Dedicar una calle a San Josemaría Escrivá no es la primera ocurrencia polémica y relacionada con la religión que toma de forma unilateral el alcalde socialista. Juan Alberto Belloch vino a Zaragoza redimido de su dura etapa al frente de los ministerios de Justicia e Interior en el último gobierno de González.
Se encomendó a la Virgen del Pilar --a la que visita a menudo-- y al segundo intento fue elegido alcalde, en el 2003. Trajo entusiasmo, autoestima y convencimiento con la ilusión de la Expo. Ya el mismo día de su consecución, embebido por la euforia, se metió en un jardín al cantar en París una estrofa de una jota poco conciliadora: La virgen del Pilar dice / que no quiere ser francesa / que quiere ser capitana / de la tropa aragonesa.
Esta copla ha estado bien presente en los fastuosos homenajes con los que se han conmemorado los acontecimientos históricos de 1808. Lo que iba a ser un intenso programa cultural se recortó hasta el extremo. Finalmente, la mayor parte de los actos ha sido de difícil encuadre progresista: homenajes belicistas, medallas a Defensores de Zaragoza y el Desfile de las Fuerzas Armadas (que contó con una escasa afluencia popular).
También revolucionó con su empeño en colocar una gran bandera de España frente al Justicia, en lo que muchos ciudadanos interpretaron como una afrenta histórica al ser el Justicia una figura reprimida y ejecutada por defender la ciudadanía aragonesa frente al monarca. Fue el 5 de octubre del año pasado, y Belloch fue implacable con los que protestaron: "Siempre hay personas que quieren estropear actos de este tipo, pero el sentimiento independentista en Aragón no pasa de ser mero folclore". Los nacionalistas, dijo, hicieron "un poco el indio, pero no tiene mayor importancia".
Antes había realizado otras declaraciones con el mismo tono. En este caso fue por su rotunda negativa a dejar de poner el crucifijo en el salón de plenos del ayuntamiento. En pleno debate por el laicismo en las instituciones, y con mociones para acabar con ese anacronismo, Belloch fue rotundo: "Las sociedades más maduras son las que no cambian las costumbres y tradiciones, sino que las acumulan y superponen". No se quedó ahí: "Mientras yo sea alcalde de Zaragoza, aquí no se retira ni un crucifijo", y advirtió que si lo obligara alguna sentencia, recurriría "hasta la última instancia posible". Su empeño mereció las felicitaciones de organizaciones ultraconservadoras como Hazte Oír. Fue en abril pasado.
Al mismo tiempo se aprobaba un reglamento de protocolo en el que se omitían celebraciones como la Constitución o el Día de Aragón pero entre los actos solemnes figuraban San Valero, la procesión del Santo Entierro, el Corpus Christi, el Día del Pilar y el Rosario de Cristal. A estos actos estaban obligados a ir todos los miembros de la corporación. Solo los concejales de CHA e IU no acuden por considerar que las instituciones públicas deben ser laicas y la confesionalidad pertenece al ámbito privado.
Son conocidas sus excelentes relaciones con destacados dirigentes eclesiásticos y con el arzobispo de Zaragoza, Manuel Ureña, con el que coincide en un sinfín de celebraciones e inauguraciones. Y sus comidas con representantes del clero. No en su libre condición de ciudadano, sino representando a la sociedad zaragozana. Quiso ceder --sin contraprestaciones-- solares de la histórica torre de Santa Engracia a una fundación religiosa con la oposición de todos los grupos.
El Periódico de Aragón
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