lunes, 11 de noviembre de 2013

EL VASCO OCHOA, UN INSIGNE TAFALLÉS EN LA ARGENTINA

Los distintos movimientos migratorios, aventureros y de rechazo a guerras coloniales y leyes establecidas llevaron a la Tafalla de hace cien y más años a ver zarpar a decenas de nuestros paisanos que eligieron preferentemente el sur de América como destino.
Con motivo de un reciente viaje al cono sur tuve la ocasión de conocer la vida de uno de aquellos jóvenes tafalleses. Se trata de Gregorio Ochoa Mendía, que vio la luz en la casa y granja existente entonces en el número 50 del Camino Real, hoy avenida Severino Fernández, lugar en el que se encuentra la Residencia de San Francisco Javier (Hermanitas).
Gregorio Ochoa (25-05-1907) era el segundo de los hijos de Ceferino Ochoa, natural de Marcilla, y de Cesárea Mendía, de Tafalla, y que tuvieron otros tres hijos: Salomé, Fortunato y Paca. Gregorio trabajó con su padre, y como muchos tafalleses de la época, como cantero en aquellas explotaciones de la afamada piedra de Tafalla que visten con orgullo muchos edificios de ciudades y pueblos.
Nuestro paisano arribó al puerto de Buenos Aires el 1 de septiembre de 1926 en el barco Reina Victoria, que había partido de Barcelona casi un mes antes. Contaba con 19 años y anhelaba ver y disfrutar del nuevo mundo. Argentina seguía siendo el destino de miles y miles de emigrantes que llegaban ávidos de una nueva situación social y aventurera. En la capital porteña le esperaban su hermana mayor, Salomé, y familia.
Gregorio Ochoa se estableció en Buenos Aires, en la calle Ayacucho, en el número 900, pasando al tiempo a vivir a la bella ciudad de San Isidro, cercana a la capital, en donde participó con el histórico y prestigioso Club Atlético San Isidro -el popularmente llamado CASI- en distintos deportes. Esta entidad, de renombre en Argentina, cuenta con canchas para la práctica de paleta, tenis, rugby, bolls, hockey, golf y fútbol.
En 1927 Gregorio fue llamado para la mili española rechazando la invitación. Eran años de guerras coloniales en África y a nuestro paisano no le apetecía mucho aquello de cumplir con la llamada patria aunque de manera y formas educadas formuló la consiguiente respuesta que guarda, junto con otras notas, documentos, cartas y mil historias, su familia.
En la década de los treinta Gregorio Ochoa ya trabajaba y colaboraba en la Gure Etxea de la calle Cangallo (después General Perón) como difusor de la pelota vasca, sobre todo del share, del que fue un entusiasta, así como de otras modalidades de los deportes de su lejana y querida tierra. Posteriormente, ya en los cuarenta, cambió de residencia estableciéndose en la costa Atlántica como transportista y almacenista de material de construcción, enviando camiones y contingentes por toda la Patagonia.
En los años sesenta volvió a establecerse en la capital, Buenos Aires, poniendo su taller de artesano en el trinquete del mismo Gure Etxea, en donde siguió desarrollando, casi hasta el final de su vida en 1991, la confección de raquetas de share y pelotas para la práctica del share, paleta y mano.
Los seguidores de la pelota en Argentina confirman que si este país recogió galardones en los campeonatos mundiales fue a causa tanto del material como del afán y difusión de nuestro paisano Ochoa, quien además tejió una red de agentes y delegaciones de sus artículos en países como Cuba, México, Uruguay, Filipinas, EEUU y en el País Vasco.
Ochoa fue el único artesano vasco dedicado a esta fabricación. Empleaba como material fundamental el sauce amarillo que extraía del delta del Río de la Plata, que dejaba en remojo en agua por un par de días y luego enterrados en tierra otros tres días más. Posteriormente utilizaba un molde de madera para darle la curva necesaria y la curva definitiva. Por último, con dos tipos de hilo muy resistente practicaba el ensordado llegando a hacer 45 shares por día.
Las pelotas las fabricaba con un látex de goma que envolvía en lana y una envoltura con hilo de coser golpeándola en un molde de bronce para sellar el hilo y favorecer el bote y golpeo. Primero utilizó materiales como cuero de perro y más tarde ya utilizó el de vaca apergaminado, logrando la destreza de los pelotaris que encargaban al artesano por decenas y eran enviadas a todo el mapa pelotazale mundial.
En su vida, el amor y agradecimiento a su tierra fue destacado también por su pasión por los cuadros de dantzaris, el euskera y todo lo que se relacionara con las raíces vascas. Ese mismo sentimiento lo sembró firme en sus hijos y nietos, quienes hoy alardean y se enorgullecen del padre, abuelo y bisabuelo tafallés.
Gregorio pudo visitar su pueblo hasta en dos ocasiones; su hermana Paca vivió en la Casa de las Rejas y era parada y fonda de nuestro protagonista. Su hijo Botxa y sus nietos han tomado el relevo en sus vidas visitando Tafalla y aquel País Vasco querido que sigue siendo también su tierra, la que tanto quiso el abuelo Gregorio.
La Fundación Juan de Garay, organismo que destaca a los vascos más comprometidos con su tierra, dedica un lugar especial a Gregorio Ochoa. En Buenos Aires vive su esposa Zunilda Rooney, irlandesa de nacimiento, que pronto cumplirá los 98 años y goza de una envidiable actividad y memoria. En Maipú, a 275 kilómetros de la capital en dirección al sur, vive su hijo Norberto Botxa con su esposa Cristina Marquínez, originaria de Vitoria-Gasteiz. Son padres de cuatro hijos: Sebastián, Hernán, Javier y Ezequiel, que les han dado trece nietos. Tuvo Gregorio otro hijo, Jorge, fallecido en 1999 a los 48 años.
La familia Ochoa salió además de la Argentina por distintos lugares, tales como Barcelona, Tenerife, Segovia y Pamplona-Iruña. Hoy, la familia ha iniciado distintos contactos para recuperar afectos y recuerdos en los que sin duda estará la figura de aquel buen hombre sencillo y grande, profesional y artesano que atesoró en su vida el amor intenso a su lejana tierra vasca que él amó y siempre defendió.
José Luis Lizarbe, en La Voz de la Merindad

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