Pero hay aún otra historia, la humana, la de los que forjaron anónimamente cada lugar. Los documentos del año 1378 mencionan incluso las mujeres que trabajaban a la sombra de la iglesia arreglando el castillo de Caparroso. No son reyes, ni príncipes, ni tan siguiera nobles, son personas humildes que nacían, vivían y morían y que la historia escrita no les da cabida.
Figuraban las siguientes mujeres reparando el castillo en los registros de Comptos: La Hija de la Desana Buey, la de Domingo Ochoa, la moza del molinero, la hija de John Martíniz, la de Martín Caballos, la hija de Pascoal Carnicero, la hija de Sancho Martíniz, María Bayenda, la hija de García Gil, la hija de Domingo Resa, la moza de Pedro Miguel y la hija del Daro.
Años más tarde, decían de Caparroso los almadieros, que tras pasar el puente del río Aragón, se presentaba la imponente iglesia que dominaba el cerro y las mujeres se encontraban en el río lavando la ropa y provocando las risas de unos y otros al cruzar la almadía por esos parajes camino de Tudela, y es que el remanso del río permitía charlar y más de uno prometería volver para quedarse.
Unos y otros desaparecen: Los antiguos de Caparroso con el Barrialto en los años 60 y los otros por la presa de Yesa en la misma época. Es nuestra historia más cercana pero también más lejana. El recuerdo que aún guardan los mayores y que no somos capaces incluso de pararnos a escuchar.
De aquellas imágenes del pasado aún queda una que aguanta milagrosamente el equilibrio en sus últimos días. Una iglesia llamada el Cristo, ahora ermita pero antes defensa de los habitantes de Caparroso. Su estado de abandono propicia su desaparición, pero si analizáramos detenidamente su historia y lugar donde está ubicada, punto panorámico de gran belleza (de los pocos que quedan por la zona), dominando el río Aragón y su contorno, podríamos pensar en una recuperación del edificio para uso como lugar de encuentro cultural que guarde esa historia. Un lugar sito dentro del entorno, que bien pudiera ser un parque de disfrute para los mayores, que en días de buen tiempo sirva de paseo desde el pueblo actual al antiguo.
La cantidad económica a emplear es cuantiosa, pero si no se pelea, las ayudas, subvenciones o dineros gubernamentales no llaman a la puerta así sin más y por el contrario, su destrucción terminará con el único resto medieval que queda en Caparroso.
Es parte de la historia del pueblo y por ello es imprescindible evitar que se desmorone puesto que su último suspiro está por sellarse en pocos años. Las piedras de la bóveda se caen, sus paredes se resquebrajan y cuando caiga el tejado caerá todo. Los restos de su pasado, de su llamado Barrialto, de los almadieros, de la historia del paciente escribano se va y mientras se palpa la indiferencia en las autoridades más cercanas, las que deberían ser los primeros en pelear por su historia.
Pongo como ejemplo al ayuntamiento de Santacara que lucharon y lucharon por recuperar su torre medieval. Ahora pueden sentirse satisfechos de su restauración y el pueblo de su ayuntamiento.
Aún estamos a tiempo de recordar aquella historia, las risas de aquellas mujeres que lavaban en aguas del río Aragón y eran salpicadas por el remo de la almadía. Eran tiempos donde el pequeño detalle hacía felicidad y Caparroso sabía y cuidaba su historia.
Iñaki Sagredo, autor del libro "Navarra. Castillos que defendieron el reino". (en Diario de Noticias)
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