sábado, 10 de marzo de 2012

EL AUTOBÚS DE LA VIDA SE NIEGA A DEJAR EN TIERRA A LOS RIBEROS QUE TIENEN CÁNCER

La plataforma en defensa del autobús intrahospitalario de Tutera a Iruñea emitió un comunicado en el que aseguraba que «no es para nada un autobús triste. Se hacen chistes, se canta alguna canción, se dan recetas de cocina... pero lo que más se da es el compañerismo». Todo esto no es solo cierto, sino que se queda corto. Un viaje en el Autobús de la Vida es una verbena y un homenaje a las ganas de vivir.

Mariví conduce este autobús de 15 plazas que traslada en dos tandas (una por la mañana y otra por la tarde) a enfermos que son derivados del Hospital Reina Sofía de Tutera al Complejo Hospitalario de Iruñea. Algunos acuden al especialista, pero la gran mayoría son enfermos de cáncer que se desplazan a sesiones de quimio y, fundamentalmente, de radio.

El viaje de regreso a Tutera del viernes por la mañana arranca pasadas las 11:30, después de que Mariví repase la lista y no le falte nadie. «Aquí nos gusta cantar jotas y escuchar la radio», va explicando Puri, de Cintruénigo, mientras el Carbus de Mariví empieza a dejar atrás la capital navarra. «¡Pon Manolo Escobar, a ver si esta vez encuentra el carro!», exige un usuario desde las primeras filas. «En cuanto pasamos Imarkoain, les pongo musiquita a ver si me cantan algo», dice la conductora que, finalmente, elige el «Chacachá del tren» para comenzar la sesión. El repertorio verbenero de los cds del autobús parece escogido entre lo más granado de los casetes de gasolinera: Julio Iglesias, Escobar, Giorgie Dann... Aunque no esté a la última, todos se saben las canciones y no es raro que se arranquen con los piribipipís y porobopopós del coro de «Vamos a la playa calienta el sol».

«Tengo bacalao también, ¿eh?», dice Mariví. «Bacalao tengo yo, pero a remojo. Mañana tengo que dejar ajoarriero antes de irme», le responde Puri. Poco después, más seria, la cirbonera continúa con el relato. «Aquí nos hacemos terapia unos a otros. Nos contamos todo y aguantamos el día a día. Se forma un grupico y, después de la radio, quedamos para el café».

Cristina viaja en el autobús, pero, a diferencia del grupo principal, no tiene cáncer. Ella acude al foniatra, porque se está recuperando de un problema en las cuerdas vocales. «Si no existiera este autobús, mi pareja tendría que dejar de trabajar para llevarme. No tengo carné y es la única forma de que llegue a tiempo a la sesión que tengo los viernes», explica.

«Cuando alguno de los que está aquí tiene un bajón, todos se vuelcan en apoyarle. Es cierto que les ayuda un montón», prosigue Cristina. «Mi tía utilizó el autobús cuando padeció cáncer de mama. El último día de su tratamiento, le montaron una fiesta dentro del autobús con regalos y todo», comenta.

Le toma la palabra la conductora, para confirmar que se hacen fiestas regularmente. «Cuando alguien termina el tratamiento, que suelen ser de unas 30 sesiones y en el caso de la próstata alguna más, lo normal es que traigan unas pasticas y se tomen un café. Se vive como una fiesta y cantamos más que de normal», explica Mariví.

El autobús les ha hecho capaces de mirar y vivir con un optimismo envidiable su enfermedad. Y eso les sirve también para afrontar la amenaza de cierre del servicio con la misma entereza. «Hombre, si han quitado el autobús intrahospitalario de Estella, también pueden quitar este», dice Merche. «A muchos que lo estamos defendiendo nos quedan solo unos días para terminar el tratamiento. Pero nos da igual. No queremos que lo quiten», continúa. «Yo no necesito compañía para ir al médico, porque me han acogido muy bien aquí. Al principio tienes miedo, pero poco a poco te abres a los demás», dice Merche.

