La iglesia de San Sebastián, importantísima para la historia de Tafalla, es todo un ejemplo de una construcción de la villa que al final, por medios legales, acaba en manos de una comunidad religiosa primero y en manos privadas después.
A inicios del siglo XV la villa ya estaba construyendo a sus expensas una capilla a San Sebastián, a mano izquierda del camino de Olite, no lejos de otra capilla, también de patronazgo municipal, dedicada a San Andrés, y que fue parroquia por algún tiempo. En marzo de 1463 la iglesia de San Sebastián, “site extra muros ville de Taffallia”, fue consagrada. En mayo de 1470, En cumplimiento de una bula papal, la villa da por fin el consentimiento para construir el Convento de San Francisco y cedió a tal fin la basílica de San Andrés.
En 1479 muere la reina Leonor y la entierran en la iglesia de los franciscanos. El enterramiento de la reina en la Iglesia del convento, desnuda de adornos y alhajas, precisamente junto a la floreciente iglesia de San Sebastián, fue origen de graves pleitos, ya que el rey y los infantes, lejos de dotar y enriquecer la fundación creada por Doña Leonor, se dedicaron por medio del cardenal don Pedro de Foix, a conseguir del Papa una bula para unir las dos iglesias contiguas, lo que al fin consiguieron contra la voluntad de todo Tafalla. Los vecinos se opusieron con todas sus fuerzas y el pleito y las discordias se alargaron durante siglos.
Para el pueblo y las autoridades de Tafalla, la bula fue como una declaración de guerra. Nada más saberse la noticia, se arma un gran revuelo en la villa, hasta el punto de que los vecinos se turnan con armas blancas en la oscuridad, para evitar que sea trasladada la imagen del santo y sus reliquias de la capilla al convento. El Concejo, entretanto, recurre en Roma la bula papal, y pide que se rasgue el documento. Nada conseguirán los tafalleses de Inocencio VIII. Con su famosa bula, este Papa dejó a la población un conflicto de más de tres siglos de duración. Empero, no fue el mayor desaguisado de este pontífice: sus biografías dicen que tuvo tres hijos con distintas mujeres; toleró que sacerdotes, obispos y cardenales tuvieran concubinas; promulgó el brutal edicto contra los judíos; mandó quemar miles de mujeres en todo Europa… Lo de Tafalla, al fin y al cabo, fue pecata minuta.
En 1491 La Cambra y el Concejo pide a los frailes “que desistan de la dicha bula e la rasguen o quemen, pa que no parezca en ningún tiempo”. Estos se niegan y proclaman sus derechos sobre San Sebastián. Eso no convenció a los tafalleses que se limitaron a responder: “Bendito Dios, cada uno prosiga con su justicia”.
Al final, la villa siguió pagando las obras y manteniendo la iglesia para no perder los derechos sobre la imagen del Patrono, lo cual supuso grandes beneficios a los franciscanos y el enfrentamiento secular con los tafalleses. En 1492 se entregan a Juan Galant cien florines, “para comienzo de la obra de Sant Sebastián”. En 1500 se da por acabada la obra.
En mayo de 1519 se hace el contrato del Convento de San Sebastián y el alcalde Charles de Vergara, con el maestro cantero Iñigo de Araiz, para ampliar el claustro del Convento. La piedra es sacada de los términos de Candaraiz, Abaco y San Cristóbal. La devoción por el Santo sigue en aumento y los tafalleses continúan dejando cuantiosas mandas, regalos de lámparas y alhajas, que hacen de la Cofradía de San Sebastián la más pudiente de todas. Estaba aún sin acabar, cuando Cisneros mandó demoler la torre “por tener aspecto de fortaleza y dominar la villa”.
Hasta tal punto los tafalleses dejaban claro que lo que donaban era para “su” patrono y no para los frailes, que hasta dejaban constancia por escrito. En enero de 1610, Ayuntamiento y pueblo acuden en procesión al convento, en agradecimiento del milagro que hizo el año anterior, trayendo la lluvia. Le llevan de regalo una lámpara de plata, de 98 onzas y media, y ésta llevaba un letrero que decía “esta lámpara tiene puesta aquí la villa de Taffalla” e incluso tenía esculpidas las armas de la villa.
