El golpe de estado de 1936 tuvo en el pueblo navarro de Buñuel uno de sus
episodios más amargos: fue una carnicería que se dilató un mes entero. Ayer,
vecinos del pueblo y de las localidades de alrededor rindieron un sentido y
sencillo homenaje a las víctimas del terror franquista. En particular,
recordaron al alcalde del pueblo, Alfonso Marquina, y al secretario, Martín
Domingo, que fueron ejecutados por la Guardia Civil en el zaguán del
Ayuntamiento.
Pedro José Francés, investigador de estos hechos, calificó el acto de ayer
como «íntimo y muy bonito». El encuentro entre quienes reivindican la memoria de
todos los asesinados se prolongó durante horas. «Aquí contamos lo que pasó, tal
como pasó. Porque no nos vamos a callar», explica el escritor. En realidad, ayer
se centraron en un episodio, el del secretario y el alcalde, de una serie de
muchos. Como ya documentó Francés en su libro «Buñuel, verano de 1936», las
sacas se sucedieron en el pueblo desde el día 21 de julio hasta el sangriento
día 26 de agosto. En total, 52 personas de ese pueblo acabaron muertas pese a
que ninguno de ellos empuñó un arma. Y lo más triste de todo es que, en muchos
de los casos, no tuvo que venir nadie de fuera para ejecutarlos, sino que los
mataron sus vecinos. Francés dice que su pueblo está «enfermo de hipocresía y
cobardía», después de muchos años de convivencia de víctimas y verdugos y con
una mayoría social dominante que «miraba a las víctimas como si hubieran hecho
algo malo».
«Hoy una nieta de un fallecido se ha asomado desde una esquina», dice
Francés. «Ha sido para alcahuetear, no porque le interesara lo que aquí estamos
recordando, aunque recordemos a su propio abuelo. Hasta ese punto este pueblo
sigue estando enfermo», detalló.
Los reunidos siluetearon dos figuras en el suelo, que simulaban las que se
emplean en la investigación de asesinatos. «Aquí las vamos a dejar para que la
gente se entere», dijeron. Su decisión, salvando las distancias, recuerda a la
que tomó la Guardia Civil. A pesar de que los cadáveres de los dos muertos del
día 23 fueron retirados, los guardias dejaron los charcos de sangre para que
esas manchas amedrentaran al resto de vecinos que habían elegido un ayuntamiento
de izquierdas, liderado por jornaleros. «La gente del pueblo lo que más
recordaba eran esos dos manchurrones, que se quedaron ahí durante muchos días»,
certifica Francés.
Las matanzas de Buñuel comenzaron el día 21 de julio, con un muerto,
continuaron el 23 (alcalde y secretario), siguieron dos días después (otros
cuatro ejecutados) y una ejecución más el día 30. Agosto fue aún más cruento:
seis víctimas el día 3, otra el 5, una el 9, tres el 10, una el 12, una el 15,
seis el 18, hasta que llegó la saca más importante, la del día 26 de agosto en
la que 16 personas fueron ejecutados por sus propios convecinos.
La celebración en memoria de los ejecutados en Buñuel no se cerró sin
anécdota. Algún vecino, al ver al grupo en favor de la memoria histórica junto a
la puerta del Ayuntamiento, decidió avisar a la Policía. Al poco tiempo, llegó
una patrulla desde el cuartel cercano de Cortes. Los guardias encontraron la
silueta de dos cadáveres y una acusación directa hacia sus verdugos, que según
ha quedado constatado por testigos e historiadores, vestían el uniforme del
mismo cuerpo que acudió a controlar la situación.
A pesar de que el crimen ya está resuelto, los agentes de la Guardia Civil
decidieron iniciar una investigación. Se emplearon a conciencia, y decidieron
identificar no sólo a quienes participaban en el acto en recuerdo de las
víctimas, sino también a la prensa que acudió a la cita.
Los actos en recuerdo a las víctimas de Buñuel siguen siendo polémicos, ya
que el Ayuntamiento sigue exaltando a los verdugos y les ha erigido monolitos
recientemente. Por el otro lado, quienes defienden la memoria se manifiestan en
agosto, marchando por las calles del pueblo e indicando los lugares en los que
murió cada una de las víctimas del terror falangista que se desató en Buñuel.
Aritz Intxusta, en GARA
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