lunes, 25 de noviembre de 2013

ROLDÁN RECOBRA MEMORIA, PERO LA FAMILIA ZABALTZA CUMPLE YA 28 AÑOS ESPERANDO

El pasado domingo, en una entrevista con ``El País'', Luis Roldán realizaba una de las confesiones de la práctica de la tortura más nítidas hasta la fecha. Aludía a su etapa en Nafarroa, donde fue delegado del Gobierno español desde diciembre de 1982 a octubre de 1986: «Si no somos hipócritas, uno tiene que entender que si detienes a un señor que ha matado a 23 personas y lo interrogas y confiesa, ¿qué es lo que le ha hecho confesar? (...) ¿Alguien cree que declaran lo que declaran sin coacciones?». Y tras la admisión llegaba la apología: «¿Cuántas vidas se han salvado por confesiones de detenidos que han sido sometidos a tortura? Hablo de vidas concretas. Yo conozco algunas: vidas de jueces, de militares, de fiscales...».
Hagamos caso a Roldán y vayamos a los casos concretos. Su reivindicación de la tortura no puede dejarse en abstracto. Y en Nafarroa en aquellos años tiene un nombre muy marcado: Mikel Zabaltza. Precisamente hoy se cumplen 28 años de su desaparición, y la familia y amigos volverán a reunirse en Orbaitzeta a mediodía para recordarlo y para seguir exigiendo la verdad, como hacen cada año.
La muerte de Mikel Zabaltza nunca ha sido aclarada en los tribunales. El caso fue archivado por última vez en 2010. En una de las diligencias, hace ya muchos años, Roldán fue llamado a declarar por la juez instructora Arantxa Aginaga. Dijo no saber nada del tema. Era lo previsible porque Intxaurrondo, donde se perdió la pista del joven navarro afincado en Donostia, no pertenecía a su ámbito.
Sin embargo, Roldán sí tiene mucho que ver con la gestión del caso. Por ejemplo, fue la persona que llamó a la familia el 15 de diciembre para comunicar el hallazgo del cuerpo en las aguas del Bidasoa a su paso por Endarlatsa, en el mismo sitio en que el ministro José Barrionuevo habría predicho que aparecería. La confusa autopsia también se llevó a cabo en Nafarroa, bajo jurisdicción de Roldán. Luego dirigió la Guardia Civil durante siete años; por tanto, durante toda la fase clave de una instrucción que se topó con la ley del silencio de Intxaurrondo.
Nuevas declaraciones ya en los 90 -entre ellas las del máximo responsable del siniestro cuartel, Enrique Rodríguez Galindo- no sirvieron para identificar qué guardias civiles tuvieron en sus manos a Zabaltza. Otro instructor, Fernando Andreu, no consiguió arrancar a Galindo la composición de los llamados «grupos rojos». El entonces general se escudó en que «no se llevaba un registro, así que es imposible saberlo».
En el marco de esta investigación, el abogado de la familia, Iñigo Iruin, consiguió entrar a los calabozos de Intxaurrondo, en cuyos sótanos apareció un recipiente similar a una bañera. La conclusión del letrado fue contundente: «Hace doce años la versión oficial nos llevó a hacer una inspección ocultar en los alrededores de Endarlatsa tratando de localizar el cuerpo de Mikel Zabaltza. Hoy hemos hecho la inspección en el lugar en que realmente murió Mikel».
Volviendo a Roldán, declaró en Donostia paralelamente por el «caso Zabaltza» y por el de Lutxi Urigoitia, militante de ETA muerta por disparos de la Guardia Civil en Pasaia en 1987. En este último caso, producido cuando ya dirigía el cuerpo, no le importó reconocer que se intentaron manipular pruebas para apuntalar la tesis oficial de un enfrentamiento. Por contra, sobre Zabaltza Roldán siempre había callado.
Aunque el sumario no llegara a ningún sitio por la imposibilidad de identificar a los guardias civiles, poca gente en Euskal Herria duda hoy de que Mikel Zabaltza murió torturado. La genérica confesión actual de Luis Roldán tiene el valor de proceder de las mismas entrañas del sistema, aunque no la haya circunscrito a ningún caso concreto. Viene a ser la otra cara de la moneda de la conclusión obtenida por el agente del Cesid en Intxaurrondo Pedro Gómez Nieto en la famosa conversación en la que contaba a su responsable Juan Alberto Perote que no tenía pruebas directas, pero que sí había llegado a la conclusión de que con Zabaltza «se les ha ido la mano, se les murió».
Durante casi tres décadas, diversos testimonios indirectos ligados a Intxaurrondo han aportado indicios similares. Se añaden a la evidencia inicial de que la tesis oficial era imposible: el cuerpo apareció en una zona en la que se había buscando en vano durante semanas; el día de la supuesta huida de Zabaltza por el río nadie vio guardias civiles en la zona; el joven difícilmente podía intentar huir por el agua cuando no sabía nadar; y el primer juez instructor se preguntó «¿se puede nadar con las manos esposadas?».
Y todo ello se suma al desgarrador testimonio de quienes compartían cautiverio con el joven de 32 años. Así, su primo Manuel Mari Bizkai escuchó a Mikel «vómitos mezclados con esfuerzos, estertores de puedo y no puedo, lamentos, como gritos guturales mezclados con náuseas». Jon Arretxe oyó alaridos «tan tremendos que yo creía que era un montaje de la Guardia Civil para aterrorizarme más». Y su novia, Idoia Aierbe, también detenida, lo vio «en un cuarto muy amplio, rodeado de un gran número de guardias civiles, con la cabeza tapada por una bolsa de plástico amarilla. Más tarde llevaban una persona en una camilla tapada con una manta, con las características de Mikel. Dos guardias civiles comentaban `está muy mal'».
Roldán habla ahora de torturas justificables porque evitaban muertes. Pero Zabaltza no podía contar nada; no militaba en ETA, era solo un conductor de autobús. Quién sabe si eso le costó la vida.
Ramón Sola, en GARA (24-11-2013)

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