nivel de abstencionismo en la jornada electoral, superior a 60 por ciento–, un claro desgaste del Partido Demócrata y un gobierno sumamente debilitado y previsiblemente inoperante durante los dos años que le restan a la actual administración, si se toma en cuenta que el Poder Legislativo de Estados Unidos, a diferencia de lo que ocurre en otros regímenes presidencialistas, como el nuestro, se caracteriza por ser un contrapeso real y efectivo a las decisiones del Ejecutivo.
Así, el revés electoral de anteayer cancela prácticamente la posibilidad de que Obama pueda emprender las reformas pendientes de su programa, particularmente la migratoria. En efecto, parece poco probable que el político afroestadunidense pueda gobernar por decreto en esa materia si se toma en cuenta que poco o nada pudo hacer durante los dos años que su partido mantuvo el control de ambas cámaras del Congreso y durante los seis que ostentó la mayoría en el Senado.
Por lo demás, cabe dudar de los ánimos reformadores de una administración que inicia su recta final con el precedente de haber realizado el mayor número de deportaciones de inmigrantes indocumentados en la historia del vecino país.
La formulación de promesas cuyo cumplimiento es por lo menos dudoso constituye una apuesta arriesgada del todavía mandatario, sobre todo por cuanto la debacle electoral de hace dos días se explica, en buena medida, por el conjunto de defecciones del gobierno estadunidense a la palabra empeñada por el propio Obama. La perspectiva de un nuevo incumplimiento a los migrantes podría resultar catastrófica no sólo para la credibilidad de este gobierno, sino también para las aspiraciones del Partido Demócrata de cara a los comicios de 2016.
En cambio, el revés sufrido por Obama y la posibilidad de que su administración quede condenada a la irrelevancia política podría traducirse en un reforzamiento de posturas conservadoras, intolerantes y belicosas que están más exacerbadas en los republicanos que en los demócratas. En suma, el triunfo del conservadurismo y el fracaso de Obama podría abrir la puerta para el arribo anticipado de una redición de la desastrosa era Bush, y ello tendría consecuencias desastrosas para Estados Unidos y también, por desgracia, para el resto del mundo.
Editorial de La Jornada (Mexico)
No hay comentarios:
Publicar un comentario