Tener un empleo ya no es
garantía para salir de la pobreza. La precariedad laboral, sumada al incremento
del coste de la vida y rematada por los recortes sociales es una bomba que ha
provocado que entre los nuevos pobres haya cada día más trabajadores. La brecha
entre ricos y pobres crece y la clase media se desplaza hacia abajo. ¿Cómo, si
no, se explica que crezca el número de hombres y mujeres que acuden a los
comedores sociales pese a trabajar? Lo ven los servicios sociales, las
entidades que atienden a los más desfavorecidos y lo acaban de constatar las
estadísticas: en Cataluña hay casi medio millón de asalariados pobres. Son el
14,8% de los algo más de tres millones de ocupados, 456.397 personas cuyos
ingresos están por debajo del 60% de los de la media. Para entendernos, cobran
menos de 750 euros o de 1.400 si en el hogar hay dos adultos con dos hijos.
De
esta nueva realidad llevan unos meses alertando los sindicatos, que recuerdan
que entre los sectores con los peores salarios figuran el pequeño comercio, la
limpieza, la artesanía y la atención a las personas. La cifra de medio millón
de trabajadores pobres la reveló la semana pasada UGT, que denunció que en tres
años se ha duplicado la tasa de riesgo de los asalariados de caer en la
pobreza. Solo una semana antes hacía público que en los últimos tres años cada día se marchan nueve jóvenes a vivir al extranjero.
“Estamos en una situación en la que el
trabajo ha dejado de ser garantía de una situación económica que permita vivir
tranquilo”, señala la secretaria de Políticas Sociales del sindicato,
Raquel Gil. “Hay miles de asalariados que
necesitan prestaciones y servicios públicos para complementar su situación y
los recortes sobre las prestaciones si dejan de tener empleo les abocan todavía
más a la pobreza”, insiste.
Desde CC OO, la secretaria de Socioeconomía, Cristina Faciaben,
apunta que la causa de este nuevo fenómeno es “la pérdida constante de poder
adquisitivo con recortes salariales o de pagas y complementos en los empleados
públicos, sumada a los niveles exagerados de precariedad, con trabajos cada vez
peor pagados, con altas tasas de temporalidad o subocupación”. Faciaben alerta
del remate que puede representar para estas personas el constante aumento del
IPC, el del IVA impuesto por el Gobierno de Mariano Rajoy y el euro por receta
del Ejecutivo de Artur Mas. “El
encarecimiento de productos de consumo nos convierte a todos en más pobres y no
hablamos de llenar el depósito de gasolina, que también, sino de comer o
vestirse”, dice.
El
INE indicaba el pasado lunes que España sufre la mayor pérdida de poder
adquisitivo en 27 años por la diferencia entre salarios y precios. Y hace dos semanas
la Encuesta de Condiciones de Vida de la Diputación de Barcelona revelaba que en Cataluña hay 2,2 millones de pobres. La
cifra supera los 1,3 millones de ciudadanos que se consideran pobres si solo se
tienen en cuenta sus ingresos, porque toma como referencia el índice AROPE, del
Eurostat, que también incluye el número de parados por unidad familiar y las
restricciones de consumo.
La
misma encuesta de la Diputación destacaba que los jubilados, con sus pensiones
quizá bajas pero estables, han dejado de ser la principal bolsa de pobreza. En cambio, la que se
encuentra entre los asalariados arrastra a los menores que tienen a su cargo.
Son niños y chavales que las entidades subrayan como las principales víctimas
de la crisis, que, aunque no hablan, se manifiestan como los mayores. La Federación
de Entidades de Atención y Educación a la Infancia y Adolescencia (Fedaia)
denuncia que la cifra de pobreza infantil en Cataluña subió del 23,7% en 2010
al 28% en 2011 y el presidente de la federación, Jaume Clupés, alertaba el
jueves durante una jornada de debate de la necesidad de hacerlos visibles.
Por su parte, la Mesa del Tercer Sector ha pedido a los partidos
políticos en vísperas de las elecciones del 25-N que prioricen las inversiones
sociales para luchar “contra el
incremento de la pobreza y las desigualdades”. El de las entidades es un
clamor al que también se ha sumado el síndic de greuges, Rafael Ribó, que se dirigió a las
formaciones políticas del Parlament para exponer su “preocupación por el
crecimiento de la pobreza en Cataluña y, particularmente, por el impacto que
tiene en la población infantil”.
Desde
la federación de Entidades Catalanas de Acción Social (ECAS), Maria Elena
Alfaro, constata: “Es imposible vivir con
750 euros al mes, cuando todo el mundo sabe que con un salario normal hoy se
puede hacer solo la mitad que hace 10 años”. Además de miembro de la junta
de ECAS, Alfaro dirige la fundación Ared, que trabaja en la reinserción de
mujeres en riesgo de exclusión. Desde esta posición, alerta de que antes la
reinserción pasaba por el empleo. “Pero
ahora, con estos sueldos, trabajar, sí, pero ¿y qué?”.
Esta
profesional habla sin pelos en la lengua y reconoce su “indignación al pensar que en 2005 habíamos soñado con erradicar la
pobreza”. “Ya no creemos en el
discurso de la crisis como oportunidad, ni en el de la reinvención... el
retroceso y el desmantelamiento del Estado de bienestar es brutal y no estamos
preparados”, dice y recuerda que en situaciones como la actual cunde el
miedo y “la gente enferma, se separa, se
violenta...”.
“La única salida”, concluye, “es mantener la motivación, tirar de
imaginación y evitar las trampas: lo que ocurre no es ni por vagancia, ni por
exceso de beneficiarios de la renta mínima de inserción, ni porque haya
demasiados nini, ni porque hayamos vivido por encima de nuestras
posibilidades... Es consecuencia de que el mundo no giró en el eje del trabajo,
sino sobre la especulación”.
Clara Blanchar, en El País-edición Catalunya
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