Lucía Berrozpe, de 77 años, asegura que no ha dejado de llevar flores a su padre ningún primero de noviembre desde hace más de 60 años. Desde que tenía 8 o 9 años acompañó a su madre desde Haro hasta Logroño en autobús y de ahí a pie siete kilómetros al cementerio que los franquistas improvisaron junto a un barranco en Lardero (La Rioja). Una vez allí, tres parejas de guardias civiles custodiaban las tres zanjas donde fueron enterrados 407 fusilados entre septiembre y diciembre de 1936.
Lucía continuó ayer la tradición familiar junto con sus nietas en el cementerio de La Barranca. La Asociación para la Preservación de la Memoria Histórica en La Rioja homenajeó a las viudas de negro que cada 1 de noviembre, desde la inmediata posguerra, acudieron fielmente a llorar a sus maridos desaparecidos, con la inauguración de un monumento en su honor. "En mi casa no se escondió nunca lo de mi padre. Lo hemos llevado siempre por bandera. Incluso cuando cruzábamos andando Lardero y las mujeres nos insultaban", recuerda Berrozpe.
En una situación que resultaría insólita en los años cuarenta, las viudas y las madres de los detenidos en las cárceles de Logroño que acabaron en las fosas de La Barranca como es conocido el lugar de los enterramientos acudieron a homenajear a sus muertos. Ellos representan el objetivo de la represión franquista: republicanos, sindicalistas, alcaldes y concejales de izquierdas como el abuelo socialista de Félix Caperos, regidor de Casalarreina.
"Cuando llegué a alcalde con 26 años me asomé al balcón a saludar. Al bajar se me acercó llorando un vecino a darme la enhorabuena. Me dijo que le había recordado mucho a mi abuelo, concejal también del pueblo, que se asomó al mismo balcón el 18 de julio de 1936 para tranquilizar a la gente tras el golpe porque la única radio del pueblo estaba en el Ayuntamiento", explica Caperos. "Un mes después, habían matado a todos los que se asomaron a ese balcón", añade.
El abuelo de Caperos fue trasladado a La Barranca desde una de las tres prisiones habilitadas en Logroño para la ingente cantidad de presos capturados en una zona que no tuvo frente de guerra. Los franquistas agotaron apenas en el mes de agosto la capacidad del cementerio de la capital riojana. Los represores se vieron obligados a buscar otro paraje donde hacer desaparecer a sus enemigos. Escogieron el barranco de Lardero, junto a la carretera nacional que une Logroño con Soria.
Algunos de los presos aprovecharon el traslado para intentar huir. "Hace unos años, en uno de los homenajes, hablé con un superviviente que fue en el mismo camión que mi abuelo", relata Inmaculada Sáenz González, concejala socialista de Logroño. "Me dijo que trató de convencerle de que saltara con él del camión, pero no lo hizo. Y no sobrevivió", explica la nieta de Isaías González, presidente local de UGT en 1936.
Algunos de los republicanos esperaron al último momento para intentar salvar su vida. "Cuando venía con mi madre para dejar flores me ponían una cuerda a la cintura para que bajara atada por el barranco que hay junto a las zanjas y dejara allí un ramo. Parece ser que alguno intentó huir en el propio paredón y lo remataron en el barranco", rememora Lucía Berrozpe.
El peregrinaje de las viudas de La Barranca se convirtió en un símbolo durante el franquismo y la Transición similar al que representaron las Madres de Plaza de Mayo contra los crímenes de la dictadura argentina. "Mi recuerdo de infancia de este día es el de las capas de los guardias civiles en las colinas en los días de niebla, frío y hasta nieve", recuerda René Larumbe, nieto de uno de los represaliados de Villamediana enterrados allí.
La Guardia Civil envió año tras año a La Barranca a varias parejas de agentes para que vigilaran a las viudas. Tan sólo pudieron ver el lamento familiar. El mayor conflicto por recordar a los 407 fusilados surgió cuando uno de los propietarios de los terrenos decidió cultivar habas donde reposaban los restos de los fusilados. "Cuando llegamos y vimos eso las arrancamos de cuajo", recuerda Berrozpe.
El aspecto actual de las tres zanjas es similar al que presentan los memoriales de los campos de exterminio nazis. Banderas, placas y flores de familiares recuerdan a los fallecidos desde que los familiares se hicieron con la propiedad del cementerio. "En 1976 hubo una iniciativa municipal para tratar de hacer un aparcamiento junto a las tumbas. Se lió una muy gorda porque los familiares reclamaron que cualquier medida que se tomara en el lugar fuese aprobada por ellos", explica el investigador riojano Jesús Vicente Aguirre. Aquel suceso supuso el origen como colectivo de los familiares de la lucha silenciosa de las viudas de La Barranca.
Desde entonces, aparecieron nuevas reivindicaciones. Al velatorio del Día de Todos los Santos se sumó un acto cada 1 de mayo organizado por los sindicatos y otro cada 14 de abril. La lucha de las viudas se convirtió en un ejemplo tal que la asociación recibe peticiones de familiares de represaliados en fosas de otros pueblos riojanos para trasladar los restos allí. "El último enterrado aquí es un cura de la zona, sensibilizado con la memoria histórica, que lo pidió", explica Aguirre.
"Las viudas nos enseñaron a amar y a respetar. Eran más de 400 mujeres vestidas de negro y de dignidad que venían aunque lloviera, nevara o arrecieran tiempos de represión", leyó ayer en la inauguración del monumento Francisca González, exconcejal de UCD e hija de un concejal socialista asesinado en La Barranca. "Nadie os podrá pagar el daño que os enlutó", añadió antes de abrazar a una de las mujeres de bronce del monumento José Vidaurreta, en representación de los familiares de los fusilados en Cervera.
Diego Barcala, en Público
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