Existen
demasiadas variables en la ecuación (filias, fobias, pragmatismos, ideologías,
corruptelas, lealtades...) como para augurar el resultado del congreso de UPN
más caliente de los últimos tiempos. Aun así, se puede prever una enorme
frustración en el bando perdedor. Las listas abiertas no favorecen un reparto
«cortés» de los puestos de dirección, por lo que lo más probable es que, aunque
uno de los dos bandos gane por la mínima, se lo lleve todo. ¿Qué alternativa
elegirán los desposeídos? Un misterio.
Lejos quedan los años en que UPN no tenía
competencia por el voto de derechas. Ya ha habido otras aventuras. Primero
apareció CDN, pero se agostó en torno a Juan Cruz Alli hasta desaparecer (le
quedan unos ediles en Eneritz, pero ya no son si no extraños fósiles). Después
resurgió el PP, que se mantiene renqueante sobre cuatro escaños inútiles para
las mayorías y amuermado desde que el sector de Santiago Cervera perdió el
control. Pero sobrevive. Con todo, el PP e, incluso UPyD y delirios ultras como
Derecha Navarra y Española son la prueba de que UPN ya no es capaz de aglutinar
a toda la derecha navarra. La Unión del Pueblo Navarro no es el bloque
monolítico que fue.
Hay muchos que no descartan romper el carné
del partido si gana Yolanda Barcina, según confesaba una fuente de UPN a GARA
la semana pasada. El choque es ideológico, pero la forma que tiene Barcina de
tratar a quienes le resultan incómodos ha hecho que haya quien ya no aguante
más. Acólitos suyos, muy especialmente Juan Luis Sánchez de Muniáin y Sergio
Sayas, resultan sumamente irritantes para los que no son de su cuerda. Si se
renueva a la actual presidenta y todos los puestos acaban en sus manos, habrá quien
se aleje del partido (aunque luego vuelvan, porque entre los «catalanistas» hay
muchos que han vivido para UPN). Se irán por no ver el regocijo de sus rivales.
Estas malas relaciones -que no son
consecuencia de la campaña electoral interna más baja y dura que se recuerda,
sino parte de la causa- también animarán a los «barcinistas» a marcharse si
quien gana es Catalán. No obstante, este sector está fuertemente arraigado en
el Gobierno, pues han conseguido trepar por la maraña administrativa hasta
copar consejerías y departamentos. Ahí pueden aguantar un tiempo, siempre que
Barcina no convoque elecciones o Catalán no le fuerce a remodelar el Ejecutivo.
El sector de Barcina tiene unas afinidades
ideológicas y carece del fervor reverencial al partido de los apoyos de
Catalán. Esto puede invitarles a buscar nuevas siglas, particularmente las del
PP. Si Sayas, Barcina o Sánchez de Muniáin son los menos queridos por el bando
de Catalán, a quienes no querrán ver ni en pintura los «barcinistas» son al
propio Catalán y, sobre todo, a Miguel Sanz. Las últimas fracturas dentro del
partido (CDN, PP y la actual) llevan el sello de Sanz.
La palabra «escisión» es un término muy
fuerte en política, pero no es la primera vez que sale a relucir a raíz de este
enfrentamiento. Sorprendentemente, ha salido a la palestra en los análisis de
«Diario de Navarra» (por supuesto, antes de que Catalán fuera el candidato
oficial). Sin embargo, una huida en masa de Barcina y los suyos al «joven» PP
navarro resultaría compleja porque las heridas entre los militantes del PP y el
sector de Barcina son aún demasiado recientes. Y también porque la imagen de
supuesta honestidad del PP ha perdido enteros con Luis Bárcenas en Madrid y con
Santiago Cervera en las murallas de Iruñea. Barcina lo niega, pero la sociedad
entiende que, tras esta pelea, se halla el escándalo de Caja Navarra. Y, desde
ese punto de vista, pasar de UPN al PP es saltar de la sartén al cazo.
Aritz Intxusta, en GARA
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