domingo, 12 de julio de 2009

EQUILIBRIO INESTABLE

En un plazo de tiempo más corto del que se podía prever, se están produciendo cambios importantes en nuestra política diaria. Hace pocos meses que se celebraron las elecciones. La batalla en esa ocasión fue ganada por el PNV, pero el vencedor de la guerra fue el PSE, porque en la vida política se participa para gobernar, no para ganar las elecciones. Aunque esto último ayuda, claro. Lo cierto es que a resultas de aquellas elecciones los socialistas se han hecho con el Gobierno, apoyados en un pacto de legislatura con el PP, y el PNV ha pasado a la oposición. Esto es ya de por sí algo remarcable, porque no hace todavía demasiados años que mucha gente consideraría esta posibilidad poco menos que una fantasía.

Sin embargo, ahí estamos, sin que el ciudadano medio se haya visto sobresaltado por el susto, ni haya recorrido nuestras calles ningún jinete del Apocalipsis. Se ha aceptado como algo natural, aunque haya generado enfado y confusión en quienes han sido desalojados del poder y en los militantes nacionalistas, que han visto frustradas sus legítimas esperanzas de seguir con la vara de mando unos cuantos lustros más. El problema es que esta alianza entre el PSE y el PP, por mucho que quiera mirar a cuatro años vista, presenta fisuras importantes, que se pondrán de manifiesto cada vez que el equilibrio inestable en el que se asienta sufra algún pequeño zarandeo.
Para empezar, es un pacto más «en contra de» que «a favor de». Más en contra del nacionalismo que ha gobernado durante los últimos decenios que a favor de un proyecto compartido de gobierno. Es una actuación legítima, por supuesto, pero con la debilidad instalada en su propia naturaleza. Así es entendida por los ciudadanos que, encuesta tras encuesta, dan a entender con claridad meridiana que el país necesita un entendimiento entre el PNV y el PSE. Es un pacto, por otro lado, en el que se dan la mano dos partidos enfrentados hasta límites insospechados en el resto de España, lo cual parece dar la razón a quienes piensan que nuestra tierra debe de tener alguna singularidad particular. Un pacto que, además, genera problemas en la propia gobernabilidad del Estado. Y un pacto en el que quien se beneficia de modo generoso es el PP, que ha sido inteligente a la hora de diseñar su estrategia: su objetivo básico de sacar al PNV del Gobierno está más que cumplido y, además, tiene en sus manos decidir si le parece muy bien, sólo bien, regular o mal que Patxi López siga siendo lehendakari. Así que el zarandeo se producirá cada vez que tenga preferencias y expectativas en algún tema, desde la «corresponsabilidad de gobierno», eso sí, con la tranquilidad de quien da una patada a un árbol después de llover y sale corriendo: el agua acumulada que cae de repente moja sólo a los incautos que permanecen junto al tronco, asombrados de que alguien de entre ellos haya salido corriendo de forma súbita. Por decirlo de forma coloquial: el PP intentará pasar estos años tocando las narices al PSE, con mayor o menor disimulo, a ver qué saca. Nada tiene que perder, pero sí mucho que ganar, porque puede marcar tiempos como le convenga, aun cuando tiene casi la mitad de diputados que el PNV. Ésta es una manifiesta debilidad del pacto.

Pero, claro, en este equilibrio inestable hay también otros factores que juegan su papel. No estamos ni siquiera como hace algunas semanas: el PNV está digiriendo esta nueva situación. Frente al enfado inicial (¿cómo, siendo los más votados, hemos sido relegados de este modo? Ay, amigo, es la política), todo el mundo se reubica y mira las cosas con otras perspectivas. Como consecuencia, quizás, de los rigores de los jugos gástricos, el PNV, de un darwinismo modélico en política, se está adaptando, y está estructurando discursos un poco diferentes, aunque todavía sean confusos, porque las cosas tampoco pueden cambiar de un día a otro. Desde luego, hay más templanza en la palabra, se miden más los improperios, y se está imponiendo un poco de realismo en el personal.

