sábado, 16 de noviembre de 2013

EL MAESTRO DE AEZKOA

El fallecimiento reciente de nuestro querido Demetrio Loperena a la edad de 57 años nos ha dejado helados.Tan helados como huérfanos de su calor, de su humanismo vital, de su saber y de sus innumerables vivencias académicas, profesionales y humanas.
Quien escribe estas líneas fue alumno suyo, becario, doctorando, doctor bajo su dirección en nuestra querida Universidad del País Vasco, compañero de docencia en el Departamento de Derecho Administrativo y testigo directo de muchas de sus conferencias y logros en el ámbito internacional a través de la Corte Internacional de Arbitraje y Conciliación Ambiental, de la que fuera Secretario General el gran maestro de Aezkoa.
Más allá de su talla académica y de su paso por docenas de universidades del mundo, Demetrio Loperena nos deja un vacío tremendo en el lado humano y en la comprensión y la docencia de un Derecho destinado a resolver los problemas de las personas y las comunidades, especialmente desde el punto de vista de la protección de la naturaleza. No tengo dudas de que la reciente sentencia sobre el asunto “Prestige” le hubiera dejado estupefacto.
Desde su concepción del derecho a un medio ambiente adecuado como un derecho subjetivo, inherente a nuestro derecho a la vida, en un precioso y manejable librito iniciático a sus “Principios del Derecho Ambiental”, Loperena deja una huella casi imposible de suplir si no fuera por la proliferación de sus escritos, libros y publicaciones que han poblado los estrados de facultades, foros y reuniones internacionales hasta en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York o en las Cumbres de Río 1992 y Johannesburgo 2002, entre muchas otras en las que participó activamente.
Garralda, en Aezkoa (Nafarroa), fue su pueblo natal y su patria chica, si bien su amor por Euskal Herria le invitó a estudiar nuestras instituciones jurídicas, las vías de encuentro de nuestro pueblo, el hecho diferencial y, en particular, los Derechos Históricos en una visión dinámica y evolutiva que procuraba mirar al futuro más que al pasado de nuestras heridas y miedos.
Todo ello no le privó de una riquísima vida personal y social y así era posible encontrarle paseando por Donostia, buscando setas en nuestros hayedos, desayunando cada 6 de Julio en Pamplona con una memorable cuadrilla, viviendo la Tamborrada en Donostia o celebrando la Potxada en Lerín, junto a Iñigo, a Ana y a otra nube de amigos que le esperaban ansiosos de su compañía en el “Pipero”, a la vuelta de la calle Mayor, antes de que las vacas hicieran saltar por los aires las mesas y cazuelas.
Ha sido y seguirá siendo un jurista brillante y un hombre intenso e idealista como bien ponderaban recientemente nuestros compañeros José Manuel Castells y Edorta Cobreros. Tan idealista, no obstante, que fue pionero en la docencia del Derecho a través de internet hace unos quince años con un Master en Derecho Ambiental que nadie pudo imaginar antes y con el arbitraje y la conciliación ambiental que, años más tarde, algunos organismos internacionales han ido incorporando a sus agendas de trabajo y a sus quehaceres diarios.
En los últimos años, pese al golpe recibido por la pérdida de su esposa, la pasión por sus alumnos y la universidad le llevaron hasta el Decanato de la Facultad de Derecho, cuando la vida decidió llevárselo, como suele suceder, sin mayor explicación y en lo que ha supuesto un auténtico hachazo colectivo para muchos de nosotros.
A su paso, nos resta ese terrible vacío, pero también nos queda su legado y el cariño de sus centenares de amigos, de su esposa Ana, de su querido hijo Iñigo, de su hermano y sus hermanas, de su “aita” y “amatxi”, de Silvia y de sus alumnos que siguen escribiendo desde Oxford hasta Guatemala, pasando por la Universidad de Kagawa en Japón. “Orhiko txoria, Orhin laket”. Goian bego, gure Aezkoako maisua.
Xabier Ezeizabarrena, en El Diario Vasco

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