Si es pobre, por algo será.
Si le van mal las cosas, es que no se ha esforzado suficiente. Como una lluvia
fina, el pensamiento que culpabiliza al pobre por ser pobre y al parado por no
encontrar trabajo <http://sociedad.elpais.com/tag/desempleo/a/>
va calando en el discurso político. Es en realidad el reverso del ideario del
liberalismo económico, que entroniza la figura del emprendedor como modelo
social y sitúa la competitividad como motor de cualquier progreso. En fase de
bonanza económica, especialmente si está basada en dinámicas especulativas, este
ideario tiene una gran aceptación social porque siempre hay historias de éxito
fulgurante que mostrar. Pero en tiempos de crisis, puede volverse fácilmente
contra los pobres y los parados, a los que se presenta como sospechosos de
holgazanería y culpables de haber malbaratado sus oportunidades.
Aunque pocas veces se expresa
abiertamente, el desprecio por quienes necesitan ayudas públicas acaba
aflorando. A veces de forma inoportuna, como le ha ocurrido al candidato
republicano Mitt Romney. <http://sociedad.elpais.com/tag/mitt_romney/a/>
Sugerir que casi la mitad de los norteamericanos son parásitos sociales
<http://internacional.elpais.com/internacional/2012/09/18/actualidad/1347924721_469429.html>
ha arruinado su carrera a la presidencia de Estados Unidos. Otras, de forma
estridente, como cuando la diputada Andrea Fabra lanzó en el Congreso de los
Diputados aquel burdo “que se jodan” <http://politica.elpais.com/politica/2012/07/17/actualidad/1342524371_346937.html>
en el momento en que se debatía recortar prestaciones a los parados. Y a veces
sibilinamente, como cuando el diputado Josep Antoni Duran i Lleida afirmó que
mientras los payeses catalanes lo pasan mal, en otras partes de España “hay
campesinos que pueden quedarse en el bar de la plaza <http://politica.elpais.com/politica/2011/10/04/actualidad/1317680749_506398.html>
y continúan cobrando”.
Estas palabras no son
inocentes. “El relato que se hace de lo que ocurre es determinante porque
contribuye a construir el marco conceptual que servirá de referencia a la hora
de valorar lo que ocurre”, explica Montserrat Ribas, profesora de la Universidad
Pompeu Fabra <http://www.upf.edu/es/> y coordinadora
del grupo de investigación sobre Estudios del Discurso. Si en ese relato se
introduce la idea de que los parados y los pobres son parásitos, es presumible
que cuando se decidan recortes en las prestaciones, estos no encuentren
resistencia entre quienes no sufren esa situación.
El sociolingüista George
Lakoff, autor del libro No pienses en un elefante, ha definido el papel
de estos marcos conceptuales en la conformación de la opinión pública. Cuando la
ideología conservadora, afirma Lakoff, utiliza por ejemplo la expresión “hay que
aliviar la carga impositiva”, el marco conceptual en el que se inscribe implica
una visión de los impuestos como algo que aprieta, que oprime a la sociedad. Del
mismo modo, cuando Mitt Romney se refiere a “ese 47% de la población
norteamericana que no paga impuestos y depende de las Ayudas del Estado”, que se
siente “víctima” y se “cree con derecho a recibir atención médica, comida o
vivienda”, está diciendo que ni es víctima ni tiene derecho a esas ayudas. Esa
idea forma parte de un marco ideológico según el cual, cada uno ha de
espabilarse y si alguien es pobre o fracasa, es por su culpa. Algo habrá hecho
mal. En este marco conceptual, los poderes se sienten legitimados para abandonar
a su suerte a los desfavorecidos.
Todo discurso político tiene
un marco conceptual de referencia. También el de la crisis. Montserrat Ribas ha
observado que el relato que se hace de la crisis está orientado a neutralizar
cualquier resistencia a las medidas que se aplican. “El relato hegemónico
presenta la crisis como una catástrofe natural, que ha ocurrido por una serie de
fuerzas que no podemos controlar y que tiene consecuencias graves para todos.
