martes, 18 de septiembre de 2012

SANTIAGO CARRILLO: UNA BIOGRAFÍA CURVADA



Santiago Carrillo ya es historia. Los de siempre, en su intento de parangonar los actos de crueldad cometidos por agresores y agredidos, ya se encargarán, por supuesto, de volver a sacar a colación sus responsabilidades en los posibles excesos cometidos por la Junta de Defensa de Madrid. Desde una perspectiva de izquierdas, la figura de este destacado protagonista de tantas décadas de la política española, es extraordinariamente controvertida y compleja. Una trayectoria llena de claroscuros y de contradicciones. Aunque en su defensa quepa alegar que apenas existen biografías dilatadas en la política exentas de esos rasgos camaleónicos en sus trayectorias.

En su debe hay que decir que el optimismo desmesurado de la dirección del PCE sobre el presunto aislamiento y descomposición de la dictadura, y la imposición de objetivos inalcanzables como el de la “Huelga General Política” -cuando la misma ETA ya disponía a finales de los 60 del análisis mucho más realista de Txabi Etxebarrieta en su “Iraultza” sobre la situación social en España y la influencia psicológica de las políticas de desarrollo económico del franquismo- impidieron que la esforzada y castigadísima lucha de los militantes del interior fuese más efectiva.

Cuando a diferencia de otros partidos comunistas como el francés o el portugués, el PCE condenó en 1968 la invasión de Checoslovaquia, se podía prever que junto a aquel viraje en la línea histórica de sumisión acrítica al PCUS  se abriría paso una revisión del modelo stalinista de funcionamiento interno. Sin embargo, siguió imperando el resabiado “centralismo democrático”, con el que el aparato siempre ganaba. Entonces, la excusa eran las dificultades inherentes a la clandestinidad. Después, ya en la legalidad, el cierre de filas en defensa de la integridad del partido ante las disidencias internas y el ininterrumpido desfile de muchos cuadros en pos de un puesto más gratificante en las filas de un PSOE de mucho mayor arrastre electoral.

Esta democracia de baja calidad que continuamos hoy viviendo hunde sus raíces en la naturaleza de la por muchos loada transición española, en la que Carrillo tuvo un significativo papel. Claudicaciones como la aceptación de la corona y de la bandera rojigualda fueron episodios dolorosos, transaccionados a cambio de la legalización del partido, que abrieron paso a un proceso de institucionalización con las cartas marcadas, sin depurar el aparato administrativo franquista, y a una constitución que consagró como intocables la unidad de España, la monarquía y la economía de mercado. El PCE y su secretario general, en particular, se situaron de esta manera en el ojo del huracán ante los militantes de la izquierda rupturista. No deja de ser lógico que fueran destinatarios especiales de ese enojo, pero en su descargo cabe alegar que es harto dudoso que el PCE tuviese suficiente fuerza para haber cambiado el curso de la historia en un país que de forma ampliamente mayoritaria acabó sancionando la Ley de Reforma Política, ignorando la llamada a la abstención de las fuerzas democráticas.

No hay más remedio que calificar de erráticos los últimos años de Santiago Carrillo en la política activa. Participó  tras el 23-F en los pactos ocultos de carácter uniformizador que desembocaron en la LOAPA, emprendió una autoritaria persecución de los  renovadores, aún cuando fuesen de la talla política de Manuel Azcárate, sufrió la debacle electoral de 1982 ante la que acabó dimitiendo de su cargo, y la crisis determinó su expulsión del partido en 1985, tras la que fundó el esperpéntico Partido de los Trabajadores, y acabó pasándose con armas y bagajes al PSOE, aún cuando él, por pudor, se quedase fuera. Años que sin duda los eliminaría de su biografía, si pudiera.

Sin embargo, una vez fuera de la primera línea política y de la lucha partidaria, Carrillo se ha revelado como un analista objetivo y desapasionado, respetuoso en las maneras, agudo en sus juicios, y conciliador en sus propuestas. Y extraordinariamente lúcido hasta el final de sus 97 años.

Desde Euskal Herria hemos tenido, además, la satisfacción de haber contado con su ayuda en esta última etapa de su vida para una solución dialogada y pacífica al conflicto vasco. Apoyó de forma decidida y desinteresada al movimiento Elkarri y siempre tuvo palabras de aliento para cuantos trabajaban aquí en la búsqueda de consensos básicos para la convivencia. En este terreno ha tenido una posición inequívoca de demócrata consecuente.
Praxku

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