El capital y los militares siempre se han atribuido un mesianismo delirante para salvar a los pueblos de sus propias decisiones. Cuando a juicio de ambos poderes fácticos los electores toman un camino que va contra los propios intereses, ejercen su orgullo de salvadores de la historia para reconducir la economía y el orden. Y en nombre de la patria, de los valores de la tradición y de los intereses bancarios se colocan en sillones presidenciales. Los pobres, los ignorantes, los marginados deben confiar sus estómagos vacíos a la limosna siempre caritativa y piadosa de los bolsillos de los poderosos.
Y acompañando a esos poderes, dándole la sombra refrescante del palio, la Iglesia. Una Jerarquía hipostáticamente pegada a la billetera y los fusiles.
En Honduras no ha habido una “sucesión constitucional” como denomina Micheletti a su propia entronización. Sólo las urnas son matriz de democracia. Los pueblos eligen a sus mandatarios y los reprueban cuando ejercen mal su cometido. Pero nadie tiene el privilegio de constituirse en salvador del orden que en el fondo significa salvaguardar los intereses económicos de una minoría.
Pues bien, la Iglesia, uniendo los báculos a los fusiles, perpetra conjuntamente ese golpe de estado y orgullosamente pontifica lo que es legal y lo que no. El Cardenal Rodríguez exige a la OEA que “preste atención a todo lo que venía ocurriendo fuera de la legalidad en Honduras” Le recuerda al Presidente que prometió en su toma de posesión no robar, no mentir, no matar. Debe meditar por tanto si su regreso no conllevará un derramamiento de sangre que no se ha dado hasta ahora. ¿Qué prometerían los Obispos el día de su consagración? ¿Cumplir con una vocación de servicio a los más pobres, a los desheredados de la tierra, luchar por la justicia, ser la voz de los que no la tienen? ¿Prometieron servicios distintos a los de Helder Cámara, Casaldáliga, Sobrino, Ellacuría, Martín Baró? ¿Les inspiró el Espíritu Santo otro mandato que a los teólogos de la liberación?
Los Obispos saben mucho de dictaduras. Estuvieron siempre unidos al poder desde Constantino, salvo raras excepciones. Impulsaron las cruzadas opresoras de Franco, Pinochet, Videla. Compartieron prostitución con Ströner, Somoza o Marcos en Filipinas. Los Papas excomulgan a los que incumplen el derecho canónico, pero bendicen, como a cruzados corresponde, a los que pisotean los derechos de los pueblos con una infecta bota militar. Absuelven a los ejecutados junto a tapias blancas para que alcancen el cielo mientras empujan con sus mitras a los ejecutores para que posean la tierra. El conjunto de naciones, comenzando por la ONU, pasando por la OEA, hasta el último mandatario demócrata, condena la actitud militar de Honduras. Ninguna Conferencia Episcopal anatematiza a los Obispos hondureños por apoyar, báculo en mano, el levantamiento soldadesco contra las urnas. Están obsesionados con la entrepierna del mundo, con el aborto, con la homosexualidad, con los “valores cristianos”, con la familia, con el latín, con la cruz gamada del IRPF. No les queda tiempo para defender una democracia en la que no creen ni practican. Están empeñados en canonizar a los muertos por las hordas marxistas. Los mártires laicos del franquismo, de Pinochet, de Videla, aunque sean curas vascos, chilenos o argentinos no tienen cabida. Mons. Romero es un marginado y no vale la pena tenerlo en cuenta. Vicente de la India es sólo un cura arrepentido que cometió el delito de casarse con una periodista. Lo demás no importa. Los dictadores los son por la gracia de Dios para promulgar leyes cristianas, para llevar a los súbditos por los caminos de la decencia y engrandecer a la Iglesia como co-gobernante e impositora de valores eternos.
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