Como en las catástrofes, hay que resignarse, aceptar los sacrificios y colaborar
para salir de ella”.
Con este enfoque, la crisis
no tiene responsables, ni se considera importante determinar cómo se reparten
sus cargas. Una vez instaurado este discurso, quienes cuestionan las políticas
de ajuste y se resisten a los sacrificios son malos ciudadanos, como sugirió
Rajoy en Nueva York al ensalzar “a la mayoría de españoles que no se manifiesta,
<http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/10/01/actualidad/1349118911_488847.html>
que no sale en las portadas de prensa”, en referencia a las protestas de la
plaza de Neptuno de Madrid.
Montserrat Ribas invita a
imaginar qué ocurriría si en lugar del “relato de la catástrofe” se impusiera
“el relato de la estafa”. Estaríamos buscando a los responsables de lo ocurrido,
les estaríamos exigiendo responsabilidades políticas y penales, y exigiríamos
cambios radicales en la regulación del sistema financiero para evitar que vuelva
a repetirse. “En este relato, el papel del ciudadano es totalmente diferente. No
es de pasividad y resignación, sino de exigencia y reforma”, señala.
Y aún hay un tercer relato
posible: el de la crisis como “golpe de Estado del capitalismo”. En este relato,
la recesión es utilizada para limitar la democracia e imponer un sistema
autoritario que permita someter a toda la población a los dictados del poder
económico, en beneficio de este.
De momento, el relato de la
crisis como estafa pugna por abrirse paso desde la plaza de Neptuno de Madrid y
desde los foros sociales abiertos al calor del movimiento del 15-M. Pero en el
discurso oficial el que predomina es el de la crisis como catástrofe.
La culpabilización de las
víctimas aparece, en este contexto, como un mecanismo de legitimación de los
recortes sociales. En la presentación del plan Prepara, la ministra de Trabajo,
Fátima Báñez, insistió en que se iban a aplicar medidas contra los parados que
no quisieran aceptar un trabajo, <http://politica.elpais.com/politica/2012/08/24/actualidad/1345808063_973990.html>
como si los parados españoles recibieran muchas ofertas de empleo. Báñez
justificó los nuevos criterios de concesión de la ayuda de 430 euros en la
necesidad de hacerla más equitativa y evitar abusos. Para justificarlo, declaró
sentirse “insultada” al saber que había “hogares que ingresan 8.000 euros, en
los que un niñato recibe una paga de 400 por no hacer nada”. De entrada, hogares
en los que entran 8.000 euros al mes no hay tantos como para ponerlos como
paradigma, pero lo que en realidad la ministra encubría con esta retórica era un
drástico recorte en las ayudas, que a partir de ahora solo podrán cobrar quienes
estén prácticamente al borde de la indigencia.
La vicepresidenta Soraya
Sáenz de Santamaría anunció también que los parados que reciben una prestación
podrán ser requeridos para realizar trabajos comunitarios, <http://politica.elpais.com/politica/2012/09/07/actualidad/1347021511_917432.html>
como limpiar bosques, y que si se niegan, se les podrá retirar el subsidio. “En
realidad, anunciaba algo que ya existe. Los trabajos de colaboración social
están regulados desde 1994. Entre 4.000 y 6.000 parados realizan este tipo de
colaboraciones y si no hay más es porque las Administraciones deben aportar la
diferencia hasta el salario mínimo interprofesional, y no tienen dinero”,
explica Paloma López, secretaria de Empleo de CC OO. <http://www.ccoo.es/> “Es curioso que
cuando la pobreza ha escalado dos puntos en un año y hay 1.737.000 hogares en
los que todos sus miembros están en el paro, se insista tanto en la idea de que
los desempleados no hacen suficiente esfuerzo para poder trabajar”, añade. “Con
este discurso, las víctimas de la crisis se encuentran doblemente penalizadas:
además de perder su empleo, son sospechosos de querer vivir a costa de los
demás”.
