Urralburu y Otano, esos dos cleptómanos que profanaron la memoria socialista hasta el vómito, dejaron al socialismo navarro marcado a sangre y fuego. Desde entonces, este partido está en la diana de la ira política. El ecosistema del socialismo navarro, desde hace años, repele, genera una especie de repulsión social y una no menos náusea política de gran intensidad. Sus dirigentes más destacados lo saben, pero miran para otro lado, convencidos de que la realidad es idiota o no va con ellos.
Esa crítica intensiva lo es, dado a su entreguismo y sometimiento histórico a la derecha navarra. Cabe preguntarse por el origen de ese colaboracionismo al más puro estilo de Pétain, en la Francia ocupada de Vichy. Cabe interpelarse por su enrocamiento en posiciones reaccionarias, por su indignante centrismo o por la sangrante claudicación política cuando Yoberto Barcínezasumió la vicepresidencia del Ejecutivo foral. Pero no nos servirá de nada. A lo sumo, quizás, para demostrar cómo el socialismo navarro imposibilitó y truncó, con nocturnidad y alevosía, un cambio político y social en esta comunidad. Navarra no se merece ese pasado y mucho menos este presente. Porque Navarra será plural, pero no de derechas. Otra cosa es que las derechas, a lo largo de la historia, hayan hecho de esta tierra un casino. Un abrevadero, un pastizal, donde abundan los sicarios de la oportunidad y la usura. Y tanta barra libre y tanto mirar para otro lado debería tener su coste para el socialismo. Pero vaya usted a saber.
El socialismo navarro, sus dirigentes, no han sabido o no han querido explicar el porqué de esa sumisión, de tanto acatamiento escandaloso, de tanta traición, a sus bases y a su memoria. Su coartada explicativa siempre ha sido esa trilogía en forma de mantra foral: gobernabilidad, institucionalidad, constitucionalidad. En su día, el terrorismo de ETA posibilitó, a derecha, izquierda y más allá, múltiples coartadas, expiaciones y justificaciones. ETA fue el pecado a condenar pero del que muchos comieron caliente cada día. Al socialismo navarro le vino bien. No había que dejar sola a la derecha en esa lucha institucional que ponía en peligro a esta comunidad, según decían. Y de ahí su apoyo mientras ETA siguiera tirando de gatillo. Pero aquello, tan lejos y tan cerca, se acabó. Y el socialismo navarro se quedó sin la gran coartada. Como muchos.
El socialismo navarro ha tenido siempre una gran dificultad de liderazgo. Pero también de ideólogos de altura. Sus jerarcas, salvo alguna excepción, no han sido hombres de Estado. Más bien mediocres subalternos, con poco riego intelectual y discutida capacidad de gestión. Siempre pidiendo permiso. Por eso dependen de Ferraz, un búnker blindado frente a las insumisiones de las taifas autonómicas.
Así las cosas, no es que el socialismo navarro esté en una encrucijada, es que está crucificado. Porque este presente bastardo les ha pillado con el paso cambiado. Quisieron jugar a gobernar y casi acaban fagocitados en la inmensidad del disimulo y la trampa. Hoy higienizan su desconcierto, sin ideas fuerza, sin estrategia, sin líder fiable y confiable, sin crédito, sin credibilidad y sin capacidad de liderar nada que no sea su propia defunción. Hay tormenta pero ellos están de estampida.
Los socialistas navarros viven a medio camino entre el arrepentimiento y la necesaria refundación. Entre la cronificación de la impostura y la eterna tentación del poder. Y es que después de su salida del gobierno, juegan entre la ambigüedad y la corrección. El amén a todo y que no me salpique. Zizek, ese filósofo inclemente a derecha e izquierda, dice que la ética de la verdad no admite negociaciones. En esto hay que ser intransigente. La tolerancia no es una virtud, sino un defecto de nuestra época. Porque la corrección política nos paraliza. Eso le ha pasado al socialismo navarro. Ha pecado por exceso de corrección cayendo en el juego perverso de la mentira. O por lo menos colaborando y participando de una gran farsa que ahora se banaliza como si nada ocurriera. Porque para ellos nada ocurre en Caja Navarra, ni en las cocinas del Hospital. Por ejemplo.
Hoy, los líderes socialistas necesitan, ante sus bases y votantes, aparentar ser algo. No saben, pero algo. Les pasa como a la mujer del César. No solo hay que ser honrada, sino además parecerlo. El socialismo navarro peca por defecto de impostura de izquierdas. Puro juego teatral. Y aquí es donde entran en bancarrota ideológica, donde necesitan un diván donde expiar y explicar sus traumas. Fabricio Potestad, ese gran psiquiatra ya retirado, debería echarles una mano.
Son conocidas, por otro lado, algunas disensiones internas. Pero tampoco esto alberga esperanzas de cambio. Dentro del propio partido no hay capacidad de renovación. Porque las estrategias de promoción interna se parecen a las de un partido de derechas. Clientelismo interno, favoritismo, nepotismo, intereses privados, barra libre, caja fija, mucho compadreo y ¿qué hay de lo mío? Y así no hay quien se renueve. Y si hoy el socialismo navarro carece de hoja de ruta, no es por falta de oportunidades. La calle está clamando venganza, está ardiendo. Y ellos podían liderar un cambio. Y sí, lo proclaman. Y hasta se sienten agentes de cambio. Pero en el fondo no quieren. O no saben. O ya les da igual. Porque la realidad les ha superado. Nos ha superando a todo el mundo, por la derecha y por la izquierda. La calle, los problemas de la gente, la propia grandiosidad y dramatismo de los procesos de desocialización, de deslocalización, de fragmentación y dualidad social, la gran farsa de este Estado corrupto, superan todos los análisis y sus herramientas de medición. Por eso no basta con querer cambiar. Hay que saber cambiar. E interpretar los deseos de la gente. Y es que hoy, cualquier fuerza política que no sea capaz, no solo de nombrar lo que pasa, eso ya lo sabemos, sino de provocar un estallido, de encender la mecha y descargar dosis de cianuro sobre los culpables; que no ponga contra las cuerdas a los asesinos de este presente trampeado, no tendrá la confianza popular.
No sabemos a qué aspira el socialismo navarro. Ni sus planes de futuro. Y eso que el momento lo requiere. Pero se intuye que como partido será castigado en las urnas sí o sí. Quizás lo sepan y crean que con esperar a que escampe, vale. Mal asunto. Su gran desafío será conservar la cota de influencia política y electoral. Pero si no ocurriera así, dejaría de tener la capacidad de bisagra contaminada. Perdería el rol de falso sujeto de cambio en la sombra más negra. Y si así ocurre, su posición dejará de ser hegemónica y su bancarrota inapelable. Habrá llegado el momento de su defunción y entonces otros actores tendrán su oportunidad. Y entonces, el cambio real tendrá su oportunidad.
Paco Roda, en Diario de Noticias
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