El viajero se para ante la pared y, desconcertado, mira la guía de viajes que no le explica este hallazgo. Mira el mapa para ver si se ha extraviado, y sin darse cuenta ha cruzado la frontera que une Andalucía con Pirineos. Una frontera imaginaria, sin continuidad ni barreras. Ante sus ojos atónitos, descubre un viejo escudo de Navarra, esculpido entre las piedras de un puente medieval que atraviesa el Arroyo Salado, entre Nartos y Fuensanta, en Jaén.
¿Qué pinta un escudo de Navarra en la antigua comarca de Calatrava?, se pregunta el viajero. No hay referencia documentada. Una piedra es una piedra, diría el guía si lo hubiera. Tal vez saliera del paso con una respuesta improvisada, y nos llevara a la Reconquista, que tenemos el rancio discurso español metido hasta el tuétano. Sin embargo, a poco que reflexionemos caeremos en la cuenta de que es poco probable que una explicación de héroes y hazañas case con la fábrica de un puente de tránsito civil, por más que sea medieval y aquella época nos recuerde a ese tipo de empresas.
El deterioro de la piedra habla de siglos de intemperie, del frío de las heladas, el calor de mil soles, de lluvias, de tiempos perdidos en el ir y venir de las rodadas que pasaron por el puente. Todo lo que ocurre a nuestro alrededor está lleno de vicisitudes; incluso ideas como Reconquista o Cruzada son vicisitudes impuestas, circunstancias que atraviesan la historia humana con más o menos fortuna, aunque algunas tienen la mala sombra de alterar la vida de las gentes con tanta o peor malicia que las mayores desgracias. Pero para el viajero estas reflexiones son pura divagación, curiosidad suscitada por la sorpresa del encuentro insólito. El rastro de algún antiguo paisano, una pista de Navarra en el sur, completamente desnortada, o, como se suele decir, desorientada.
En cualquier caso, es difícil aventurar una interpretación, y sin duda haría falta un aburrido estudio histórico para llegar a alguna conclusión. Pero pienso que ya la sola existencia de ese vestigio da pie a remover algunas ocurrencias.
En estos tiempos en que dudamos de nuestra propia existencia y aireamos esa incertidumbre en público a través de la reciente polémica sobre el nombre de la selección vasca de fútbol (ser o no ser, que diría Hamlet), esa piedra tallada, rescatada del patrimonio simbólico de Navarra, nos dice algo irrefutable: si la población vasca se reconoce como el pueblo más viejo de Europa (y demás versiones y retóricas al uso), no lo hemos sido como Euskadi; ni tampoco como Euskal Herria. En ningún sitio ni momento de la historia.
Como en Jaén se pueden hallar referencias similares en Sicilia, en Chartres, en Aquisgrán, en catedrales, palacios oficiales, en literaturas, en muchos lugares de Europa. La presencia vasca ha dejado constancia colectiva de su paso en esas expresiones navarras. Para nosotros, para andar por casa, podemos llamarnos y vernos como nos dé la gana. Pero para el mundo, y esto es importante si aspiramos a resituarnos en él, con una presencia internacional, independiente, estatal, sólo hemos sido Navarra. El Estado vasco de Navarra.
Angel Rekalde (Nabarralde)
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