Ignasi Carreras, director del
Instituto de Innovación Social de Esade, <http://www.esade.edu/> subraya que la
crisis ha aumentado la pobreza, pero muchos de los actuales pobres ya estaban en
situación de exclusión social antes de que estallara. En la fase de máximo
crecimiento España seguía teniendo un paro estructural del 8%. “En 2007, el 18%
de la población se encontraba bajo el umbral de la pobreza. Ahora ese porcentaje
es del 22% y lo que ha ocurrido es que quienes ya eran pobres, están mucho
peor”. Durante la crisis han aumentado las diferencias sociales. “En 2007, la
diferencia del PIB per cápita medio del 20% de los más ricos era 5,3 veces mayor
que el del 20% más pobre; ahora es 6,9 veces mayor”, señala Carreras.
Hay pues más pobres que
además están peor y tienen menos posibilidades de salir del agujero. Porque
justo cuando más se necesitan, la crisis está erosionando también las políticas
de inserción social. Así lo confirma Nacho Sequeira, director de la Fundación
Exit, <http://www.fundacioexit.org/index.php>
una entidad creada en Barcelona para facilitar la inserción laboral de jóvenes
de 16 a 21 años con un perfil de fracaso escolar. “Los alumnos con mayores
dificultades pueden salir adelante si tienen un acompañamiento adecuado. Pero en
un momento en que hay índices de paro tan alto, las empresas demandan un tipo de
trabajador que coincide con el perfil considerado de éxito. Los jóvenes menos
formados o que necesitan un proceso de preparación más largo, tienen ahora menos
posibilidades”, señala. “Se está desmontando el discurso de la promoción
social”, corrobora Isidro Rodríguez, director de la Fundación Secretariado
Gitano. <http://www.gitanos.org/> “Ver que hay
gente de clase media que tiene que acudir a Cáritas <http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/09/20/actualidad/1348140383_638038.html>
o a los comedores sociales causa mucha alarma. Todo el mundo teme encontrarse
en esa situación y acepta con naturalidad que se destinen los recursos a los
casos extremos. Se está instaurando un discurso de la urgencia en el que, como
todo está muy mal y hay que atender lo más urgente, los programas de inserción
social quedan relegados”.
La consecuencia es bastante
previsible: quienes están en esos programas pasarán a engrosar en poco tiempo
las listas de quienes tienen necesidades perentorias y han de acudir a Cáritas.
“La crisis puede suponer una marcha atrás de varias décadas en las políticas de
inserción social”, advierte Isidro Rodríguez.
Esas políticas no solo son
necesarias, también son económicamente rentables. Cuando en Francia se produjo
la crisis de los campamentos gitanos, toda Europa miró hacia España. En los
últimos 30 años, las condiciones de vida de los gitanos españoles han mejorado
de forma espectacular. “El éxito se debe a dos factores: nuestro tardío Estado
de bienestar ha sido inclusivo con los gitanos; han podido beneficiarse de
políticas de acceso a la vivienda, la educación y la salud. Pero además se han
aplicado programas específicos de acompañamiento educativo, de realojamiento o
de integración en el mercado laboral”, señala Isidro Rodríguez. El resultado es
que ahora todos los niños gitanos acaban al menos la enseñanza primaria, y el
objetivo ahora es que también terminen la secundaria. Y si en 1978, el 75% de
las familias gitanas estaban instaladas en infraviviendas, en 2007 ese
porcentaje se había reducido al 12%. Y las que viven en chabolas, hasta el 4%.
Estas cifras muestran que la inserción es posible. Que ir al colegio y vivir en
barrios normalizados abre oportunidades y no solo ellos, sino todo el país sale
beneficiado. Los programas de acompañamiento permiten que el horizonte de un
joven gitano no sea ya la chatarra o el mercado ambulante.
