jueves, 22 de diciembre de 2011

NI VENCIDOS NI DESMEMORIA

Solo han pasado dos meses desde que la declaración de cese definitivo de la actividad armada de ETA causara un auténtico terremoto político y social. Las elecciones generales celebradas un mes después, el 20-N, apuntaron también hacia un nuevo escenario institucional en España y País Vasco. Se ha abierto así un nuevo ciclo que requerirá nuevas actitudes de todos.
Con el cese definitivo de la violencia de ETA se acababa la penosa situación de un amplio sector de amenazados que desvivía en el miedo; se despejaba el obstáculo para unas relaciones sociales normalizadas aunque haya temas pendientes (víctimas, memorias, presos..); se eliminaba uno de los tapones para la canalización del cambio político que Euskadi espera y se ponía fin al bloqueo político general.
Parece haber varios factores encadenados para el cese de ETA y que no cabe aislar entre sí. Sin duda, el desencadenante en el último tramo ha sido la persecución policial sobre ETA y la persecución judicial y la expulsión de la Izquierda abertzale del sistema. Pero ello sólo hubiera tenido resultados acotados sin los otros factores. En efecto, ha sido determinante la oposición social general vasca, incluida la mayoría del mundo abertzale, a las acciones de ETA. El otro dato clave fue la decisión de la Izquierda abertzale oficial de abrir, con la Declaración de Anoeta de 2004, otra etapa sin ETA y que tuvo que convertirse, a partir de 2007 -tras el atentado de la T4- en un órdago directo de Otegi y su corriente, asumir la dirección y exigir la jubilación anticipada de ETA.
Sin esos dos datos claves podían haber pasado otros 10 años de lucha armada agónica. Así que la versión de la pura victoria policial-judicial unilateral no se sostiene, aunque seguramente se habría producido en caso de continuar ETA unos años más. O sea, no hay un solo factor sino varios encadenados. Pero, en mi opinión, el factor más determinante ha sido la posición social vasca enfrentada a la violencia: el desencadenante último ha sido la dureza sin medida del Estado en todos los frentes; y el agente decisor ha sido Otegi y su corriente en el empeño de lograr mayorías internas disuasorias para ETA.
En este proceso general no ha habido 'vencedores y vencidos' sino estrategias fracasadas. Pero no sólo una, sino dos, y simultáneas. La del militarismo terrorista en el MLNV y la del empeño del Estado en ignorar y enterrar la cuestión vasca instrumentalizando a ETA contra cualquier consulta ad hoc, con lo que una guerra particular ETA-Estado se utilizaba como guión central de la relación Euskadi-Estado. El discurso de 'vencedores y vencidos' es insostenible por dos hechos: la retirada de ETA pone de nuevo a la orden del día la cuestión vasca cuando en el discurso del poder se supone que desaparecería con ella; en lugar de hundirse la corriente más afín y que la soportaba se convierte en la primera fuerza vasca en escaños. Unos vencidos victoriosos.
Se puede intentar explicar ese fenómeno de ascenso de la Izquierda abertzale y del nacionalismo en su conjunto por un síndrome de Estocolmo masivo. Pero la explicación está más bien en las sensibilidades sociales y en el hartazgo con las estrategias del avestruz de los partidos de Estado. Se ha producido así otra cosa distinta al relato mediáticamente dominante de derrota-victoria.
En el caso de ETA, más bien se trata del fracaso de la estrategia armada en todas las variantes y ensayos. La acción armada complementaria a la electoral y a la lucha de masas ha resultado un fiasco práctico, si se exceptúan los casos de Lemoiz y Leizaran.
ETA fue perdiendo el sentido tanto del contexto político como de las relaciones de fuerza reales entre Estado, sociedad y ETA. En las estrategias negociadoras siempre subía el listón más allá de lo razonable. El resultado ha sido quedarse sin listón y sin negociación, teniendo que ceder los bártulos a su izquierda política. El mayor error de ETA, tras Hipercor fue la estrategia de 'socialización del dolor' de años después (secuestros o caso Blanco). No iba contra el Estado, sino que absurdamente victimizó a la sociedad vasca entera en la expectativa de que el hartazgo aceleraría la negociación. El doble discurso de reclamar derechos conculcando otros, no era socialmente asumible.
Pero se fracasará en entender lo que ha sido ETA si se la ve como un fenómeno puramente criminal, mafioso o de fanáticos. Prácticamente en los 70 y parte de los 80 la de la izquierda abertzale fue ideología dominante en la sociedad civil, lo que quiere decir que sus valores eran compartidos.
¿Por qué ETA fue el catalizador de esa ola política ya desde finales de los 60 hasta finales de los 80? Porque simbolizó la resistencia ante la imposibilidad de ejercicio de derechos colectivos durante el franquismo, o contra la decepción de la Transición ya en democracia. Ya empezó todo mal con la amnesia y la deseducación democrática de la Transición y la ulterior versión rebajada de un estado de Derecho con muchas manchas (abusos, torturas, cierres de dos periódicos...) y déficits democráticos (suspensión de derechos electorales para un sector, imposible derecho de decisión). Esa es también parte de la Memoria oculta que ha de aflorar de forma imprescindible.
Pero a partir de ahí la Izquierda abertzale no puede justificar o minimizar una estrategia de ETA que siempre fue voluntaria: de dolor y muerte en una democracia todo lo empequeñecida que se quiera; de sociedad tomada como rehén y en estado de shock permanente; de chantaje político en claves de contra-Estado -paz por autodeterminación y territorio-... Esta es la otra parte de la Memoria que deberá recorrer sola la Izquierda abertzale, en sus dos vertientes, la política y la moral, para poder pasar de ser una comunidad anti-represiva y defensiva a una comunidad con vocación referencial y con agenda propia para el país. Necesitamos todas las memorias.
Ramón Zallo, en El Diario Vasco

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