El 25 de febrero de 1798, siendo alcalde Joaquín Santiago de Bayona, se levanta acta de la procesión de rogativa con la imagen del Santo Patrón a la parroquia de Santa María, que “por pesar mucho llevan entre diez y seis labradores de fuerza”. Como siempre, a los frailes sólo les permitían acompañar al santo hasta el límite jurisdiccional de Santa María, donde el clero parroquial se hacía cargo del mismo. Pero con el pretexto de arreglar a la imagen la capa de terciopelo grana que llevaba, y que se le descomponía en el trayecto, un sacristán pretendía ir a su lado. Esto era interpretado por la Ciudad como un signo de que el convento se atribuía la propiedad de la imagen. Cuando el fraile sacristán pretendió acercarse al santo, dos regidores le hicieron volver de inmediato al sitio de su comunidad. Fuera del convento, al Santo Patrono los frailes no debían tocarle un pelo. Nueve días más tarde devolvían la imagen al convento, pero el incidente acabó en los tribunales.Pedro Aldunate, guardián de los franciscanos, se quejó ante la Ciudad por el agravio causado, pidiendo que por bien de la paz, reconociese “el justo título con que posee el convento dicha imagen”. Con la acritud habitual en este tema, la Ciudad contestó que el sacristán nunca ha ido junto al Patrono, que no ignoraban el derecho de la comunidad, pero que “su bulto o imagen es propio y privativo de la misma Ciudad y como tal dispone de él despóticamente cuando se ha de sacar en procesión o se ha de hacer alguna rogativa”.
En agosto de 1809 se produce el decreto de José Napoleón I, por el que se suprimen los primeros conventos en Navarra. En total fueron 49 conventos, entre ellos los de Franciscanos y Capuchinos de Tafalla. Los tafalleses aprovechan la ocasión para coger la imagen de San Sebastián y llevarlas a “su” iglesia de Santa María. Paradójicamente, en el futuro el retorno de la imagen del Santo a la propiedad de los tafalleses va a estar unida al triunfo del liberalismo.
En 1814, con la vuelta de Fernando VII, se restauran las órdenes religiosas y los franciscanos regresan al convento de San Sebastián. Los frailes solicitan que se les devuelva el santo pero los tafalleses se hacen los sordos. Cuatro años más tarde, los franciscanos siguen solicitando al Ayuntamiento la devolución de la imagen que sigue en Santa María, adonde la llevó la Ciudad “por la ausencia que hicieron los religiosos en la pasada guerra con los franceses”. El Ayuntamiento dice que en el convento no va a estar en condiciones y nombra una comisión para pleitear con los franciscanos y conservar la imagen.
Durante el Trienio Liberal, los franciscanos vuelven a ser expulsados, pero en 1823 regresan de nuevo y vuelven a exigir la imagen. Para la mayoría antiliberal de tafalleses, es la parte amarga de la victoria: la restauración del viejo régimen supone que hay que devolver a los frailes la imagen del Patrono San Sebastián, que ya estaba bien acomodada en la parroquia de Santa María. Si legalmente pertenece al convento, moralmente e históricamente es propiedad de la ciudad, derecho al que no se ha renunciado a lo largo de tres siglos. En procesión, la imagen es devuelta. Sin embargo, la semilla del liberalismo ya está extendida, los días del convento franciscano están contados y la imagen volverá pronto a Santa María.
El 26 de agosto de 1834 llega la orden tajante del comisario Regio para la ejecución de la ley de Mendizábal sobre Órdenes Religiosas. Era el final del polémico convento de San Sebastián, marcado durante toda su historia por la tragedia y el enfrentamiento. Se hizo el inventario, se vendió lo vendible y los objetos de culto, junto a la Gloriosa Imagen, pasaron definitivamente a manos de su verdadero dueño, la ciudad de Tafalla. La imagen se colocó en el altar mayor, en el lugar que debía ocupar el sagrario de Ancheta, hasta que en 1946, por suscripción popular, se levantó su propio altar, a la izquierda del presbiterio.
En 1861 el Gobierno concede a la ciudad el convento de San Francisco, en ruinas. Los materiales se vendieron en pública subasta y la incuria del tiempo haría el resto. Tafalla perdía así otro de sus edificios góticos. En 1915 son dueños de las ruinas la familia Pérez de Ciriza, y éstos las venden a los Pasionistas para levantar sobre ellas un nuevo convento. Al año siguiente se inaugura la capilla del nuevo convento, propiedad indiscutible de los Pasionistas, hasta nuestros días.
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