Pero el presupuesto de la
fundación Secretariado Gitano para 2013, de 17 millones de euros, es un 20%
inferior al de este año y se mantiene gracias a que el 60% de sus fondos
proceden de la Unión Europea. “Se está aprovechando la crisis para deslegitimar
este tipo de programas”, dice su director.
Pero la pobreza no solo se
nutre de colectivos en riesgo de exclusión. Hay también nuevos perfiles de
pobres que viven su situación de precariedad con una gran angustia pues son
personas preparadas que forjaron sus expectativas en los años de bonanza.
¿Quiénes son esos nuevos pobres? Son aquellos para los que el ascensor social,
en lugar de subir, está bajando. El discurso oficial no los trata como tales,
pero Montserrat Ribas señala dos ejemplos: “Esos jóvenes profesores asociados de
la universidad que se han quedado sin trabajo por los recortes, o aquellos que
se han quedado cobrando 500 euros al mes. También podría incluirse a muchos de
los investigadores que trabajan en una plaza Ramón y Cajal”. Estamos hablando de
jóvenes científicos que han hecho una tesis doctoral en el extranjero y hacen
investigación de primera línea. No es que fueran unos potentados de la ciencia,
pero si a un sueldo de 1.100 euros al mes se le recorta el 25%, lo que queda
fácilmente cae por debajo de los índices de pobreza. Estos talentos empobrecidos
ven con estupor que no hay dinero para la investigación, pero sí lo hay para
rescatar a la banca.
Se ha repetido que para
triunfar en la vida se ha de ser emprendedor, estar muy preparado y ser
competitivo. Pero, como apunta Ignasi Carreras, no todo el mundo tiene un perfil
emprendedor, no todo el mundo ha de hacer un negocio y por muy activo que
alguien sea, si cierran las empresas y se destruye empleo, es muy difícil
encontrar trabajo. En este contexto, la idea de que solo los mejores saldrán
adelante y de que quienes quedan relegados es porque no valen o no se esfuerzan
está teniendo efectos psicológicos devastadores en los muchos jóvenes que se
estrellan una y otra vez contra la realidad de un mercado laboral en caída
libre.
El mismo marco conceptual que
permite culpabilizar a los pobres y a los parados es el que opera en los países
del norte contra los del sur. El discurso culpabilizador genera angustia, pero
también insolidaridad. Y abre la puerta a una nueva ignominia: la competencia
feroz entre los mismos pobres por los escasos recursos disponibles. “No quiero
ser apocalíptico, pero lo peor que nos puede ocurrir es que después de la crisis
económica venga la crisis social”, afirma Isidro Rodríguez. “Los países que
mejor resisten la crisis son aquellos que tienen un Estado de bienestar más
sólido y una sociedad civil fuerte y cohesionada. No podemos pasar del Estado de
bienestar al Estado de beneficencia”, concluye Carreras.
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/10/04/actualidad/1349374997_487382.html |
Si es pobre, por algo será.
Si le van mal las cosas, es que no se ha esforzado suficiente. Como una lluvia
fina, el pensamiento que culpabiliza al pobre por ser pobre y al parado por no
encontrar trabajo <http://sociedad.elpais.com/tag/desempleo/a/>
va calando en el discurso político. Es en realidad el reverso del ideario del
liberalismo económico, que entroniza la figura del emprendedor como modelo
social y sitúa la competitividad como motor de cualquier progreso. En fase de
bonanza económica, especialmente si está basada en dinámicas especulativas, este
ideario tiene una gran aceptación social porque siempre hay historias de éxito
fulgurante que mostrar. Pero en tiempos de crisis, puede volverse fácilmente
contra los pobres y los parados, a los que se presenta como sospechosos de
holgazanería y culpables de haber malbaratado sus oportunidades.
Aunque pocas veces se expresa
abiertamente, el desprecio por quienes necesitan ayudas públicas acaba
aflorando. A veces de forma inoportuna, como le ha ocurrido al candidato
republicano Mitt Romney. <http://sociedad.elpais.com/tag/mitt_romney/a/>
Sugerir que casi la mitad de los norteamericanos son parásitos sociales
<http://internacional.elpais.com/internacional/2012/09/18/actualidad/1347924721_469429.html>
ha arruinado su carrera a la presidencia de Estados Unidos. Otras, de forma
estridente, como cuando la diputada Andrea Fabra lanzó en el Congreso de los
Diputados aquel burdo “que se jodan” <http://politica.elpais.com/politica/2012/07/17/actualidad/1342524371_346937.html>
en el momento en que se debatía recortar prestaciones a los parados. Y a veces
sibilinamente, como cuando el diputado Josep Antoni Duran i Lleida afirmó que
mientras los payeses catalanes lo pasan mal, en otras partes de España “hay
campesinos que pueden quedarse en el bar de la plaza <http://politica.elpais.com/politica/2011/10/04/actualidad/1317680749_506398.html>
y continúan cobrando”.
Estas palabras no son
inocentes. “El relato que se hace de lo que ocurre es determinante porque
contribuye a construir el marco conceptual que servirá de referencia a la hora
de valorar lo que ocurre”, explica Montserrat Ribas, profesora de la Universidad
Pompeu Fabra <http://www.upf.edu/es/> y coordinadora
del grupo de investigación sobre Estudios del Discurso. Si en ese relato se
introduce la idea de que los parados y los pobres son parásitos, es presumible
que cuando se decidan recortes en las prestaciones, estos no encuentren
resistencia entre quienes no sufren esa situación.
El sociolingüista George
Lakoff, autor del libro No pienses en un elefante, ha definido el papel
de estos marcos conceptuales en la conformación de la opinión pública. Cuando la
ideología conservadora, afirma Lakoff, utiliza por ejemplo la expresión “hay que
aliviar la carga impositiva”, el marco conceptual en el que se inscribe implica
una visión de los impuestos como algo que aprieta, que oprime a la sociedad. Del
mismo modo, cuando Mitt Romney se refiere a “ese 47% de la población
norteamericana que no paga impuestos y depende de las Ayudas del Estado”, que se
siente “víctima” y se “cree con derecho a recibir atención médica, comida o
vivienda”, está diciendo que ni es víctima ni tiene derecho a esas ayudas. Esa
idea forma parte de un marco ideológico según el cual, cada uno ha de
espabilarse y si alguien es pobre o fracasa, es por su culpa. Algo habrá hecho
mal. En este marco conceptual, los poderes se sienten legitimados para abandonar
a su suerte a los desfavorecidos.
Todo discurso político tiene
un marco conceptual de referencia. También el de la crisis. Montserrat Ribas ha
observado que el relato que se hace de la crisis está orientado a neutralizar
cualquier resistencia a las medidas que se aplican. “El relato hegemónico
presenta la crisis como una catástrofe natural, que ha ocurrido por una serie de
fuerzas que no podemos controlar y que tiene consecuencias graves para todos.
Como en las catástrofes, hay que resignarse, aceptar los sacrificios y colaborar
para salir de ella”.
Con este enfoque, la crisis
no tiene responsables, ni se considera importante determinar cómo se reparten
sus cargas. Una vez instaurado este discurso, quienes cuestionan las políticas
de ajuste y se resisten a los sacrificios son malos ciudadanos, como sugirió
Rajoy en Nueva York al ensalzar “a la mayoría de españoles que no se manifiesta,
<http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/10/01/actualidad/1349118911_488847.html>
que no sale en las portadas de prensa”, en referencia a las protestas de la
plaza de Neptuno de Madrid.
