He aquí a Luis Roldán, un exdelegado del Gobierno roto, un exdirector de la Guardia Civil roto, un casi ministro del Interior roto, un exsocialista roto, un tipo roto, en general. Un viejo roto. Setenta años rotos. Helo aquí, roto, 20 años después de los comienzos del desastre. Nació, creció, se multiplicó y se hizo rico sin dejar de romperse, de corromperse. He aquí la metáfora central de una época rota en la que la democracia se defendía en las alcantarillas y en la que las olas de modernización producían la espuma sucia del crimen de Estado, del secuestro de Estado, de la malversación de los fondos públicos, de la financiación ilegal, de las filesas, las malesas, las time export… He aquí un expícaro roto, un hombre de Estado roto. He aquí al primer civil que dirigió la Benemérita. Dos matrimonios rotos, una salud rota, una biografía hecha pedazos. Pasen y vean, tiene algo.
—¿Usted ha sido un delincuente?
—Es evidente que fui condenado por una serie de delitos. Y sí, delinquí.
—¿Qué delitos?
—Fundamentalmente económicos. Por malversación, al apropiarme de un dinero que provenía de los fondos reservados del Estado y que a mí me entregaban mis jefes. Por cohecho, al recibir comisiones de las grandes constructoras por obras llevadas a cabo en cuarteles de la Guardia Civil. Cinco delitos fiscales, uno por ejercicio. Por defraudar a Hacienda. Por estafa y por falsedad documental.
—Se publicó que se había llevado también algún dinero del Colegio de Huérfanos de la Guardia Civil.
—Absolutamente falso. Fui investigado por ello, abrieron una investigación penal y quedó probado que no faltaba dinero y que yo no tenía participación alguna en la gestión del colegio.
—¿A cuántos años fue condenado?
—A 31.
—¿Cuántos cumplió?
—En el Derecho Penal se establecen unos límites de cumplimiento. Ese límite, en mi caso, era de 20 años, de los que redimí 5 en prisión por estudios y trabajos.
—¿Qué clase de trabajos?
—La limpieza de las instalaciones donde cumplía prisión y del lugar de los empleados.
—¿Qué estudios?
—Ciencias Políticas y de la Administración, que no terminé. En total, me quedaron 15 años, que cumplí íntegramente. No tuve tercer grado, ni libertad condicional, que suelen darla a los dos tercios o los tres cuartos de la condena. Cumplí 10 años en régimen cerrado, en Brieva, en régimen de aislamiento. Me aplicaron la normativa FIES (Fichero Internos Especial Seguridad o Seguimiento).
—¿Cómo era el lugar en el que estaba encerrado?
—Era como una nave pequeña con un pasillo central. Al lado derecho de ese pasillo había cinco celdas, de las que cuatro estaban cerradas y vacías. En el lado izquierdo había una especie deoffice,para preparar las comidas en el caso de que todas las celdas estuvieran ocupadas. Al fondo, un comedor y unas duchas. Había también una salida a un patio de unos 30 por 10 metros. Era de cemento y tenía concertinas en el techo.
—¿Cómo eran sus rutinas diarias?
—Me levantaba, me duchaba, limpiaba todo, fregaba el suelo con una fregona y luego me ponía a estudiar o a leer. Tenía un pequeño televisor en la celda, pero no veía mucho la tele. Fundamentalmente, leía y escribía.
—¿Sobre qué escribía?
—Sobre lo que leía.
—¿Y qué leía?
—Leí a Nietzsche, a Kafka, a Hanna Arendt, todo el teatro de Sartre, Derrida, Jean Améry… Leí también todo lo que conseguí sobre personas que habían sufrido largos procesos de privación de libertad, no sé, Eugenia Ginzburg , Mandelstam, Larina-Bujarina (la mujer de Bujarín), Margaret Bauer Newman. Descubrí a Walter Benjamin. Y leía mucho la Biblia, los salmos, sobre todo.
—¿La cárcel le convirtió en lector?
—No, mi madre era una gran lectora y desde pequeño me inculcó ese hábito. La cárcel coadyuvó a que me refugiara en la lectura.
—Y en esa situación estuvo 10 años.
—Sí.
—¿Veía a alguien a diario?
—Al funcionario de servicio y, hasta 2000 (ingresó en 1995), a los policías que pusieron también para vigilarme. Primero fueron dos, luego, uno.
—¿Era usted un tipo peligroso?
—Yo creo que velaban más por mi seguridad que por la de ellos.
—¿Leía la Biblia como texto literario o religioso?
—También como texto religioso.
Roldán se levanta, sale de la habitación y regresa con una Biblia pequeña:
—Esta era —dice.
El libro está lleno de señaladores intercalados entre sus páginas, hay casi tantos señaladores como páginas. En los márgenes del texto se aprecian anotaciones manuscritas y dibujos minuciosamente trazados. El trabajo del que tiene por delante más horas que actividades con las que llenarlas. La entrevista se lleva a cabo en un comedor pequeño que en otra época fue el dormitorio de Luis Roldán, pues nos encontramos en la misma casa en la que vivió de niño, y a la que regresó al salir de la cárcel, y que comparte ahora con dos gatos enormes y con su tercera mujer, Natacha. Los gatos fueron los primeros seres vivos que le hicieron compañía tras su excarcelación. Natacha es una mujer rusa a la que conoció a través de Internet y con la que luego se casó. Habla español perfectamente. Lo estudió durante su carrera, y tras la Perestroika viajó a España para ponerlo al día. Seguidora impenitente de la cultura española, sobre todo de su literatura, conoce a los clásicos y ha leído a casi todos los escritores actuales. Tiene 58 años, es ingeniera y está jubilada en Rusia.
El Luis Roldán del otro lado de la mesa es un viejo de setenta años que cada diez o quince minutos interrumpe la conversación para ir al baño (“la próstata”, dice). Toma medicinas para la próstata, para la respiración, para la tensión, para la artrosis, para combatir los brotes de psoriasis y para la ansiedad. Padece, asimismo, de una presión intraocular (“uveítis repetitiva en el ojo izquierdo”, dice él) que requiere cuidados especiales.
—¿De dónde viene todo ese cuadro?
—Son secuelas y recaídas de la época de aislamiento. En la cárcel aparecieron los problemas alérgicos respiratorios, la dermatitis, la gastritis… Pérdida de visión por no poder mirar a lo lejos, artritis… Tuve problemas psiquiátricos y depresión aguda. Tomé cantidades industriales de Valium, Prozac, Myolastan, Orfidal, Transilium, Stylnox, Lorazepan…
Al entrar en la casa, sobre el radiador del hall, hay una fotografía del antiguo director general de la Guardia Civil saludando al Rey. En la parte inferior de la imagen aparece una dedicatoria del monarca: “A Luis Roldán con afecto”. Hay más fotografías de este tipo, con el Rey, desde luego, y con Felipe González, entre otros, cada una con su dedicatoria, exhibición que le hace a uno pensar que Roldán nunca dejó de ser un hombre del sistema. La casa, de unos sesenta o setenta metros cuadrados, con cuatro habitaciones diminutas, además del cuarto de baño y la cocina, está limpia y ordenada hasta la exageración, como un cuartel bajo el mando de un temperamento obsesivo. La atmósfera es de menesterosidad, como de familia de clase media venida a menos. Hay libros en el pasillo y en las habitaciones, todos perfectamente colocados, como en posición de revista.
Luis Roldán vive en Zaragoza, ciudad en la que, por esas cosas del destino, viven también el general de la Guardia Civil Rodríguez Galindo, condenado en el año 2000 a 71 años de prisión por secuestro y asesinato, y el socialista Juan Alberto de Belloch, ministro de Justicia e Interior cuando Roldán fue detenido (previo pago) en el aeropuerto de Bangkok.
La entrevista se lleva a cabo por los mismos días en los que se cumplen 20 años de la primera noticia sobre el enriquecimiento ilícito del exdirector de la Guardia Civil, cuando estaba precisamente a punto de ser nombrado ministro de Interior por Felipe González. Meses después se produciría la huida y comenzaría la leyenda que situó al fugitivo en diversos países de América del Sur, en Angola o Sudáfrica. Dado que en Venezuela habían muerto sus abuelos, Interior envió allí policías de confianza con dinero para encontrarlo vivo o muerto, tal como le contaría al fugitivo, años después, la gente de los aparatos de Estado de Venezuela. En realidad, Roldán se encontraba aquí al lado, en París, protegido por Francisco Paesa, agente del Ministerio del Interior y traficante de armas, entre otras perlas de un currículo que está pidiendo a gritos una novela o un sumario judicial.
De los diez meses parisinos, Roldán pasó los seis primeros en el apartamento del piso número 20 de una torre desde la que veía, dice, la antena de comunicaciones de Paris-France. Un día a la semana, y como él no podía pisar la calle por razones de seguridad, aparecía en el apartamento un empleado del espía, El Sueco, que le llevaba todo cuanto pudiera necesitar y recogía la lista de la compra para la semana siguiente. En cierta ocasión, Roldán colocó unos libros en la base de la puerta de la vivienda para que no se cerrara, pues no disponía de llaves, y comenzó a bajar las escaleras con la idea de dar una vuelta a la manzana. Cuando llegó al piso diecisiete tuvo un ataque de pánico y regresó por donde había venido. A los seis meses, y por razones de seguridad, el traficante de armas lo cambió a otro piso donde gozó de mayor libertad porque el prisionero exigió, con éxito, un juego de llaves. Hablamos de la libertad de tomar un café apresurado en el bar de la esquina, siempre vigilando su espalda, para regresar angustiado a su escondrijo.
Transcurridos esos 10 meses de aislamiento, Paesa aconsejó a Roldán que desapareciera. Desaparecer significaba que le dieran por muerto. Te llevamos a Laos o a Camboya, le dijo, y te quedas a vivir allí. Eso sí, olvídate de tu mujer, de tu hijo y de todas esas historias. Si es posible, se finge tu muerte y aparece tu cuerpo por ahí. Te quedas en algún país de esos con un pasaporte argentino. Nadie te va a molestar, nadie se va a meter contigo. Yo te mando todos los meses dinero para que puedas vivir allí, 10.000, 12.000, 15.000 dólares, lo que haga falta, y te buscas una chinita que te arregle la ropa y el cuerpo.
Roldán dijo que no.
La alternativa a desaparecer era entregarse en un país desde el que solo se le pudiera extraditar por delitos que supusieran cuatro o cinco años de cárcel, de los que, con suerte, apenas cumpliría dos. Y ahí es donde se puso en marcha la farsa de la detención, pues se trató, en realidad, de una entrega, cuando no de una venta, por la que Paesa sacó 300 millones de pesetas de los fondos reservados a Belloch. Ya en el avión de regreso a España, el exdirector de la Guardia Civil empezó a sospechar que había sido víctima de un enredo. La sospecha se convertiría en certidumbre cuando la juez le enumeró la lista de cargos por la que luego sería condenado.
Periodistas que siguieron el caso de cerca mantienen que Roldán guarda todavía 10 millones de euros en el extranjero. Él asegura que se lo quitó todo Paesa. Lo cierto es que, si los tuviera, no puede comerse, a cuenta de ellos, unos percebes.
—¿Es usted creyente? —preguntamos tras cerrar la Biblia y devolvérsela.
—Tuve una época de agnosticismo, pero he vuelto un poco a… Creo en Dios, pero no en todo lo que le rodea. No voy a la Iglesia ni a misa, si es a eso a lo que se refiere.
—¿Qué visitas podía recibir en prisión?
—Cuarenta minutos los fines de semana, veinte minutos el sábado y otros veinte el domingo, a unos horarios establecidos. Podía tener un vis a vis por mes. Durante los últimos años, dado que me había separado de mi mujer y que mi madre era muy mayor para viajar, casi no disfruté de este privilegio.
—¿Y los cinco años restantes?
—Los cumplí en Zaragoza, donde iba a dormir todos los días al Centro de Inserción Social. Me dejaban salir a trabajar, pero a las nueve tenía que estar de vuelta. Ya prácticamente al final, me dejaron dormir en casa el viernes y el sábado. Todo esto hasta el 19 de marzo de 2010, en que quedó extinguida la pena.
