Algunos analistas han concluido que en la reciente cumbre gubernamental sobre cambio climático de Durban se logró mantener con vida el Protocolo de Kioto, ya que la mayoría de los países firmantes han decidido darse un segundo período de compromiso, y esto es al menos un logro.
Sin embargo hay varias razones para sostener que el Protocolo de Kioto ha muerto. La primera es la razón del artillero: su objetivo principal era reducir un 5% las emisiones de los países desarrollados y esto no se cumplirá. No solo no se cumplirá porque los firmantes no alcanzaron esa meta (cosa que se veía bastante probable), sino porque varios de las más importantes naciones no son parte, o abandonaron ese convenio. Estados Unidos, Rusia, Canadá y Japón ya no adhieren a ese protocolo y en ellos están más de la mitad de las emisiones que estaban comprometidas a ser reducidas.
Y esta es una segunda razón para decir que el Protocolo de Kioto ha muerto: es un acuerdo vinculante que ya no vincula. Uno de los temas centrales de las negociaciones sobre cambio climático, desde el encuentro de Bali (2007) hasta esta cumbre en Durban, había sido la forma que adquiriría la “arquitectura legal” de un nuevo acuerdo para reducir las emisiones de gases con efecto invernadero. De hecho este tema es tan importante que se volvió la principal razón del retraso de 36 horas en la decisión de Durban.
Uno de los fuertes argumentos a favor de mantener el Protocolo de Kioto era que este era el único tratado “jurídicamente vinculante” que teníamos. Pero lo que acaba de suceder en Sudáfrica muestra que incluso bajo las obligaciones de estos tratados, hay países que se pueden desvincular. ¿Qué vida puede tener un tratado que no cumple su cometido y del que cualquiera se puede salir en cualquier momento sin castigo?
Lo que quizá podría preguntarse ahora es si la muerte del Protocolo de Kioto no ha arrastrado consigo la muerte de la propia Convención Marco del Cambio Climático. Una de las razones por las que los países en desarrollo bregaban afanosamente por lograr un segundo período de compromiso del Protocolo es que este contiene un “cortafuego” que mantiene separados los compromisos de los países desarrollados y los de los en vías de desarrollo. Sin embargo esto es un espejismo: ese cortafuegos está en la Convención. Es el texto de la Convención el que dice que los países desarrollados tienen que reducir sus emisiones y los países en desarrollo tienen derecho a aumentarlas en virtud de su necesidad de desarrollo. Es la Convención la que divide a los países en Anexo 1 y no Anexo 1.
Ahora bien, ha quedado claro en Durban, por si no se habían percatado antes, que varios países desarrollados ya no aceptan esta tesis y que no entrarán en ningún acuerdo bajo estas condiciones. Pero también se ha hecho evidente que la división entre desarrollados y en vías de desarrollo ya no alcanza para dar cuenta de los posibles arreglos con equidad. Esto quedó muy claro en particular con la última discusión entre India por un lado, y China y Brasil por otro, en uno de los últimos trasnochados plenarios en Durban.
Y es evidente que destruido este “cortafuegos” buena parte de los contenidos más importantes de la Convención de Cambio Climático se derrumban. Vale la pena también recordar que uno de los objetivos principales de este acuerdo era que los países desarrollados redujeran sus emisiones del año 2000 a las que tenían en 1990, extremo que, como puede comprobarse fácilmente, no se ha logrado.
En consecuencia podría llegar a pensarse que en Durban no solo acabamos de enterrar el Protocolo de Kioto sino también comenzamos a cavar la fosa de la propia Convención.
No puedo resistir la tentación al final de este artículo de señalar la dolorosa paradoja que nos ha puesto el destino por delante. El próximo encuentro de los países participantes en este proceso (la COP 18), se celebrará en Catar, un país “en desarrollo” cuyos ingresos dependen en un 85% de la venta de petróleo y gas y que tiene uno de los ingresos per cápita más grande del mundo: 80 mil dólares al año. ¿Es en esa próxima etapa donde debemos tener enfocadas nuestras esperanzas?
