sábado, 12 de noviembre de 2011

LA OVEJA QUE QUERÍA SER DIFERENTE

Sí, el mundo ha cambiado en muchos aspectos visibles, como podemos comprobar comparando fotos de distintas fechas. Pero también lo ha hecho en asuntos tan trascendentales o más, aunque menos tangibles. Han cambiado nuestras relaciones con las cosas, personas e instituciones.

En mi infancia, hace más de 50 años, las cosas en propiedad eran pocas, las opciones de consumo limitadas en cantidad y, sobre todo en gama. El aceite, el vino, el pan, o la leche eran una sola opción que bastaba citar por su nombre genérico al pedirla en el mostrador de aquella pequeña tienda que ofrecía “todo”, cuando “todo” no era gran cosa. Hoy, el consumidor contempla perplejo docenas de opciones para cada uno de esos productos básicos y, como se ha demostrado, padece estrés ante la necesidad de tomar decisiones complejas para las cosas más sencillas. La sumisión a los dictados publicitarios simplifica así la decisión que creemos nuestra y satisface nuestra necesidad de optar por “lo mejor” y de tener una identidad; la que nos aseguran en el anuncio que corresponde a quienes eligen el producto en cuestión.

La posesión de cosas por otras personas se me muestra constantemente asociada al triunfo económico o social, al placer, a la construcción de una identidad personal, a la inteligencia, a la belleza…Y, naturalmente, lo quiero todo, quiero más y no quiero ser menos, ni incluso distinto. En el fondo me aterroriza dejar de estar en el rebaño y arriesgarme a ser diferente. Pero quiero al mismo tiempo, ser simbólicamente original por matices de consumo que hagan de mí una oveja “distinta”.

La oveja con vocación de ser diferente recibe continuas advertencias sobre los lobos que deambulan más allá de los prados cercados. Comprende así que es lógico que haya cámaras por todas partes, que se guarde registro de todos sus pasos, de todos sus balidos, algún día de todos sus pensamientos, porque la seguridad (¿de los pastores?) bien lo merece.

Queridas ovejas compañeras de rebaño, hay prados más allá de la valla y puede que más verdes, pero no serán los pastores quienes nos abran la puerta, ni sus perros quienes nos cedan el paso. La vida es riesgo y la libertad tiene un coste cuya búsqueda desata la alarma del pastor, el instinto de sus perros y el temor de las ovejas.

Al menos ahora tenemos más formación, sabemos orientarnos, intuimos los valores y peligros de otros prados y sabemos que la unión del rebaño es de gran interés para aquellos que lo explotan material o psicológicamente.

¿Y si no somos en verdad ovejas?. ¿Y si fuéramos personas a las que se les hace creer que son ovejas y a las que se les han explicado reiteradamente las ventajas para su propia seguridad de ser ovejas y permanecer en rebaño dentro del prado cercado?.

La aventura de vivir conlleva riesgos. Los riesgos pueden hacer desde luego incierta y, tal vez, lamentable nuestra experiencia vital. Como casi siempre en la vida, la solución es el equilibrio entre un razonable nivel de seguridad y una saludable dosis de exploración. Hay que equilibrar la estabilidad de la sociedad con la potenciación de su progreso. No podemos pretender la sustitución repentina del sistema social actual, que es casi exclusivamente un sistema económico, pero sí podemos transformarlo gradualmente. Aunque solo fuera por la necesidad de adaptación a las consecuencias sociales del avance científico, estamos abocados a cambiar profundamente nuestra organización social. Abordemos el cambio por ser deseable y por ser necesario, pero no nos limitemos a dejar que ocurra o a permitir que nos lo cambien intereses y ambiciones ajenos.

Avancemos hacia un sistema de relaciones más rico en contenidos humanos, más propio de seres civilizados con personalidad autónoma, pastores de sí mismos. La eficacia económica hace posible bienestar y justicia, si impedimos ambiciones, avaricias y egoísmos excesivos. Nuestra vida en sociedad nos es indispensable, pero una sociedad de personas no debe ser un rebaño y toda influencia comercial, religiosa o política en esa dirección es antisocial por más que hoy sea legal.

La web está dando vida real a las asociaciones entre individuos alejados, está creando Sociedad, y haciendo posible que en la era de la masificación nos reconozcamos, nos agrupemos, actuemos como personas y ciudadanos y podamos dejar de ser ovejas o tratados como tales, si así lo queremos.

Sixto Jiménez, en Ekoberri

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