—¿Se ha arrepentido de los delitos que cometió?
—Totalmente, totalmente, totalmente. No me explico cómo rompí con mi manera de entender la vida. Esto que digo no son palabras, viene de dentro. Aparte de los problemas de orden moral, he destrozado mi vida y la de mi familia. Vamos, es que es así. Podría decir que me sentí empujado, pero el núcleo de la culpa es mío.
—¿Ha pagado por ello?
—Sí, y como no ha pagado ningún otro en ningún sentido. Día a día, en unas condiciones muy duras de internamiento, sin ninguno de los beneficios penitenciarios que obtuvieron otros.
—¿Quiénes no pagaron?
—Me cuesta mucho dar nombres, no le deseo mal a nadie, solo le digo que el trato que recibí fue discriminatorio.
—Visto con perspectiva, ¿cree que fue, en parte, un chivo expiatorio?
—El que yo haya sido un chivo expiatorio no quiere decir que no hiciera todo lo que hice. Dicho esto, es evidente que fui un objeto, como una pelota de pimpón, entre el PP y el PSOE. Para el PP, porque le venía bien para menoscabar al PSOE. Para el PSOE, porque le convenía focalizar todo el mal en una persona.
—Cuando se corrompió, ¿tenía conciencia de estar haciéndolo?
—No reflexionas, formas parte del paisaje, de lo que ves alrededor. Haces lo que se hacía.
—¿Cuándo cobró por primera vez un sobresueldo en dinero negro procedente del erario público?
—En 1983, siendo delegado del Gobierno en Navarra. Seis millones de pesetas.
—¿Era una práctica habitual?
—Sí, era una práctica habitual.
—¿Vivían, entonces, en una atmósfera general de corrupción?
—Yo consideraba que ese sobresueldo era normal.
—¿Le parecía normal cobrar dinero negro procedente de las arcas del Estado?
—En esos momentos era la práctica habitual.
—¿Quién más cobraba?
—Los jefes de policía tenían una cantidad de 500.000 pesetas de libre disposición.
—¿Quién más?
—Que yo sepa, cobraban el gobernador civil de Madrid, el de Barcelona, los tres gobernadores vascos y yo. Lo sé porque me lo han dicho. No fue probado, pero no tiene sentido que me pagaran a mí y no a los otros.
—¿Quién le pagaba?
—Al principio, el director de la seguridad del Estado, Rafael Vera. Luego, Julián Sancristóbal.
—Este dinero, en su caso, ¿cuánto sumó?
—Veintisiete millones de pesetas.
—Posteriormente, ya como director general de la Guardia Civil, empezó a obtener dinero también por comisiones de obras en los cuarteles. ¿Recuerda cuánto dinero reunió con estas comisiones?
—No. En la sentencia quedó acreditado que el monto de las comisiones fue de unos setecientos millones de pesetas. Este dinero se dobló al colocarlo en Suiza en moneda extranjera y debido a las devaluaciones de la peseta. Hubo cuatro en un solo año.
—¿Qué fue de todo este dinero, además de las propiedades que había ido usted adquiriendo?
—Las propiedades fueron embargadas todas, unas ejecutadas por los bancos, y otras, subastadas. Las cuentas bancarias también fueron embargadas.
—¿Cuánto dinero logró salvar?
—Unos diez millones de euros.
—¿De qué manera?
—Hago un poder a un abogado suizo, y este hace las transferencias a las diversas cuentas que le indica Paesa.
—¿A partir de ese instante, todo su dinero permanece en manos de Francisco Paesa?
—En sus manos o en manos de sus testaferros.
—¿Queda entonces usted en una relación de absoluta dependencia respecto a Paesa?
—En todos los sentidos.
—¿Él se hace cargo de los gastos que conlleva su huida?
—Sí.
—¿Nunca le devolvió nada?
—Nunca.
—Ni uno.
—¿De qué vive?
—Fundamentalmente, de mi pensión de 774 euros, que me corresponden por los años que he cotizado. Y de las ayudas que ocasionalmente recibo de mis hijos. Recientemente he vendido un juego de plata que usted habrá visto aquí en otras ocasiones.
