Generosidad significa estar dispuesto a sacrificar algo o renunciar a ello por un bien que se considera superior o simplemente necesario. Es dejar algo mío para hacer un sitio a algo de otros o con otros. En el marco concreto de la reconciliación, generosidad quiere decir estar dispuesto a anteponer el bien y el interés general de la convivencia y la paz a la perspectiva que nos es más propia y particular. La generosidad no significa olvidar lo que pasó sino estar dispuesto a ceder –algo mío- el espacio que ocupan mis sentimientos de agravio para hacer un sitio a –algo de otros o con otros- la confianza y la esperanza en una convivencia mejor.
Un proceso de reconciliación es inevitablemente imperfecto. Generosidad es altura de miras para entender la limitación de la condición humana, la de los otros y la nuestra. La generosidad es el último recurso que nos queda para elaborar constructiva y éticamente esa imperfección. Sólo desde la magnanimidad podemos entrever la grandeza que se esconde detrás de las miserias del corazón humano. Si sólo tenemos ojos para ver lo peor, será difícil que podamos abrir paso a la reconciliación. La generosidad nos permitirá confiar mínimamente en la esperanza de lo mejor del ser humano o, tal vez, al revés, confiar y esperar en lo mejor nos permitirá ser mínimamente generosos.
Pensemos en algún caso de reconciliación que nos haya tocado vivir en el ámbito más personal. Comprobaremos que el reencuentro es imposible si no hay un esfuerzo de generosidad, si no hacemos un mínimo depósito de confianza en la persona que tenemos enfrente y si no aceptamos la realidad de esa condición humana que nos une en nuestra imperfección.
Hablando de limitaciones y de imperfecciones, miremos ahora a la Transición española. En relación al pasado, el tránsito de la dictadura a la democracia se hizo sin reconocimiento a las víctimas, ni reparación, ni castigo a los culpables, ni esclarecimiento de la verdad judicial, ni memoria crítica, ni compensaciones, ni nada por el estilo. Pese a todo, la Transición fue posible. ¿Por qué? Por varios motivos. Uno destacado es el siguiente: la generosidad de nuestros mayores. A pesar de que la legalidad democrática de la República fue ilegítimamente asaltada por la fuerza, a pesar de todos los horrores y las injusticias de 40 años de dictadura, la Transición fue posible por la generosidad de quienes tuvieron la capacidad de sublimar su sufrimiento y las injusticias padecidas por un bien superior como era una convivencia democrática e imperfecta.
Esto no significa que ahora haya que volver a cometer los errores que se cometieron en el pasado. La experiencia de la Transición debe servirnos para hacer las cosas mejor; pero también debe ofrecernos una perspectiva amplia para entender que, cuando algo no funciona perfectamente o no responde exactamente al ideal que teníamos previsto en nuestra cabeza, es imprescindible una dosis mínima de generosidad.
Este precedente debe servir también para la reflexión en determinados sectores. En el caso vasco, hay algunas voces que vinculan la reconciliación a exigencias tales como que la paz sea un proceso con vencedores y vencidos, o que cuando finalice la violencia los presos no puedan verse beneficiados con medidas de gracia, o que determinadas aspiraciones políticas sean censuradas por respeto a las víctimas. ¿Habría sido posible la Transición española si nuestros padres y madres hubieran exigido una democracia con vencedores y vencidos o el encarcelamiento de los responsables de la represión franquista o la ruptura inmediata con todas las leyes y normas vinculadas al franquismo?
Un proceso de reconciliación es inevitablemente imperfecto. Generosidad es altura de miras para entender la limitación de la condición humana, la de los otros y la nuestra. La generosidad es el último recurso que nos queda para elaborar constructiva y éticamente esa imperfección. Sólo desde la magnanimidad podemos entrever la grandeza que se esconde detrás de las miserias del corazón humano. Si sólo tenemos ojos para ver lo peor, será difícil que podamos abrir paso a la reconciliación. La generosidad nos permitirá confiar mínimamente en la esperanza de lo mejor del ser humano o, tal vez, al revés, confiar y esperar en lo mejor nos permitirá ser mínimamente generosos.
Pensemos en algún caso de reconciliación que nos haya tocado vivir en el ámbito más personal. Comprobaremos que el reencuentro es imposible si no hay un esfuerzo de generosidad, si no hacemos un mínimo depósito de confianza en la persona que tenemos enfrente y si no aceptamos la realidad de esa condición humana que nos une en nuestra imperfección.
Hablando de limitaciones y de imperfecciones, miremos ahora a la Transición española. En relación al pasado, el tránsito de la dictadura a la democracia se hizo sin reconocimiento a las víctimas, ni reparación, ni castigo a los culpables, ni esclarecimiento de la verdad judicial, ni memoria crítica, ni compensaciones, ni nada por el estilo. Pese a todo, la Transición fue posible. ¿Por qué? Por varios motivos. Uno destacado es el siguiente: la generosidad de nuestros mayores. A pesar de que la legalidad democrática de la República fue ilegítimamente asaltada por la fuerza, a pesar de todos los horrores y las injusticias de 40 años de dictadura, la Transición fue posible por la generosidad de quienes tuvieron la capacidad de sublimar su sufrimiento y las injusticias padecidas por un bien superior como era una convivencia democrática e imperfecta.
Esto no significa que ahora haya que volver a cometer los errores que se cometieron en el pasado. La experiencia de la Transición debe servirnos para hacer las cosas mejor; pero también debe ofrecernos una perspectiva amplia para entender que, cuando algo no funciona perfectamente o no responde exactamente al ideal que teníamos previsto en nuestra cabeza, es imprescindible una dosis mínima de generosidad.
Este precedente debe servir también para la reflexión en determinados sectores. En el caso vasco, hay algunas voces que vinculan la reconciliación a exigencias tales como que la paz sea un proceso con vencedores y vencidos, o que cuando finalice la violencia los presos no puedan verse beneficiados con medidas de gracia, o que determinadas aspiraciones políticas sean censuradas por respeto a las víctimas. ¿Habría sido posible la Transición española si nuestros padres y madres hubieran exigido una democracia con vencedores y vencidos o el encarcelamiento de los responsables de la represión franquista o la ruptura inmediata con todas las leyes y normas vinculadas al franquismo?
Jonan Fernández (Baketik) Revista Arantzazu
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