Gerardo Honty, analista en Energía y Cambio Climático (publicado por Alainet)
Sin embargo hay varias razones para sostener que el Protocolo de Kioto ha muerto. La primera es la razón del artillero: su objetivo principal era reducir un 5% las emisiones de los países desarrollados y esto no se cumplirá. No solo no se cumplirá porque los firmantes no alcanzaron esa meta (cosa que se veía bastante probable), sino porque varios de las más importantes naciones no son parte, o abandonaron ese convenio. Estados Unidos, Rusia, Canadá y Japón ya no adhieren a ese protocolo y en ellos están más de la mitad de las emisiones que estaban comprometidas a ser reducidas.
Y esta es una segunda razón para decir que el Protocolo de Kioto ha muerto: es un acuerdo vinculante que ya no vincula. Uno de los temas centrales de las negociaciones sobre cambio climático, desde el encuentro de Bali (2007) hasta esta cumbre en Durban, había sido la forma que adquiriría la “arquitectura legal” de un nuevo acuerdo para reducir las emisiones de gases con efecto invernadero. De hecho este tema es tan importante que se volvió la principal razón del retraso de 36 horas en la decisión de Durban.
Uno de los fuertes argumentos a favor de mantener el Protocolo de Kioto era que este era el único tratado “jurídicamente vinculante” que teníamos. Pero lo que acaba de suceder en Sudáfrica muestra que incluso bajo las obligaciones de estos tratados, hay países que se pueden desvincular. ¿Qué vida puede tener un tratado que no cumple su cometido y del que cualquiera se puede salir en cualquier momento sin castigo?
Lo que quizá podría preguntarse ahora es si la muerte del Protocolo de Kioto no ha arrastrado consigo la muerte de la propia Convención Marco del Cambio Climático. Una de las razones por las que los países en desarrollo bregaban afanosamente por lograr un segundo período de compromiso del Protocolo es que este contiene un “cortafuego” que mantiene separados los compromisos de los países desarrollados y los de los en vías de desarrollo. Sin embargo esto es un espejismo: ese cortafuegos está en la Convención. Es el texto de la Convención el que dice que los países desarrollados tienen que reducir sus emisiones y los países en desarrollo tienen derecho a aumentarlas en virtud de su necesidad de desarrollo. Es la Convención la que divide a los países en Anexo 1 y no Anexo 1.
Ahora bien, ha quedado claro en Durban, por si no se habían percatado antes, que varios países desarrollados ya no aceptan esta tesis y que no entrarán en ningún acuerdo bajo estas condiciones. Pero también se ha hecho evidente que la división entre desarrollados y en vías de desarrollo ya no alcanza para dar cuenta de los posibles arreglos con equidad. Esto quedó muy claro en particular con la última discusión entre India por un lado, y China y Brasil por otro, en uno de los últimos trasnochados plenarios en Durban.
Y es evidente que destruido este “cortafuegos” buena parte de los contenidos más importantes de la Convención de Cambio Climático se derrumban. Vale la pena también recordar que uno de los objetivos principales de este acuerdo era que los países desarrollados redujeran sus emisiones del año 2000 a las que tenían en 1990, extremo que, como puede comprobarse fácilmente, no se ha logrado.
En consecuencia podría llegar a pensarse que en Durban no solo acabamos de enterrar el Protocolo de Kioto sino también comenzamos a cavar la fosa de la propia Convención.
No puedo resistir la tentación al final de este artículo de señalar la dolorosa paradoja que nos ha puesto el destino por delante. El próximo encuentro de los países participantes en este proceso (la COP 18), se celebrará en Catar, un país “en desarrollo” cuyos ingresos dependen en un 85% de la venta de petróleo y gas y que tiene uno de los ingresos per cápita más grande del mundo: 80 mil dólares al año. ¿Es en esa próxima etapa donde debemos tener enfocadas nuestras esperanzas?
Gerardo Honty, analista en Energía y Cambio Climático (publicado por Alainet)
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