En este sentido, la reciente sentencia de Estrasburgo deja fuera de combate al mundo radical, en la medida en que no renuncie a sus jefes armados, y ofrece al PNV una oportunidad mucho mayor, y más que justificada ante su propia militancia, para marcar distancias. De hecho lo está haciendo. Y lo está haciendo por razones añadidas al hecho de que esos jueces europeos que tantas cosas nos iban a reconocer hayan decidido tomar otro camino. Existe, en todo esto, una razón de fondo de la que se habla poco, porque se le tiene miedo, si no pánico, viendo lo que ha sucedido en otras partes del mundo (Canadá, por ejemplo). Por decirlo también con palabras llanas: ojo, que el mundo de Batasuna, si finalmente decide hacer política, les puede comer la tostada en las urnas. Esta situación obliga al PNV a distanciarse de forma clara del mundo radical. Lo contrario, además de no hacerle ningún favor, le causa un daño que puede ser irreparable a medio plazo. No se trata ya de condenar con firmeza a ETA. Es que tampoco hay ya argumentos, ni jurídicos (sentencia) ni políticos (tostada), para tener la más mínima compasión con el mundo radical. Simplemente, lo mejor que el PNV puede pensar, si quiere asegurarse esos votos que se le han ido esfumando en las últimas votaciones: ellos verán lo que hacen, no es mi problema. Así lo ha formulado, además, aunque con más adorno florentino, el propio Urkullu. Estamos en barcos y bandos distintos.

Pero el hecho es que si estamos en barcos distintos, y si hay una demarcación clara entre PNV y el mundo radical, el PNV puede empezar a hacer propuestas basadas en argumentos distintos a los utilizados durante los últimos años. Necesitamos otra música, más acorde y realista con lo que la sociedad vasca espera en estos momentos. Y uno tiene la impresión de que ese cambio de compás ha comenzado: la última propuesta de pacto institucional que acaba de lanzar el EBB ha cogido con el pie trastabillado al resto de las formaciones. Porque los argumentos que en un momento determinado eran tan inevitablemente válidos para forjar mayorías comienzan a perder fuerza: ¿Y ahora qué hago? ¿Sigo en mis trece con el PP a pesar de que la sociedad vasca y mi propia militancia socialista prefiere otro tipo de pactos, como si estos cambios se estuvieran produciendo en otra galaxia? ¿Comienzo a pensar que puede haber otros agentes cuya colaboración puede llegar a ser más interesante a medio plazo? ¿Más ahora en que nadie va a poner en cuestión que el lehendakari siga siendo socialista? ¿Qué hago en estos momentos, con una crisis cuya factura política y económica sé dónde empieza pero no dónde ni cuándo acaba? ¿Cómo va a afectar la escisión de EA en las siguientes elecciones? Desde esta perspectiva, el empecinamiento del PP con temas a los que les tiene ganas (léase Diputación alavesa, euskera, modelos educativos, próximos presupuestos, etcétera), recordando cada día que aquí estamos y que todos debemos sacar tajada, puede acabar suponiendo un vendaval en ese equilibrio inestable, y puede generar situaciones que eran insospechadas justo al día siguiente de las elecciones. Claro: uno podría pensar que hasta es bueno que el PP siga haciendo presión sobre la silla del equilibrista, aunque no es muy bueno jugar a aprendices de brujo.

Lo cierto es que han surgido nuevos escenarios, y en poco tiempo. Y es más que posible que aparezcan otros distintos, también de forma más o menos rápida. Desde la perspectiva socialista, el punto de partida es más firme y ventajoso ahora: hay ya un Gobierno instalado, con más o menos fuerza, y a nadie se le van a ocurrir cambios en ese ámbito a corto plazo. Pero siempre se puede ir pensando en cambiar una silla inestable por otra un poco más estable, sobre todo si se hacen los pedidos a plazo fijo.
Pello Salaburu (El Diario Vasco)

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