martes, 9 de noviembre de 2010

EL TERCER PROBLEMA

Recientemente el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) informaba que la clase política era percibida como el tercer problema tras el paro y la situación económica. No indicaba diferencias entre partidos políticos.

Estos datos reflejan el desengaño de una sociedad que percibe como problema a quienes, no hace muchos años, eran motivo de esperanza. Si bien todos los políticos no son iguales, cuando comparten interesados silencios y votos, les hace a todos cómplices activos de las decisiones que adoptan sus partidos.

Han sido varias las voces y plumas conocidas que, en diferentes medios, han valorado y opinado sobre esta dura y triste realidad, sin obtener respuesta por parte de los aludidos. Es mejor no tocarla para que no huela y que el tiempo nos acostumbre a verla.

Al final, esas opiniones quedarán reducidas a un breve espacio de tiempo o unas pocas líneas. Únicamente habrán servido para ejercitar el derecho a las migajas de la libertad de expresión, y habrán posibilitado la importante, pero ineficaz, satisfacción de haber hecho público lo que todos deberíamos manifestar si realmente pretendemos cambiarlo.

Cuando esta realidad deje de ser noticia, lo asumiremos con impotente resignación, aunque soltemos entre dientes exabruptos que los políticos nunca llegarán a oír.

La sociedad, formada por individuos, está muy bien adiestrada y apenas se preocupa por los temas sociales. Quizá solamente se preocupa de lo que consideran exclusivamente suyo, sin recapacitar que este problema de la clase política lo es. Y mucho. Quizá sea el mayor problema, puesto que las otras dos grandes preocupaciones, el paro y la economía, dependen en gran medida de las decisiones de esta clase política. Y esto sí que nos afecta, pero no a ellos; sólo a nosotros.

Lamentablemente, damos más importancia a otros temas que se encargan de proporcionarnos en los medios de comunicación, como carnaza para que debatamos sobre ellos aunque en nada nos afecten. Es la antigua táctica romana de pan y circo.

Esta clase política, de todas las tendencias, conoce, antes que nosotros, toda la información, pero solamente alza la voz ante lo que le sirve para sus intereses, que en la mayoría de los casos no coincide con las necesidades más importantes de la sociedad. Viven muy bien de nosotros, pero van en otra dirección. Carentes de ideología, aunque cada uno enarbola su bandera, utilizan la que en cada momento les interesa. Periódicamente, ponen en escena determinados temas para teatralizar sus posiciones, pero no tienen ningún reparo en ocultarnos temas y llegar a rápidos y desconocidos acuerdos cuando afecta a su bolsillo. En estos asuntos ni existe debate público ni opiniones manifiestamente encontradas. Unanimidad y silencio.

Salvo honrosas excepciones de quienes, transcurrida una etapa de dedicación intensa, se reincorporan a su anterior profesión, la mayoría se apoltrona; incluso arrastran a familiares.

A cambio de un mínimo desgaste, pero con vergonzosa comodidad, obtienen rentabilidad. Por ello, se aferran a los privilegios que les concede el puesto y no retornan a su profesión si es que alguna vez la tuvieron. Optan por esta lucrativa actividad aunque presumen de ideales de lucha por mejoras sociales; ideales que no dudan en cambiar o modificar en función de sus conveniencias o de los votos necesarios para mantenerse.

Son un tipo de personas que acceden a cargos públicos para servirse de ellos. Muchos, profesionales casi eternos de la política y asalariados de los fondos públicos, nuestros fondos. Vulgares peones muy bien pagados cuya ausencia, en la mayoría de los casos, no notaríamos.

No podemos olvidarnos de los más mediocres, cuya triste y lucrativa actividad es llevarse bien con quien dirige su partido para poder seguir levantando la mano legislatura tras legislatura, cuando acuden a las sesiones; ni tampoco ignorar a quienes, cuando deciden finalizar su larga y bien compensada etapa política, procuran buscarse acomodo, por si no hubieran tenido bastante, en puestos a los que acceden gracias a su pasado político.

Tal vez sea todo esto lo que percibe la sociedad. Aunque lícito, no es honesto ni decente. Pero no pasa nada. No les preocupa. Habrá elecciones próximamente y seguiremos viendo a quienes pretendan subirse a este carro para servirse de él y a los eternos prescindibles de cada partido tratando de seguir convenciéndonos de que siguen siendo imprescindibles otros cuatro años. Se juegan mucho y tienen que echar el resto.

Que la sociedad considere a este tipo de clase política un gran grave problema no va con ellos.

En conclusión, esta clase política, ¿es el tercer problema… o el primero?

Constantino Alfaro Cortés (en Diario de Noticias)

No hay comentarios: