Hoy hace 34 años que la Policía mató a tiros,
en Pamplona, a Germán Rodríguez e hirió a decenas de personas al grito de "Tirar
con todas las energías y lo más fuerte que podáis. No os importe matar".
Eso pasó, eso se dijo, eso quedó grabado y está publicado hasta la saciedad,
les guste o les deje de gustar a los actuales gobernantes y a sus secuaces. Hay
documentación gráfica y testimonios de sobra, de sobra, aunque solo sirvan para
dificultar el olvido, para mantener vivo un recuerdo que se hace incómodo, hasta
para quienes entonces eran otros, conforme pasa el tiempo y aquel sangriento
episodio entra, poco a poco, en el detestable terreno del "mejor no
remover".
El ministro de Justicia usó, a su modo, hace unos días a las víctimas del
terrorismo para eludir una evidencia agresiva: los hechos de Sanfermines 78 no
se van a investigar jamás, porque ni hubo ni hay ni habrá voluntad gubernamental
de hacerlo. Las diligencias judiciales y policiales que se emprendieron entonces
estaban condenadas a dar en una vía muerta. Era del dominio público. No todo
puede explicarse, porque entonces se vivía en un franquismo que se resistía a
morir. Mintió el ministro en el Congreso al hablar de procedimientos judiciales
y es fácil rebatirle con papeles en la mano, pero las mentiras de un ministro o
de un presidente de gobierno, dentro y fuera de la cámara, son algo ya tan
habitual que no tienen, me temo, importancia alguna; forman parte del cargo, del
papel que consiguen en el guiñol parlamentario, de la digestión del asiento:
aires, flatos, bufas más o menos silenciosas...
Cualquier pretexto es bueno para ocultar que nunca hubo verdadera intención
de aclarar lo sucedido, buscar a los responsables, llevarlos ante la justicia y
aplicársela con el mismo rigor con se les aplica a otros ciudadanos. Unos y
otros. Los de primera y los de segunda, entre los que se encuentran muchos de
los que van a disfrutar de estas fiestas de otro modo o no lo van a hacer en
absoluto. Lo recordaba el concejal que tiró el chupinazo (invento de
falangistas) y lo recordó el Monigotero Mayor del Reyno, hasta la fecha nuestro
más visible y eficaz embajador en el mundo, dado que no han servido para nada
los dineros que se gastó Miguel Sanz y su cuadrilla de gigantillas para
proyectarnos en el mundo dichoso y que se fueron por el desagüe: las cosas no
están para despiporres, aunque lo hagas, aunque lo hagas al grito de que se
acaba el mundo, triste grito también este, triste de veras.
Un deseo inútil: que los sanfermines no les sirvan a modo de pantalla de
humo, esa que establecía un burocrático y eficaz antes y después. Las
trapisondas de quienes nos gobiernan son las mismas e igual de infumables,
antes, durante y después de fiestas, por mucho que las aprovechen con descaro
para darse un baño de multitudes y busquen el aplauso sombrío de quienes se han
beneficiado y benefician de esta crisis, cuando no la han propiciado. Se
aplauden a sí mismos, su posición de privilegio en el mundo, su estar a salvo en
la debacle. Son los mismos que han hecho todo lo posible para que el crimen de
Germán Rodríguez y los Sanfermines 78 no fuesen ni recuerdo siquiera.
Tiene guasa. Hace dos días fue noticia que la policía norirlandesa ha
decidido abrir una investigación sobre lo realmente sucedido en Derry, hace
cuarenta años, en el llamado Domingo Sangriento, cuando los soldados británicos
dispararon contra civiles desarmados y mataron a trece e hirieron a varias
decenas. El mismo Cameron admitió el año pasado que había sido una actuación
injustificada e injustificable que señala claramente a los mandos policiales y
militares británicos. Ahora ha llegado la investigación, despacio, pero ha
llegado, algo es algo. Aquí, nada, nunca, ni entonces ni ahora ni jamás.
Intocables. Blindados por unas leyes que se dice pertenecen a un firme estado de
derecho. ¡Ay! ¿A qué se tiene miedo?
¿Importa el número de muertos? No, en absoluto, porque hubo más de uno en
Vitoria y tampoco se sabe que se hubiese encausado ni de lejos a los
responsables, ni se haya puesto en pie una comisión de verdad y justicia que por
fuerza hubiese acabado señalando al ministro Manuel Fraga y al falangista Martín
Villa.
Este es un país donde la policía es intocable por decreto y puede hacer lo
que le dé la gana, o eso parece al menos, porque hasta desde instancias
judiciales (Tribunal Constitucional) se pide sumisión total. No se les puede
poner en tela de juicio. Están blindados. Señalar es ofender, resistencia a
fuerza armada, desobediencia y atentado a la autoridad y lo que se les vaya
ocurriendo, porque no sabrán cómo crear puestos de trabajo, pero en cuestión de
ejercer la autoridad hasta el abuso se las saben todas.
Pintoresco sentido de la legalidad el de esta gente que destituye al policía
que investigaba la legalidad de un ático del número dos de Esperanza Aguirre,
porque no es lo mismo un ciudadano cualquiera que un político gubernamental. Y
que la farra continúe porque no hay quien la pare. Qué afición la de esta gente
por los áticos, debe ser cosa de enanos mentales o de gigantillas, como Barcina,
que se empeñan en ver el mundo desde arriba, y solo así, y en tener cuanta más
gente debajo, mejor, algo lombrosiano, digno de estudio, megalomanía
chaplinesca, el mundo en sus manos... temibles.
Y, en fin, no sé cómo dejar aquí un recuerdo sentido y pacífico de Nagore
Laffage, la chica que ahora hace cuatro años fue víctima de un homicidio (para
el jurado) y de un asesinato para una sociedad que asistió con el alma en vilo a
un juicio que terminó como terminó y nos hace felicitarnos de no ser ni las
víctimas ni sus allegados. Ella era una estudiante de enfermería, él un médico
de la Clínica Universitaria. Y no sigo porque era todo tan evidente, tan
sonrojante que al final no cabe más que eso, sostener el recuerdo, lamentar la
ausencia, lo irreparable, vivir con el dolor de lo irremediable.
Bueno, vaya, venga, ya, que sí... Felices Fiestas a quienes saben por qué
beben el vino de las tabernas, ese y no otro, gentes que danzan o juegan,/
cuando pueden, y laboran/ sus cuatro palmos de tierra (...) que viven,/ laboran,
pasan y sueñan,/ y en un día como tantos,/ descansan bajo la tierra.
Miguel Sánchez-Ostiz, en Diario de Noticias
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