En todo informe que se precie, cuando se analiza la juventud del
siglo XXI, se destaca su elevado nivel de formación. Se le atribuye estar mejor
capacitada y tener, dado la evolución informática, una visión del mundo de la
cual carecían sus homólogas del siglo XX. Los adelantos tecnológicos les brinda
estar en las redes sociales y gozar de una comunicación horizontal, más
democrática y abierta con una velocidad de vértigo. Vivir al instante lo que
sucede en el mundo. Asimismo, se le adjudican comportamientos inherentes a su
tiempo, ser emprendedores, independientes, decididos y sobre todo competitivos.
Asimismo, estadísticas publicadas por organismos internacionales como la
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la Organización
Internacional del Trabajo (OIT) y el Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD), subrayan la disminución del analfabetismo y la baja deserción
escolar en las últimas décadas. Tal circunstancia se refleja en un aumento de la
juventud que desea seguir estudios universitarios y de posgrado, lo cual abre un
abanico de oportunidades para los jóvenes, ávidos de incorporarse al mundo
laboral. Cada vez son más los jóvenes que culminan con éxito sus ciclos
escolares.
África, Asia y América Latina, continentes que han ido a la zaga en
educación, salvo casos excepcionales, ven cómo una proporción creciente de
estudiantes obtienen diplomas, obligando a las universidades a diversificar su
oferta. Nuevas titulaciones aterrizadas en el mercado se publicitan como salidas
profesionales. Se ha producido una revolución educativa en todos los sentidos.
Mayores exigencias en un orden
globalizadoobligan a los jóvenes a redoblar esfuerzos. Más competitivos y con deseos de comerse el mundo se reciclan para el
mercado. Ellos han interiorizado el mensaje y se han puesto a funcionar. Todos contra todos. Quienes obtienen un título no se conforman con ello. Cursos de especialización, idiomas, becas de intercambio. Son auténticos triunfadores. Dominan el lenguaje de las nuevas tecnologías y son un ejemplo de perseverancia y entrega.
Sin embargo, la crisis actual los ha dejado al pairo. Sus esperanzas se han
frustrado, no pueden realizar sus sueños y sienten frustración. El relato del
neoliberalismo se desvanece y resulta ser un espejismo. ¿Y ahora qué hacemos con
una juventud formada, deseosa de comerse el mundo, a la cual se le cierran las
puertas? Sus padres invirtieron en educación, como un activo para que pudiesen
vivir mejor, progresar y ser miembros de una exitosa clase media consumista.
Pero el capitalismo depredador les da un baño de realidad y les indica que su
futuro es incierto y poco gratificante. Ante tal fraude, la juventud se indigna,
sale a la calle, protesta, toma las plazas y demanda ser atendida en
sus reivindicaciones. El considerado factor diferenciador, su mejor formación,
se constituye en una losa, incluso en un handicap. La escasez de empleo
los hace bajar sus expectativas y contratarse en cualquier cosa. Los ejemplos
son muchos.
El nivel de paro que afecta a la población entre 15 y 25 años, en los países
de capitalismo occidental, aumenta de manera continua y la tendencia no presenta
visos de revertirse. En la Europa comunitaria, las cifras del desempleo juvenil
siguen creciendo. Para hacerse una idea, en un informe de la Unión Europea,
redactado en 2011, la media del paro juvenil se sitúa en 21.4 por ciento. Quince
países la superan. La primera, España, con 46.4 por ciento; tras ella, Lituania
(35.1), Letonia (34.5), Eslovaquia (33.6), Grecia (32.8), Estonia (32.9),
Portugal (29.2), Irlanda (28.9), Italia (27.8), Bulgaria (26), Polonia (25.9),
Hungría (25.9), Rumania (23.5), Francia (23.2), Suecia (22.9) y Chipre (22 por
ciento). Sólo 11 miembros de la Europa de los 27 tienen tasas por debajo de la
media: Islandia (20.1), Bélgica (19.9), Reino Unido (19.6), República Checa
(18.2), Eslovenia (15.3), Luxemburgo (14.8), Dinamarca (14.4), Malta (13.6),
Alemania (8.5), Austria (8.3) y Países Bajos (7.6 por ciento).
Según el informe de la OIT Tendencias mundiales del empleo juvenil,
el paro en este sector afecta a un total de 75.1 millones de jóvenes, 12.7 por
ciento del total. Esta cifra se sitúa dos puntos por encima en América Latina,
cuya tasa es de 14.4 por ciento. Estos datos, además, no hablan de la calidad y
el tipo de empleo al que tienen acceso los jóvenes. Si nos adentramos en esta
lógica, en América Latina otro informe del la OIT destaca el carácter precario,
estacional y sin protección social del empleo, alcanzando a 67 por ciento del
total del empleo juvenil. Y un dato que pone en cuestión el elevado nivel de
formación de la juventud como rasgo diferencial, al menos en América Latina: de
los 104 millones de jóvenes latinoamericanos sólo 13 por ciento estudia y
trabaja, otro 33 por ciento sólo trabaja y un 34 por ciento sólo estudia; a lo
cual, la directora regional de la OIT, Elizabeth Tinoco, le suma otro 20 por
ciento de jóvenes que no estudian, no trabajan y no buscan empleo. Más de 20
millones de jóvenes pertenecientes a la llamada generación ni-ni.
La tesis de una juventud más preparada y dotada para enfrentarse al mundo
real se considera incuestionable. Hoy un joven de 15 años, se dice, sabe más
física que Newton y más filosofía que Aristóteles. Es probable, en términos
absolutos, el conocimiento avanza y es acumulativo. Pero dudo mucho que tengan
la misma capacidad de razonamiento. Lamentablemente estas afirmaciones,
extendidas en determinados ambientes, son una caricatura que distorsiona la
realidad. Mirar con esta lente supone construir una imagen llena de
aberraciones. Tener acceso a Internet, y no todos, gozar de teléfono móvil,
twitter y participar de redes, supone estar mejor formado.
No creo que la juventud de hoy esté mejor formada que sus antecesoras. Tiene
especificidades, eso sí, propias de la época, pero ni peor ni mejor preparada,
ni más tonta ni más inteligente. Incluso, si me apuran, el nivel de ignorancia
funcional de los actuales licenciados y doctores en cualquier disciplina es
cuando menos alarmante. En una reciente encuesta realizada en la facultad de
biología de la Universidad Complutense, 76.8 por ciento de estudiantes de cuarto
y quinto curso reconocieron no haber leído a Charles Darwin. Y por experiencia,
los futuros graduados en ciencias políticas y sociología no conocen a Mills,
Sorokin, Adorno, Aron, Marcuse o Popper, ni pensar en la lectura de los
clásicos, a lo más resúmenes de Marx, Weber o Durkheim. Desconocen corrientes y
escuelas de pensamiento. No saben citar bibliografía o situar países en el mapa.
Los errores gramaticales y ortográficos son mayúsculos. Lo dicho, sin ánimo de
molestar, es extensible a todas las áreas del conocimiento humano. Y se hubiese
estudios comparados entre diferentes generaciones de universitarios a día de
hoy, no creo que las actuales salgan mejor paradas que sus iguales. Hoy el
sistema educativo en el neoliberalismo es un cascarón vacío. No prepara
ciudadanos, no forma para ser mejores personas, sólo le interesa tener mayor
control sobre la población y entre más ignorantes mejor. Poseer una licenciatura
o posgrado no da conocimientos, otorga título y estatus. Esa es su lógica, no lo
olvidemos.
Fuente original: http://www.jornada.unam.mx/2012/07/14/opinion/022a1mun
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