Este ha sido el mensaje y uno de los lemas de campaña con que el FMLN concurrió y ganó las elecciones presidenciales celebradas el pasado 15 de Marzo.
Las palabras claves, esperanza y cambio, resumen el sentir de amplias capas de población empobrecida que no encuentran en los sacrificios cotidianos la recompensa de una vida digna y que ha optado por otra forma de entender la sociedad y de administrar el bien común.
En el caso de El Salvador, el “cambio” no es equiparable a las ansias de alternancia en el gobierno con el que las oposiciones políticas de nuestro mundo civilizado (¿domesticado?) afrontan los procesos electorales para acabar haciendo lo mismo que quienes pretenden destronar. Aquí suena, más bien, a la revolución pendiente, a la que quedó pospuesta cuando el FMLN en 1992 depuso las armas firmando unos Acuerdos de Paz que dejaron el regusto en las clases populares de haber pagado un precio excesivamente elevado para conseguir muy pocos logros sociales.
Por eso, pretender explicar el resultado electoral de El Salvador como producto de una dulcificación de la imagen de la exguerrilla significa o no entender el problema o tratar de ocultar la realidad. Indudablemente, en esta ocasión el candidato tenía tirón personal, pero más allá de este detalle, a nadie (allá al menos) se le escapa que el conflicto armado que vivió el país durante doce años y la posterior contienda política hasta ahora, han sido, básicamente, una guerra de ricos contra pobres, ejemplar en muchas ocasiones, que estaba sin concluir, que la renuncia al empleo de las armas por parte del FMLN no conllevaba el abandono de la lucha por unos objetivos a todas luces justos.
En definitiva, el cambio, de momento, ha sido un triunfo electoral con sabor a victoria, pero de las de verdad, de las de toma del poder para gobernar de otra manera.
El auténtico cambio, la esperanza que nace, implica la toma de decisiones en materias de orden estructural y que tienen que ver con el reparto de la riqueza y con la verdadera democratrización de los poderes públicos y de la sociedad. Esa es la complicada batalla que se le abre ahora al FMLN si quiere tener éxito en un país enfermo de miseria, de delincuencia juvenil, de desempleo, de analfabetismo, de desatención sanitaria, de juventud emigrante, de sumisión política al os EEUU... y en un tiempo en el que el neoliberalismo globalizado está llevando al mundo al borde de la quiebra.
La tarea es difícil, quién lo duda, pero el que conoce El Salvador sabe que detrás de los “compas” que hace una semana asaltaron la casa presidencial hay mucho pueblo organizado, y eso siempre ayuda.
Markos Pérez Abendaño
Las palabras claves, esperanza y cambio, resumen el sentir de amplias capas de población empobrecida que no encuentran en los sacrificios cotidianos la recompensa de una vida digna y que ha optado por otra forma de entender la sociedad y de administrar el bien común.
En el caso de El Salvador, el “cambio” no es equiparable a las ansias de alternancia en el gobierno con el que las oposiciones políticas de nuestro mundo civilizado (¿domesticado?) afrontan los procesos electorales para acabar haciendo lo mismo que quienes pretenden destronar. Aquí suena, más bien, a la revolución pendiente, a la que quedó pospuesta cuando el FMLN en 1992 depuso las armas firmando unos Acuerdos de Paz que dejaron el regusto en las clases populares de haber pagado un precio excesivamente elevado para conseguir muy pocos logros sociales.
Por eso, pretender explicar el resultado electoral de El Salvador como producto de una dulcificación de la imagen de la exguerrilla significa o no entender el problema o tratar de ocultar la realidad. Indudablemente, en esta ocasión el candidato tenía tirón personal, pero más allá de este detalle, a nadie (allá al menos) se le escapa que el conflicto armado que vivió el país durante doce años y la posterior contienda política hasta ahora, han sido, básicamente, una guerra de ricos contra pobres, ejemplar en muchas ocasiones, que estaba sin concluir, que la renuncia al empleo de las armas por parte del FMLN no conllevaba el abandono de la lucha por unos objetivos a todas luces justos.
En definitiva, el cambio, de momento, ha sido un triunfo electoral con sabor a victoria, pero de las de verdad, de las de toma del poder para gobernar de otra manera.
El auténtico cambio, la esperanza que nace, implica la toma de decisiones en materias de orden estructural y que tienen que ver con el reparto de la riqueza y con la verdadera democratrización de los poderes públicos y de la sociedad. Esa es la complicada batalla que se le abre ahora al FMLN si quiere tener éxito en un país enfermo de miseria, de delincuencia juvenil, de desempleo, de analfabetismo, de desatención sanitaria, de juventud emigrante, de sumisión política al os EEUU... y en un tiempo en el que el neoliberalismo globalizado está llevando al mundo al borde de la quiebra.
La tarea es difícil, quién lo duda, pero el que conoce El Salvador sabe que detrás de los “compas” que hace una semana asaltaron la casa presidencial hay mucho pueblo organizado, y eso siempre ayuda.
Markos Pérez Abendaño
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