Olite, febrero de 1933
Los primeros meses de 1933 fueron crudos. Los jornales eran escasos y el dinero brillaba por su ausencia en las casas de los olitenses más humildes. Tan mal pintaba el asunto, tan dura era la crisis económica y tan ufano galopaba el paro, que el Ayuntamiento tuvo que dictar medidas para priorizar el sustento de los vecinos en detrimento de los trabajadores foráneos.
Así que el consistorio estableció que para emplearse en los tajos municipales no se podía contratar en la localidad braceros que llevaran menos de cinco años censados en el padrón. Intenta “evitar que con tal aliciente se trasladen a ella obreros de otros municipios”.
El Ayuntamiento, además, levanta barreras para limitar el acceso al disfrute de comunal. Según la ordenanza, ante “la escasez de terrenos y parcelas de viña para los actuales vecinos”, el consistorio advierte que no tendrán derecho al aprovechamiento vecinal las personas que “siendo los dos cabezas de familia nacidos fuera de esta ciudad no lleven doce años de residencia continuada en la misma, sin que esto sirva para los naturales”.
El día 24 de febrero se convoca un pleno extraordinario para tratar sobre un desempleo agravado en los últimos días por el temporal de nieve que impide a los peones salir al campo. “Se trata de dar empleo a diez o doce obreros de los más necesitados”, recoge el acta de la sesión.
Hay concejales que opinan que sería urgente contratar a más personas para paliar todos los efectos de la penuria. Otros proponen que se acometan obras públicas pendientes, como la conducción de aguas, limpieza de balsas y acequias dispersas por todo el término municipal.
Dos día después, a las 10,30 de la noche, un importante incendio acaba con un pajar y almacén de labranza situado en paraje del Calvario, al sur de la localidad. Pertenece a uno de los corraliceros que se resiste a devolver al municipio todo el comunal que reclama el ayuntamiento.
Las llamas se propalan hasta otro corral cercano, el de Juan García, que también queda destruido. Los daños afectan a dos pajares, una empacadora, dos segadoras y una veintena de vagones de paja de Julián Eraso. El informe que redacta el alcalde señala: “se ignora si el siniestro ha sido casual o intencionado. En el juzgado de guardia se practican diligencias para su averiguación”.
Mientras tanto, la sociedad de Trabajadores de la Tierra dependiente de la UGT interviene para regular la bolsa de empleo municipal. Su presidente, Elías Ardanaz, expone que el jornal diario de cinco pesetas que paga el ayuntamiento “no es suficiente para soportar las necesidades de las familias”.
El sindicalista reclama una peseta más por jornada y que en la contratación de parados se tenga en cuenta los cabezas de familia con mayor número de hijos que alimentar. El acalde, Carlos Escudero, accede a las peticiones de los Trabajadores de la Tierra de Olite.
Mientras, la gente acomodada del pueblo aguanta la crisis económica con mayor soltura. Los efectos se notan, pero duelen menos. Se reúne en el Centro Católico Agrario, situado en la antigua posada de la Plaza. Los más ricos de entre ellos tienen casino propio ubicado en la acera de enfrente. Ayudan a sus partidarios todo lo que pueden.
Los del Centro tienen un empleo que escasea, lo que radicaliza a los braceros que quieren llevar pan a su extensa prole y son despreciados sin contrato. Los porches de la Plaza se llenan cada mañana de parados. A mediodía regresan a casa con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos. Como dicen en el pueblo, “trabajan al alambre”.
Luis Miguel Escudero (La Voz de la Merindad)
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