—¿Cómo logró salvar esta casa?
—Esta casa era de mis padres, pero como era hijo único la pusieron a mi nombre. Cuando embargaron todos mis bienes, embargaron también la casa y la sacaron a subasta. Eso fue en 2001. La compró mi madre y la puso a nombre de mis dos hijos pequeños. Es de ellos.
—Por lo que se refiere a la guerra sucia contra ETA, ¿tuvo alguna relación con los casos más conocidos?
—Fui llamado a declarar como imputado por el caso Lasa y Zabala.Declaré y no hubo más.
—Durante su etapa de delegado del Gobierno en Navarra, la lucha antiterrorista estaba en su apogeo. Había muchos atentados por parte de ETA y había aparecido el GAL. Todo esto le concernía de forma menos directa que cuando ocupó la Dirección General de la Guardia Civil, pero debía de ser, lógicamente, una persona muy informada. ¿Cómo era el trato a los detenidos? ¿Se torturaba de forma general, como cabe deducir de los casos de Lasa y Zabala y otros?
—En Navarra se producían detenciones y denuncias por torturas. En los manuales de ETA se indicaba cómo efectuar la denuncia en todos los casos de detención. Por otro lado, hay sentencias que confirman torturas. Bien, si no somos hipócritas, uno tiene que entender que si detienes a un señor que ha matado a 23 personas y lo interrogas y confiesa, ¿qué es lo que le ha hecho confesar? Ha habido golpes, presiones físicas que no dejan huella, pero que puedes pensar que se producen. Presiones psíquicas, también. ¿Alguien se cree que declaran lo que declaran sin coacciones?
—¿Significa esto que justifica usted la tortura?
—¿Cuántas vidas se han salvado por confesiones de detenidos que han sido sometidos a tortura? Hablo de vidas concretas. Yo conozco algunas: vidas de jueces, de militares, de fiscales…
—¿Es un sí a la tortura?
—En abstracto, desde un punto de vista intelectual, le diría que no, pero ante la tesitura de torturar a alguien cuya declaración puede salvar la vida de alguien, le diría que sí.
—Estamos hablando de una época en la que reinaba una atmósfera de corrupción general que, además de innumerables delitos económicos, incluye secuestros y crímenes por los que fueron juzgadas y condenadas personas que ocupaban puestos muy altos en el Gobierno del Estado. ¿Usted cree en la posibilidad de que el presidente Felipe González permaneciera al margen de lo que sucedía?
—Imposible.
—¿La corrupción era estructural?
—La corrupción era y es estructural.
Roldán se levanta una vez más para ir al cuarto de baño (la próstata, insiste). Lleva, en este encuentro, un jersey de pico, morado, muy gastado, y arrastra unas viejas zapatillas de andar por casa adquiridas en Rusia. Durante la conversación tortura entre sus dedos, en una especie de tic nervioso, un pañuelo de papel. Cuando está prácticamente deshecho, saca del bolsillo un paquete de kleenex y comienza a destrozar otro.
—¿Desde cuándo mantiene esa costumbre?
—¿Cuál?
—La de destrozar pañuelos de papel.
—No sé, desde siempre.
Y continúa pasando el pañuelo entre sus dedos como el que pasa las cuentas de un rosario.
—¿Qué vida hacen usted y su mujer en Zaragoza?
—Me levanto, me aseo y salimos a hacer la compra. Antes de comer damos una vuelta por la ciudad o acudimos a visitar una exposición. Por la tarde, si el tiempo es bueno, damos otra vuelta o acudimos a un acto cultural. Los miércoles, que es el día del espectador, vamos al cine. Y leemos mucho los dos. Ahora estoy con un libro de Borís Pasternak muy poco conocido. Ando metido en autores rusos raros.
—¿Se puede vivir con el importe de su pensión?
—Se asombraría usted de con lo poco que se puede vivir.
—¿Qué espera de la vida?
—Estoy agotando las últimas vendimias de la vida, me sobrevivo. Durante 10 años, la única compañía que tuve fue la nada, ahora me siento muy acompañado y querido por mi esposa y familia. Espero el final con serenidad.
Juan José Millás, en El País
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