miércoles, 18 de marzo de 2009

LAS CALLES DE LA MEMORIA


NO voy a reclamar una calle también para los otros, para los que faltan, para los olvidados de aquí y de allá, para los de este lado de la memoria interesada, siempre interesada, o para aquellos relegados por la otra página de la Historia. No voy a reclamar, y por eso me niego a colaborar, que las placas que orientan e identifican cada uno de los barrios de mi ciudad se conviertan en escupideros de la crispación. Como si los nombres de las víctimas se aupasen en el mausoleo de los nuevos mártires de la insensatez. Porque me parece que hacerlo, colocar sus nombres, es traicionar la propia memoria de los interfectos. Imponernos sobre su propia expiación y aspiración a ser o no recordados. Y es que si uno pudiera oír los susurros que emiten esas víctimas de ETA desde el lado oscuro de la tragedia, a buen seguro escucharía su indolencia ante esta decisión premeditadamente mercantil, cual negocio sentimentalmente interesado.

No voy a reclamar una calle para ellas, para las víctimas de ETA, y sé, porque así lo siento, que para triunfar sobre un sufrimiento infringido por otras personas, es necesario, no una placa que me recuerde en el tiempo infinito, sino superar la herida. Pero aún más, en un ejercicio de resiliencia social, debo encontrar un sentido a la intención de mi verdugo, saber por qué quiso destruirme, no para justificarlo, no, ni mucho menos, sino para entender y comprender mi relato vital como víctima. Porque sólo así me redimiré de esa condición. Y en este juego, o estamos todos o esta recreación de la memoria no se verá libre de trampas. Y las trampas sólo se pagan en la trastienda de la Historia traicionada.

Ignoro quién ha sido el lumbreras de turno que ha ideado el asunto de las placas de la memoria en recuerdo de las víctimas de ETA. No digo esto con desprecio, ni animadversión, ni me mueve la hostilidad ni la indiferencia hacia ellas. Me importan. Como todas. Lo digo porque esta idea puede tener unos efectos secundarios muy perversos, pero sobre todo ajenos al objetivo que fundamenta la propuesta municipal. Porque esta reivindicación, que dudo honesta y sincera, limpia y aséptica, neutral y justiciera, transfiere a las propias víctimas la responsabilidad del conflicto que pretende evitar y rememorar. Las convierte en arte y parte de una barricada social e ideológica levantada sin su presencia, ajenos a ella desde la infinitud de su propio devenir sin desenlace. Esas víctimas son víctimas del sinsentido político, como otras muchas no nombradas. Ni más ni menos. Aquí no se trata de priorizar un dolor sobre el otro, ni de mercantilizar la memoria, ni de aprovecharse de su nombre en vano, ni de monopolizar simbólicamente su sangre, ni de utilizar su biografía como escudo protector contra una idea, un enemigo imaginario o una banda molesta y despreciable. Aquí no se trata de empeñarse en el recuerdo de los ausentes por encima del porvenir de los presentes. Porque esta idea, articulada desde la simpatía cancerosa con las víctimas, escamotea el permanente eco de su injusto sufrimiento, un sufrimiento comercializado hasta la perversidad. Como si, incapaces de mantener nuestras manos limpias y nuestros corazones intactos, necesitásemos desenterrarlas, a ellas, a las víctimas, fuera del tiempo y de la historia, para reconvertirlos en arietes contra este presente convulso.

Por otro lado, podría decir que la idea me parece absolutamente fuera de texto y de contexto. Porque se trata de una idea premeditadamente combativa, aunque se revista de la sensibilidad nihilista que requiere toda actuación políticamente correcta; más en un tema tan delicado y manipulable como el que sustenta la idea. Porque puestos a rememorar, puestos a demostrar nuestra solidaridad, que uno personalmente definiría más bien como el brazo armado de la compasión, ¿por qué no recordar a todas y cada una de las mujeres víctimas de la violencia machista muertas en Pamplona y en nuestra comunidad? ¿Por qué no recordar a todos y cada uno de los trabajadores muertos en accidente laboral, víctimas también de una violencia profesional sin reconocimiento alguno? ¿Por qué no dedicar también una calle a Germán Rodríguez, o a José Rodríguez Medel, comandante jefe de la Guardia Civil republicana en Pamplona, el primer asesinado por los fascistas en Navarra el 18 de julio de 1936, o a los seis concejales republicanos del Ayuntamiento de Pamplona fusilados en 1936? ¿Es que acaso estos dolores y dramas son inmunes a la memoria? ¿Qué razón hay para escamotear a estos muertos del callejero, para degradarlos con voluptuosidades de saldo ideológico, para apartarlos de la historia interesada? ¿Es que acaso su sangre se ha congelado en el espacio de una sola y olvidada lágrima?

Sé que esta deriva argumental es arriesgada y peligrosa. Porque nos envuelve y revuelve en el posicionamiento político en función del color ideológico de las víctimas y sus verdugos. Y esto es peligroso, porque nos arrasa la razón, nos quema el calentón ideológico y argumentamos desde la trinchera que nos cobija. Porque reflexionar desde este lado de la emoción política nos traiciona y nos impide ir al corazón del trauma. Un trauma común en el que todos estamos implicados. Y con él toda nuestra historia pasada. Sin fisuras ni intereses.

Mal se lo plantea el Consistorio en esto de cicatrizar heridas, de socializar la memoria o destraumatizar el pasado honrando a las víctimas con una calle. Mal. Porque en realidad lo que quiere -tal vez sin saberlo- es indemnizarse y consolarse a sí mismo. Utilizando el dolor ajeno. Pero además triangulando un dolor interesado. Porque el proceso de superación de un trauma social como es la violencia sufrida por una colectividad, requiere de otros movimientos más radicales pero menos ostentosos. Esta idea, lejos de reparar el trauma social y liberarlo, lo rebota contra los posibles actores -la ciudadanía en su conjunto- generando crispación donde debiera haber consenso.

Así que no voy a pedir una calle para ellas, para las víctimas de ETA. Porque creo más en las solidaridades pasivas e invisibles, las que no se prestan al negocio mediático, al control de los poderes, a los discursos hegemónicos. Porque en este asunto, la nostalgia interesada se ha convertido en el moho de la memoria
Paco Roda (en Diario de Noticias)

No hay comentarios: