domingo, 7 de noviembre de 2010

EL PAPA QUE NUNCA VINO

Llegó de blanco en la niebla. Galicia turbia, elegante, pero turbia. Príncipes de España. Príncipes de la Iglesia. Bertone-Alteza sin besar la mano de Leticia por superioridad, por pureza tal vez. Ministros de traje oscuro. Papa-Jefe-de-Estado. De verdad absoluta revestido. De infalibilidad cargado. Pontífice soberano. Vértice supremo. Cúspide inalcanzable. Pastor de banderas vaticanas. Oro crucificado en el pecho, en el báculo. Ratzinger ascendido a Benedicto. Todopoderoso. Un ballet de mitras a sus pies. A sus pies Rubalcaba, Felipe tejiendo su futuro, Leticia redimiendo su pasado. Fieles ante un encumbramiento idolátrico. Es el Papa que vino.

Llegó de blanco en la niebla. Lo trajo en volandas Alitalia. A hombros como triunfador de todos, de todo. Habló por las alturas. Volaba hacia una España de perversidad absoluta. A punto de contaminarse estaba. País anticlerical, aunque con la aportación económica estatal más alta. Con un laicismo agresivo. Despojado del cristianismo que Franco nos anunció como ángel de la muerte y nos obligó a cumplir. Como cuando la República, fusilada por un golpe de estado, pisoteada por una Iglesia que santificó como cruzada la matanza de una guerra civil. Sin pensar la connivencia del papado con el nazismo, con el fascismo, bendiciendo tiros de gracia para hacer posible el triunfo de la religión. Cardenales cómplices, Obispos cómplices, palios cómplices. España pecadora como en los años treinta. Sin arrepentirse de la homofobia, de la monarquía absoluta y absolutista que representa, de su misoginia basada en nadie sabe qué fundamentos, de su aversión a los avances científicos, de su distancia real y evidenciada de los pobres del mundo, de su condena a toda profundización en la liberación humana. Es el Papa que vino.

Llegó de blanco en la niebla. Cortejado por una gerontocracia mitrada, con un lenguaje sin raíces, palabras envasadas al vacío, sin contagio posible de existencia, sin sangre de humanidad. Condenando, recriminando, exigiendo teocentrismo, vislumbrando anticristos, impartiendo bendiciones para anular la maldición congénita que nos configura. Este es el Papa que vino.

Llegó de blanco en la niebla. Miles de miembros de seguridad, millones de euros gastados, pero recuperados, dicen los alcaldes. Visita-negocio por tanto. Geos. Francotiradores de tejados resbaladizos. Inhibidores de frecuencia. Cámaras prestadas al Papa por Belén Esteban, heroína de suburbio. Alcantarillas revisadas para que el báculo no se hunda en lodazales laicos. Anillo del pescador que nunca vimos en los mariscadores gallegos, en los percebeiros arriesgados de la costa. Anillo del pescador sin barquitos hundidos con el pan de las familias. Monarca-Jefe-de-Estado-Líder. Este es el Papa que vino.

Galicia turbia, elegante, pero turbia. Programada tal vez hasta la niebla. Para que muchos no viéramos. Tal vez Jesús iba por otra parte. Sin Alitalia. Sin seguridad blindando compromisos. Dejándose crucificar por cometer el delito de agitar las conciencias. Por no aceptar el sistema que da por sentado que tiene que haber ricos a costa de pobres, muertos a costa de vivos, bancos prestigiosos a costa del sudor hipotecado de albañiles en paro. Estábamos exigiendo que el Platero tierno y peludo no fuera papamóvil. Que las manos agrietadas de escarcha no tuvieran anillos de pescador. Que los apoyos de vidas miserables no descansaran en báculos dorados de unos pocos. Que la mujer fuera un triunfo y no una alfombra de flores momentánea. Que el dolor sucumbiera ante la vida. Que la muerte estuviera invadida de esperanza. Buscábamos la palabra creadora de libertad, de caminos, de utopías. Nunca de condena, de relámpago, de trueno. Deseábamos la poesía fundadora de existencia. Y encontramos la niebla, mucha niebla, para ocultar al Papa que no vino.
Rafael Fernando Navarro, en su blog

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