«Nadie estamos libres de tener que volver a usarlo», expone Puri, que es la más extrovertida del grupo de la mañana. «Esto en realidad no les cuesta nada. Quitándose dos almuerzos de esos que hacen los políticos, ya está pagado», sentencia.

Unos veinte minutos después, el autobús llega hasta el Reina Sofía de Tutera. Suena Julio Iglesias por los altavoces y la mayoría se baja con una sonrisa en la boca. Antes de marcharse, la conductora lanza una advertencia: «El grupo de la tarde tiene aún mejor ambiente. Como todos van a tratamiento de cáncer y no hay otras especialidades, están aún más unidos».

Cuando Mariví llega a las 14:00 horas al punto de encuentro, José, un usuario jubilado de Cortes, se sube la pernera del pantalón para pararla. «Eso sí que es jamón del bueno, de Guijuelo», le dice la conductora al abrirle la puerta. Luego Inés, también de Cortes, le deja a Mariví un disco de merengue.

«Dan muy buen servicio y tenemos mucha armonía», comienza a explicar María Pilar, que viaja con su marido de acompañante. «Mi familia quería subirme en coche, pero yo probé el autobús y ya no quise cambiar», continúa. Ahora, su pareja le acompaña dentro del autobús y, a veces, usa el coche para ayudar a otros del grupo a llegar desde sus pueblos hasta el Reina Sofía. Inés también hace de chófer para sus vecinos Juan y José. «¿Para qué quieren estos dos que venga su mujer, si ya les llevo a Tudela yo, que soy más joven?», bromea Inés.

«¡Menudas caras traen los de Pamplona! Están como mustios. Los médicos nos dicen que cuando llegamos de Tudela les traemos la alegría», dice Juan. «Yo recuerdo que una vez una médico me pidió animar a un extranjero. `¡Aquí no queremos caras largas!', le dije cuando salía de la radio. Entonces él, que estaba asustado, me regaló una sonrisa enorme», recuerda Pilar. «Van con la cabeza baja, como a un entierro», sostiene.

Una vez pasado Tafalla, comienza la sesión de chistes, que acaparan los tres de Cortes. Inés solo cuenta chistes que no sean verdes o no tengan tacos. Pero Juan disfruta con verdulerías y, a ser posible, chinchando a Lorena. Y entre risas, aparecen también afirmaciones que hielan el alma.

«Una vez, me tuvieron 120 horas conectado a una máquina para inyectarme quimio», dice José, el del jamón. «Si me dicen que tengo que ir otra vez, no sé si volvería a hacerlo», confiesa. Pilar llama a la zona de radio «el tostadero». Aunque quizá la historia más dura es la de Lorena. «Si no es por este autobús, no podría haber recibido el tratamiento. A mi marido le han operado del corazón. Tendría que llevarme en coche y se cansa. Yo vivo con su sueldo, que con la baja se ha quedado en 500 euros. Tengo una hipoteca y tengo que comer. Sin el autobús no podría tratar mi cáncer».

Dentro del Autobús de la Vida hay historias muy duras. Por eso, el viaje es un milagro, un reducto de alegría. Si no existiera, habría que inventarlo. Gran parte del éxito es de su conductora. Todos la adoran, pero ella se encoge de hombros: «Soy una simple técnica. Solo intento que estén animados».

El Autobús de la Vida solo aguantará hasta 2013 a no ser que su plataforma de apoyo consiga peso suficiente como para torcer la voluntad de la Consejería de Salud. Su presión, de momento, ya ha conseguido que la eliminación del servicio se aplace y que se haya posicionado a favor de su mantenimiento el alcalde de Tudela. Pertenece a UPN, el mismo partido que decidirá si merece la pena pagar los 100.000 euros que cuestan los viajes interhospitalarios de todo un año. La recogida de firmas la realizan usuarios, exusuarios del autobús, así como solidarios y plataformas en defensa de la sanidad pública. De forma paralela han creado una cuenta en Facebook para sumar apoyos que ya cuenta con más de 800 adhesiones. También se puede firmar digitalmente a través de la plataforma Actuable.

Aritz Intxusta, en GARA

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