lunes, 29 de noviembre de 2010

EL MALESTAR ENCUENTRA UN PUERTO DE ACOGIDA

Todas las noches electorales son de montaña rusa y en los primeros momentos del escrutinio real, una nueva forma de malestar, alejada del pleito identitario, parecía haber dejado un mensaje racista en las urnas catalanas. Por fortuna, a medida que el escrutinio avanzó, los votos del miedo y el odio desaparecieron, no sin antes dejar en el aire unas profundas notas de inquietud. La crisis económica está minando las seguridades y las esperanzas de la gente: no se puede descartar una próxima explosión irracional del malestar que ayer todavía se expresó por caminos más o menos convencionales. De todas maneras, surgiendo de las profundidades de la herida del Estatut, una facción del independentismo ha expresado su malestar transformándose en irredento y apostando por un laportismo del morro fort. Y, en el otro extremo, catalanes que antes votaban a partidos obreros han expresado su malestar siguiendo la estela de Sánchez-Camacho, que ha convertido los comicios catalanes en el laboratorio de las nuevas prácticas del PP. Rajoy puede dormir tranquilo: sabe que, en caso de necesidad, la conversión del extranjero en chivo expiatorio de la crisis funcionará de maravilla en las próximas generales. Existía la duda de si el joven Rivera, a golpe de lengua y libertad formal, conseguiría avanzar sobre el terreno del PP. Pero Camacho le ha demostrado que poner el dedo en la llaga de la inmigración es mil veces más eficaz.

Cabalgando sobre una CiU unida, ambigua y moderada, Artur Mas ha obtenido una victoria magnífica, inapelable. Todos los líderes de la federación dieron ayer muestras de haber comprendido la complejidad del voto que recogen. No es, como se decía antes, un voto prestado. Es un voto refugio. CiU se ha convertido en el puerto natural, no ya del nacionalismo que tradicionalmente le votaba, sino de los soberanistas que piensan con la cabeza; de los independentistas lúcidos, hastiados del ostentoso amateurismo de los dirigentes de ERC; de los federalistas que han descubierto desolados que no existen federalistas en España, y de los progresistas moderados que ya no soportaban por más tiempo el desbarajuste y la confusión de horizontes del tripartito. El puerto natural de la moderación catalana recoge sensibilidades muy dispares, pero unidas por un común denominador: la Catalunya central no quiere ser más una caricatura, no quiere perder más batallas, no soporta más fantasías, y exige un plan para salir del embrollo, para recuperar el rumbo. Un plan para enfrentarse a la crisis y recuperar las virtudes que hicieron de Catalunya, a pesar de las dificultades históricas, un país competente.

Antoni Puigverd (en La Vanguardia)

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