Si hoy alguien nos dijera que los Balcanes, las Antillas, Oceanía, el Cono sur o la Amazonia deberían ser Estados-nación, lo tomaríamos a risa. Los accidentes geográficos se recogen en los atlas y en las cartas de navegación; nadie los confunde –salvo la excepción de algunas islas, como Cuba- con los mapas políticos de los estados y naciones.
Los nacionalistas españoles, sí. Para ellos su nación es un accidente geográfico primero, y el basamento de su Imperio después. Su patria es una península al sur de los Pirineos que los romanos llamaron Hispania, las actuales España y Portugal, de la misma manera que llamaron Europa a la tierra delimitada por el mar, el Cáucaso y los Urales. Tierras diversas, pobladas por pueblos diferentes de variadas lenguas que convivían o se mataban. Incluso algunos, como los vascos, vivían dentro y fuera de dicha península.
Castilla dijo que no. El mismo Dios había dibujado sobre el mar una piel de toro, y sobre su perímetro estaba “su” país. (¿Y por qué piel de toro y no de burro o de conejo? ¿No decían los antiguos que Hispania significaba “país de los conejos”?). Tan cuadradito, tan perfecto, ¿cómo poner en duda que estaba hecho a su medida? La anexión de Al Andalus o de Galicia, la guerra de las Alpujarras, las conquistas de Granada o Navarra, o las sublevaciones de Cataluña, no fueron más que intentos desgarradores de un orden preestablecido por el Destino.
En 1640 Portugal se negó a ese destino y afirmó que no era el costillar de nadie. Tuvo que defenderse de las armas castellanas primero, y del desdén secular después. Levantaron una nación pequeña y digna, a la que España jamás perdonó el desgarrón de “su” vestido peninsular. Siguen igual; hace poco el periódico ABC parafraseaba a Menéndez Pelayo: “Portugal es y será tierra española, aunque permanezca independiente por edades infinitas; no es posible romper los lazos de la historia y de la raza…”. Sin embargo, hace ya cuatro siglos que en La Filomena, Lope de Vega mentaba a un portugués que todos los días daba gracias al Señor “ porque no le había hecho bestia ni castellano”.
Portugal demostró que en Hispania, como en Europa o América, caben diversos Estados. Y que los españoles tienen poca seriedad: los accidentes geográficos, incluso los que supuestamente tienen piel de toro, no otorgan derechos.
Jose Mari Esparza, en Cien razones por las que dejé de ser español
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