Todo es cierto: la solemne declaración de ayer de la izquierda abertzale histórica no exige la disolución de ETA porque ni cita expresamente a la banda y tampoco incluye el término condena para reprobar la violencia. Por lo demás, la oratoria quedará en simple promesa de tiempo nuevo si no se materializa en hechos, entendiendo por éstos la definitiva inclusión en los estatutos del nuevo partido de todo lo declamado en favor de la exclusividad de las vías políticas y democráticas. Sin embargo, sólo desde la ignorancia o la mala fe mayormente por cálculo electoralista puede negarse la trascendencia histórica de la puesta de escena de ayer, además de por su contenido, por la propia escenografía, por la pluralidad de segmentos del MLNV presentes en el acto también desde una perspectiva generacional.
Porque, al menos en el plano de la retórica, el anuncio de que esa nueva sigla rechazará el uso de la violencia -y la amenaza de su utilización- para el logro de objetivos políticos supone el mayor desmarque de ETA que probablemente puede esperarse de la izquierda abertzale histórica habida cuenta del anatema que representa el palabro condena para ese mundo, que además asume al fin de forma pública que "no hay cabida para forma alguna de coacción violenta" en su legítima estrategia independentista y socialista. Lo que significa tanto como que de una vez por todas cabe la fundada esperanza de que la política se imponga para siempre a la lucha armada, una circunstancia que si se hubiera producido hace cuatro años, siquiera más por la inclemencia de la ilegalidad que por una conciencia ética del daño infligido por el terrorismo, habría apuntalado las conversaciones de Loiola, a la postre dinamitadas por ETA con la bomba de la T-4.
Sin lugar a dudas, la relevancia de lo dicho ayer por Rufi Etxeberria -en su condición de líder de este movimiento con Arnaldo Otegi encarcelado- consiste en que, aplicando la lógica, ETA quedaría desprovista de base social si no renuncia a las armas antes de que el nuevo partido registre los estatutos refractarios a la violencia. En cuyo caso, ETA pasaría a un estadío de fenómeno meramente delincuencial, sin ningún otro barniz más allá de la sinrazón criminal, además de que su vigente suspensión de las actividades ofensivas sería ampliamente superada. Por eso el acto de ayer simboliza una presión desconocida sobre ETA desde el sector social más afecto a sus tesis, hasta el extremo de que si no avanzase en la misma dirección podría dar lugar a su grapización.
Un apremio el de Batasuna sobre el aparato militar que debiera ser determinante para cumplir también con la petición de los firmantes tanto del Pacto de Gernika como de la Declaración de Bruselas, que urgen un alto el fuego unilateral, permanente y verificable -y con clara determinación de irreversibilidad-, si bien todas las prevenciones deben ser pocas porque en su última entrevista ETA no renunciaba a obtener contrapartidas por el cese de su actividad y además comunicó en septiembre a sus miembros que la suspensión temporal de acciones ofensivas no era el primer paso de un proceso concatenado, al menos entonces.
Más allá de la eventual respuesta de ETA, con la escenificación de ayer la izquierda abertzale oficial emprende un camino irreversible para retornar a la legalidad. Condición básica para el cambio de ciclo en el que ya está embarcada de facto como vanguardia del MLNV y dejando a un necesario diálogo de punto final entre ETA y el Estado las cuestiones técnicas, armas y presos fundamentalmente. Un cambio de ciclo que pasa por acumular fuerzas para la conformación de un potente polo soberanista que confronte con el PNV en cuanto a modelo de sociedad y que se cargue de razones democráticas para acometer el derecho a decidir, además de para desalojar al constitucionalismo del Gobierno Vasco.
El señor ministro del Interior declaró la víspera que la reforma electoral cerrada por PSOE y PP contra Batasuna pretende que ésta no dé gato por liebre. A tenor de las proclamas de ayer en Pamplona, la izquierda abertzale tradicional irá por derecho para devolverle la pelota y dejarla en el mismísimo tejado de la Moncloa.
Víctor Goñi, en Diario de Noticias
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