En nuestras retinas todavía la brutal carga policial que reprimió la protesta
popular en Madrid el 25S en su intento de rodear el Congreso de los diputados
pidiendo más democracia. Y, en el ánimo, el estupor por la violencia con la que
se quiere castigarla. Pero también la vigilia portuguesa ante el Palacio
presidencial de Belém en Portugal que, solo 4 días antes, culminó cantando, en
paz absoluta, el Grándola vila morena, himno de la Revolución. La huelga general
en Grecia.
“España, junto a Grecia y Portugal… a la cola de Europa”. La frase mil veces
repetida nos persigue como un estigma. Y es que nuestras trayectorias se cruzan
una y otra vez en la Historia. Los que menor salario cobramos de la UE15
(anterior a la ampliación al Este). Donde menos invierte el Estado en lo que
llaman “gasto” social, bien patente en sus resultados. Tres países rescatados,
acosados, por la crisis de la deuda especulativa. Tres sociedades recortadas
hasta la extenuación que, lejos de ver el final del túnel, cada vez ahondan más
su recesión.
Un destino paradójico hace que España y Portugal siempre muevan ficha al
mismo tiempo. Los dos se aventuraron al mar en busca de Imperios que terminarían
por perder casi simultáneamente, dejando su idioma en millones de ciudadanos. El
siglo XX los unió en sendas dictaduras que se prolongaron cuatro décadas.
Nuestros vecinos reventaron la suya, sin un solo tiro, con los claveles del 25
de Abril en 1974. Un año después España se abre a la democracia, tras la muerte
de Franco, con una “Transición” negociada en precario bajo la bota de los
vencedores. De la mano entramos en Europa, en la hoy UE, en 1986. Y, ahora,
camino parejo de “reformas” neoliberales para alimentar los bolsillos de unos
cuantos a costa de la población.
Grecia tuvo también su Golpe de Estado. Los Coroneles sujetaron al pueblo más
tarde y menos tiempo (1967/74) pero dejaron su impronta. A los griegos nos une
en particular la corrupción y la tolerancia social a la corrupción que siempre
termina por ver emerger su caspa putrefacta, evidenciando cómo ésta pudre las
raíces de cualquier Estado.
Los caminos entre España y Portugal son más parejos pero divergentes al mismo
tiempo. No mantienen monarquía para empezar (Grecia expulsó la suya por otro
lado). Portugal rompió con el pasado en 1974, nosotros nos apañamos una
democracia “ad hoc”, sin dirimir responsabilidad alguna por la dictadura. A
Portugal, eso sí, la vendieron por parcelas los sucesivos gobiernos. Y
hace muchos años que supieron de las “bondades” del FMI. En España todavía no se
ha consumado absolutamente el expolio público, pero ya queda poco.
El premio Nobel de Literatura José Saramago aventuró en “La balsa de piedra”
(1986) la posibilidad de una Iberia unida, más fuerte como interlocutor ante
Europa y el mundo. En su metáfora, desgajaba del continente la península ibérica
que, a manera de isla flotante y símbolo de valores, viajaba unida en dirección
a América. Hace cinco años intentó revivir la idea de la unificación que nunca
le abandonó. Ganaríamos mucho los españoles inyectándonos algo del carácter y
educación portugueses.
Grecia es ya un despojo a manos del neoliberalismo. Empecinado en votar lo
establecido, sucumbiendo al miedo, sin dejar de salir a la calle –ahogados- sus
ciudadanos. Pero es de nuevo Portugal el espejo donde mirarnos. Su economía se
hunde al 3,3% tras soportar, disciplinados, todos los recortes que la Troika ha
tenido a bien ordenar. Y el gobierno conservador –también persistieron en el
error- de Passos Coelho siguió apretando el cuello de sus ciudadanos muy
obediente.
Los portugueses, sin embargo, pacientes y sosegados donde los haya, saben
decir ¡basta! Y sus protestas han conseguido que el gobierno se replantee la
nueva ocurrencia de rebajar los salarios un 7%. El primer ministro ha dado
marcha atrás y empieza a buscar dinero donde sí lo hay pero ningún neoliberal
hasta ahora quería tocar: en los impuestos que no pagan las grandes
fortunas.
La diferencia fundamental entre las dos caras de Iberia es la actitud de sus
“Fuerzas del orden”. La policía portuguesa avisó que no reprimiría la
manifestación de Belém. Aunque al final lo hizo mínimamente. Más allá aún fue el
ejército portugués, con una
carta a la que se ha dado escasa difusión en España:
“Las Fuerzas Armadas, desde aquí, reiteran su firme convicción de que los
militares nunca pueden ser un instrumento de represión para sus conciudadanos,
de acuerdo a la Constitución que juraron defender”, escriben. Tras expresar su
solidaridad con todas las iniciativas abordadas por la ciudadanía afirman que lo
que “en realidad se está haciendo” es: “Engañar, utilizando el miedo y
haciendo promesas que no se cumplirán, sabiendo que la gente está indefensa ante
ellas” o “insistir una y otra vez que debemos aceptar la imposición de
sacrificios para alcanzar una supuesta solución que
está a la vuelta de la esquina, un poco más allá. Volver a doblar la
dosis de estos sacrificios sin llegar a esas soluciones, por lo que siempre
pagan las consecuencias los mismos. Mientras que a la vez, tanto en Portugal
como en otros lugares, se acumulan riquezas sin límite,
evitando que otros puedan obtener los salarios justos que se merecen por su
trabajo”.
En nuestra retina sí, la represión en España, la carcundia jaleando, la
prensa internacional destacando la brutalidad de las fuerzas de la autoridad.
Las felicitaciones cruzadas de la Delegada del Gobierno en Madrid, Cristina
Cifuentes, el Ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz y la propia policía. O
Mariano Rajoy en su estreno en la ONU ante un hemiciclo prácticamente vacío…
hablando de Gibraltar y la antaño vituperada Alianza de Civilizaciones de
Zapatero, mientras se le cae España a pedazos. Conflictos mal enfocados, más
recesión y todas las cifras económicas en despeñe.
En el dolor de la caspa patria, aún se puede unir la voz a la de nuestros
vecinos y corear lo que ellos cantan con sentido: “ el pueblo es quien más
ordena”. ¿O no reside en él constitucionalmente la soberanía?
Rosa María Artal, en El Periscopio
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