LOS discursos poselectorales arriman el ascua a su sardina, pero los ciudadanos no están obligados a tragar los sofismas con que se arma esa retórica.
El primer sofisma es que los ciudadanos han votado un cambio que consiste en investir a López como Lehendakari de una nueva mayoría de gobierno. Las urnas han otorgado a López la oportunidad de serlo si quiere, pero no puede considerarse un mandato porque el PNV tiene cinco escaños y 80.000 votos más, ha ganado en escaños en dos territorios y empatado en el otro, y PNV-Aralar-EA suman más votos que PSE- PP-UPyD.
El segundo es el supuesto fracaso del soberanismo autodeterminista en las urnas, cuando Ibarretxe sigue siendo de lejos el político mejor valorado, y puede sumar a los votos válidos ya mayoritarios, los anulados de las listas ilegalizadas y una parte de los de EB.
El tercero es la apelación de Zapatero al "fair play" a la hora de aceptar unos resultados cuando la premeditada utilización electoral de de Partidos para habilitar el cambio dista mu-cho de ser ejemplo de juego limpio.
El cuarto es la afirmación de Savater de que electoralmente la mayoría de los ciudadanos de Euskadi es constitucionalista. Olvida que los electores de D3M son ciudadanos que han votado y no son constitucionalistas.
El quinto es considerar nacionalistas sólo a los partidos vascos que van a quedar fuera del Gobierno, como si los que configuran el gobierno alternativo no lo fueran también sólo que de otra obediencia nacional (con perfecto derecho, por otra parte). O pretender que no hay no hay contrasentido entre un discurso que promete un gobierno "para unir a todos los vascos" y configurarlo con sólo una sensibilidad nacional.
El sexto, mirando al futuro, puede ser el sofisma de apostar por gobierno sin el PNV y luego apelar a la responsabilidad de los jeltzales para que le faciliten la tarea en atención a la crítica situación en que puede encontrarse el país.
Podríamos seguir, pero tampoco el discurso reactivo del PNV está limpio de polvo y paja. Que López ejerza su derecho a gobernar con los apoyos que tiene no es una "agresión política", ni un "golpe institucional". Darlo a entender es una desmesura impropia de quien ha tenido 30 años en sus manos el gobierno. Una cosa es la crítica política a lo que puede considerarse perjudicial para el país, o incoherente por la falta de sintonía política de los integrantes de la nueva mayoría cuyo nexo básico es derribar a Ibarretxe, y otra sangrar por la herida de la derrota y deslucir la propia trayectoria con la tacha de mal perdedor. Y si es cierto que sólo la Ley de Partidos ha hecho posible el cambio, al aceptar las reglas de juego se asumen las consecuencias, aparte de que es un error cargar sobre el Gobierno toda la responsabilidad de esa ley.
Pero hay algo más. Esa reacción del PNV basada en el "derecho del ganador" a gobernar adolece de un insuficiente análisis de la presión que el PNV está en condiciones de ejercer, y del escenario que ha abierto esta doble cita electoral. No es el final de los nacionalismos periféricos, pero tal vez sí de la etapa en que Zapatero buscaba asentar en ellos su gobierno (primero con ERC, IU-ICV, luego con BNG y PNV) al tiempo que aislaba al PP.
Sugiere Juliana en LaVanguardia que con el 1-M la derecha española rescata el viejo sueño de una periferia sin atributos. Tal vez no sólo la derecha. Recuperada Galicia y ocupado el último bastión irreductible en Euskadi, Zapatero puede estar a punto guardar en el cajón la apuesta por la España plural en la que, asustado ante la feroz oposición españolista, hace tiempo había flaqueado, y tratar de protegerse de un PP crecido, que se autojalea con la idea de poder forzar elecciones anticipadas, ofreciéndole pactos de Estado, coyuntura en la que el PNV distaría de ser un socio deseado.
Distraídos con las ramas de la disputa por la Lehendakaritza podemos dejar de ver el bosque. Zapatero, táctico por naturaleza, que ya se protegió asumiendo la política antiterrorista del Aznar, no perdería la sonrisa si ve que se quita problemas arrimándose modelo territorial del PP al que no hacen ascos muchos socialistas. Y López tendría una Legislatura más cómoda de lo que muchos suponen. Hasta las generales, claro.
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