Si es cierto que sólo los tontos mezclan, confunden e intercambian
sistemática y deliberadamente fútbol y política, el país se ha superpoblado de
idiotas en sólo unas semanas y de manera particularmente preocupante tras la
conquista por la selección española de la Eurocopa 2012. La idiotez de mezclar y
confundir fútbol y política no tendría mayor relevancia, como ocurre con tantas
otras idioteces, si no fuera porque se trata de una idiotez con un gran
potencial explosivo, una idiotez peligrosa porque tiende a confundir y situar en
un mismo plano una cosa de verdad y una cosa de mentira: la cosa de verdad es la
política y la cosa de mentira es el fútbol.
Aclarémoslo: el fútbol es de mentira aunque las emociones que ofrezca sean de
verdad; es de mentira en el mismo sentido en que lo es una novela, una película
o una partida de cartas sin dinero:
un artefacto que nos divierte, nos entretiene, nos estremece, nos abate, nos
hace dichosos, nos enseña la importancia de la concentración, el azar, el
carácter o el talento o incluso nos ilustra sobre cuestiones tan trascendentales
como la ética, que es lo que le ocurría a Camus con el fútbol.
La huella que las victorias futbolísticas dejan en los corazones es dulce
pero efímera, y lo mismo sucede con la huella dejada por las derrotas, que es
amarga pero igualmente liviana. Por eso no es verdad que la victoria de España
en la Eurocopa contribuya a que este país crea más en sí mismo, o en todo caso
es una contribución tan efímera y colateral como una pompa de jabón: la pompa de
jabón también es verdadera, pero su verdad casi no puede llamarse tal pues
apenas ha sido constatada, desaparece. A estas alturas no serán muchos los
holandeses, ingleses, alemanes o italianos que sigan tristes, se sientan
abatidos o les quede en el corazón algún poso de amargura porque sus selecciones
han sido derrotadas. Fue triste ser derrotados, pero fue una tristeza sin
proyección ni raíces. Serán excepcionales los casos de aficionados de esos
países que guarden rencor a los países que los derrotaron. Puede que haya casos,
sin duda, pero serán, justamente, casos de aficionados idiotas, de aficionados
que toman por verdaderas cosas que, como el fútbol, son en realidad de
mentira.
Puede que todavía nos dure la dulce resaca de felicidad por la victoria en la
Eurocopa, pero si es así tiene los días contados. Y no sólo los días: las horas.
Por eso resulta tan llamativa la fiereza con que la mayor parte de la prensa
española de derechas ha celebrado las victorias de la selección. Las ha
celebrado como si hubieran sido victorias políticas y no deportivas, como si
hubieran sido guerras y no juegos. En realidad le ha ocurrido también a la
prensa de derechas de otros países: en Alemania, Italia o Grecia los periódicos
conservadores y/o populistas también han mezclado fútbol y política sin rubor ni
cortesía durante la Eurocopa, lo cual no deja de ser un consuelo pues significa
que la idiotez no es exclusiva de la derecha española.
La prensa diestra de España ha interpretado la victoria futbolística no como
la ficción que es, sino como un triunfo literalmente nacional, una gesta de toda
la nación en tanto que tal nación. Lo que les ocurre a nuestras derechas es que
sospechan, y tienen buenas razones para ello, que la nación como tal nación que
ellos soñaron unas veces e impusieron tantas otras hace aguas no por todas
partes, pero sí con toda seguridad por dos partes, Cataluña y el País Vasco, y
por eso se han apresurado a restregar a esa España lejana este triunfo
futbolístico como si fuera un triunfo político. ¿Conque no existe la Nación
Española? Y si no existe, ¿entonces esto qué es, eh, qué es? ¿Conque no creéis
en España, eh? ¡Pues tomad España! Lo decimos y lo repetimos: ¡tomad
ES-PA-ÑA!
La desmesurada reacción patriótica sería patética si no fuera ridícula, si no
fuera de un infantilismo que conmueve porque el pobre ni siquiera puede
sospechar que es infantilismo. Al otro lado del espectro, el ninguneo
institucional o informativo de los patriotismos periféricos es en realidad una
imagen invertida de los excesos de su hermano mayor del centro. Mientras tanto,
a la derecha españolista y a muchos ciudadanos de buena voluntad al sur del Ebro
el triunfo futbolístico en la Eurocopa les hace imaginar un país respetado,
eficiente y sin fisuras que en realidad no existe. A muchos nos gustaría que
existiese, pero lo cierto es que no existe o casi no existe o al menos está
dejando de existir a gran velocidad: otra cosa bien distinta es que muchos
sigamos intentando que exista, que sigamos apuntándonos a ese delicado y
comprometido juego de pactos, cesiones y equilibrios que haga viable su
existencia sin resentimientos ni cuentas pendientes que saldar.
El fútbol no debe mezclarse con la política y no ya por los muchos apuros en
que esa confusión pone a los jugadores, sino porque cada vez que lo hace ambos
salen perdiendo: el fútbol porque se envenena y la política porque se
trivializa; el fútbol porque, siendo como es de mentira, comienza entonces a ser
de verdad, y eso es malo; y la política porque, siendo como es de verdad,
comienza entonces a ser de mentira, y eso es todavía peor. Y es todavía peor
porque nos hace olvidar este hecho absolutamente crucial: que sólo la política
puede
salvarnos.
Antonio Avendaño, en Zona Crítica
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