Belisario Betancourt firmó con Tirofijo en 1984 el primer alto el fuego y Andrés Pastrana en 1998 desmilitarizó el Caguán como zona despejada
para dialogar con las FARC. Estos son los dos precedentes directos de
la confirmación del actual presidente de Colombia, Juan Manuel Santos,
sobre el inicio de un proceso de diálogo para poner fin al conflicto
armado interno.
Es un lugar común recordar aquellos antecedentes como experiencias fracasadas (Diálogo con la guerrilla en Colombia, El País,
29/08/2012), y además la noticia llega en medio de una situación
especialmente crítica debido, por un lado, a la exacerbación reciente de
los ataques criminales de la guerrilla contra la población civil, las
fuerzas militares y la Policía, y por el otro, al recrudecimiento de la
violencia en el Cauca, donde las comunidades indígenas han decidido
oponer resistencia pacífica mediante el rechazo a la presencia tanto del
Ejército como de la guerrilla, pero que continúan siendo objeto
permanente de graves atentados.
En este contexto es entendible el escepticismo de algunos
sectores frente una consecución negociada de la paz. Por esa razón se
plantea el siguiente interrogante: ¿qué se puede hacer para que este
nuevo intento no termine en otra frustración?
El presidente ya ha adelantado algunos principios en esta
dirección: no repetir los errores del pasado, que el proceso lleve al
fin del conflicto y el mantenimiento de la presencia militar en todo el
territorio. Sin embargo, se pueden plantear otras ideas con el ánimo de
contribuir a la comprensión de la guerra colombiana.
En primer lugar, el hecho de que estas negociaciones
desemboquen o no en un fracaso dependerá, lógicamente, del nivel de
expectativas que nos construyamos al respecto.
Habrá que tener presente que un proceso de esta envergadura
puede -y quizá deba- tomarnos varios años, y que la actitud favorable al
diálogo tendría que mantenerse con independencia de los periodos e
incluso de los cambios de gobierno. De esta forma no esperaremos que se
solucione -a cualquier precio- en unos pocos meses un problema que dura
más de medio siglo.
Además hay que hacer algunas distinciones. De una parte, un
factor clave pero parcial del problema son las FARC y las negociaciones
concretas con los grupos armados. Para llegar a acuerdos en este terreno
se debe partir de unas condiciones mínimas. Primero que haya un cese
del fuego y, posteriormente, el fin de la actividad armada y delictiva
por parte de la guerrilla así como la liberación de todos los
secuestrados. Lo que no significa considerar derrotadas a las FARC, pero
una voluntad real de paz por parte de un grupo armado implica
obviamente el abandono de la lucha armada y del delito. Al respecto
también habrá que tener presente que esta concreta materia se verá muy
entorpecida por el papel que desempeñe el narcotráfico, que, como se
sabe, financia desde hace varios años las actividades de las FARC.
Asimismo, los arreglos a que se lleguen deberán atenerse a los
estándares internacionales en materia de justicia penal y la comisión
de crímenes de guerra y de lesa humanidad, lo que excluye, de partida,
la amnistía y la impunidad. Aunque tendría cabida aplicar el delito
político para quienes no hayan cometido crímenes de sangre.
Hasta aquí ya se puede ir apreciando la enorme dificultad para
lograr avances. Ahora bien, de otra parte, está la necesidad de
construir una cultura de paz, porque la guerra colombiana, como
cualquier otra, es un producto cultural. Es decir, el uso abusivo de la
fuerza y la práctica de la violencia en Colombia hacen parte de una
tradición socialmente aprendida y ha estado estrechamente relacionada
con las características perniciosas de la historia sociopolítica de este
país: el bipartidismo excluyente, la eliminación violenta de las
opciones disidentes, los estrechos espacios para la expresión política
pacífica, la persistencia indebida del fuero militar, la concepción
castrense del orden público, la desigualdad social extrema y nunca
reparada, el egoísmo y cerrazón de las clases dirigentes, la
irresponsabilidad en el seno de los poderes públicos y en la propia
sociedad, la inmunidad de los gobernantes y de sus acciones ilícitas. La
modificación de estos rasgos peculiares de la propia historia requieren
de un lento proceso de endoculturación que implica la interiorización
de nuevos modelos y pautas de comportamiento en los que se debe implicar
toda la sociedad. No obstante, son los dirigentes políticos los que más
responsabilidad tienen y quienes están llamados, en primer lugar, a
promover un orden democrático y pacífico, que, por lo demás, exige
políticas públicas muy concretas tales como el desarrollo tecnológico
del campo y de las actividades agropecuarias asociado a una política de
reducción de la escandalosa concentración de la propiedad de la tierra;
así como la prevención de la incorporación de nuevos sectores de
población al conflicto armado mediante el fomento de la educación
pública y del empleo, por mencionar solo estos fundamentales asuntos.
En resumen, el presidente Santos ha rectificado en la
dirección correcta. Firmó una Ley de Tierras y una Ley de Víctimas, supo
reconciliarse con sus vecinos Hugo Chávez y Rafael Correa, ha invitado a
todos los movimientos políticos a trabajar juntos por la paz; así
intenta superar a su más inmediato predecesor y peor opositor, el
expresidente, Uribe y a su fracaso en la búsqueda -sin importar los
medios- de la victoria armada. Una política, la de Uribe, en la que
Santos, antiguo ministro de Defensa, participó con desmedida dureza,
como en la operación de bombardeo al campamento de las FARC en Ecuador
(marzo de 2008) en la que fueron eliminados, al parecer mientras
dormían, Raúl Reyes, su portavoz internacional, y veinte guerrilleros
más, y que provocó un conflicto diplomático muy serio con Ecuador y
Venezuela.
Con todo, el panorama de hoy es muy diferente y las medidas
del pragmático presidente colombiano se inscriben en la realización de
ese ambicioso pero no inalcanzable proyecto de construir una cultura de
paz en Colombia.
Melba Luz Calle, profesora de Teoría del Derecho y miembro de Zabaltzen, asociación integrada en Geroa Bai
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