Montserrat Ribas invita a
imaginar qué ocurriría si en lugar del “relato de la catástrofe” se impusiera
“el relato de la estafa”. Estaríamos buscando a los responsables de lo ocurrido,
les estaríamos exigiendo responsabilidades políticas y penales, y exigiríamos
cambios radicales en la regulación del sistema financiero para evitar que vuelva
a repetirse. “En este relato, el papel del ciudadano es totalmente diferente. No
es de pasividad y resignación, sino de exigencia y reforma”, señala.
Y aún hay un tercer relato
posible: el de la crisis como “golpe de Estado del capitalismo”. En este relato,
la recesión es utilizada para limitar la democracia e imponer un sistema
autoritario que permita someter a toda la población a los dictados del poder
económico, en beneficio de este.
De momento, el relato de la
crisis como estafa pugna por abrirse paso desde la plaza de Neptuno de Madrid y
desde los foros sociales abiertos al calor del movimiento del 15-M. Pero en el
discurso oficial el que predomina es el de la crisis como catástrofe.
La culpabilización de las
víctimas aparece, en este contexto, como un mecanismo de legitimación de los
recortes sociales. En la presentación del plan Prepara, la ministra de Trabajo,
Fátima Báñez, insistió en que se iban a aplicar medidas contra los parados que
no quisieran aceptar un trabajo, <http://politica.elpais.com/politica/2012/08/24/actualidad/1345808063_973990.html>
como si los parados españoles recibieran muchas ofertas de empleo. Báñez
justificó los nuevos criterios de concesión de la ayuda de 430 euros en la
necesidad de hacerla más equitativa y evitar abusos. Para justificarlo, declaró
sentirse “insultada” al saber que había “hogares que ingresan 8.000 euros, en
los que un niñato recibe una paga de 400 por no hacer nada”. De entrada, hogares
en los que entran 8.000 euros al mes no hay tantos como para ponerlos como
paradigma, pero lo que en realidad la ministra encubría con esta retórica era un
drástico recorte en las ayudas, que a partir de ahora solo podrán cobrar quienes
estén prácticamente al borde de la indigencia.
La vicepresidenta Soraya
Sáenz de Santamaría anunció también que los parados que reciben una prestación
podrán ser requeridos para realizar trabajos comunitarios, <http://politica.elpais.com/politica/2012/09/07/actualidad/1347021511_917432.html>
como limpiar bosques, y que si se niegan, se les podrá retirar el subsidio. “En
realidad, anunciaba algo que ya existe. Los trabajos de colaboración social
están regulados desde 1994. Entre 4.000 y 6.000 parados realizan este tipo de
colaboraciones y si no hay más es porque las Administraciones deben aportar la
diferencia hasta el salario mínimo interprofesional, y no tienen dinero”,
explica Paloma López, secretaria de Empleo de CC OO. <http://www.ccoo.es/> “Es curioso que
cuando la pobreza ha escalado dos puntos en un año y hay 1.737.000 hogares en
los que todos sus miembros están en el paro, se insista tanto en la idea de que
los desempleados no hacen suficiente esfuerzo para poder trabajar”, añade. “Con
este discurso, las víctimas de la crisis se encuentran doblemente penalizadas:
además de perder su empleo, son sospechosos de querer vivir a costa de los
demás”.
Ignasi Carreras, director del
Instituto de Innovación Social de Esade, <http://www.esade.edu/> subraya que la
crisis ha aumentado la pobreza, pero muchos de los actuales pobres ya estaban en
situación de exclusión social antes de que estallara. En la fase de máximo
crecimiento España seguía teniendo un paro estructural del 8%. “En 2007, el 18%
de la población se encontraba bajo el umbral de la pobreza. Ahora ese porcentaje
es del 22% y lo que ha ocurrido es que quienes ya eran pobres, están mucho
peor”. Durante la crisis han aumentado las diferencias sociales. “En 2007, la
diferencia del PIB per cápita medio del 20% de los más ricos era 5,3 veces mayor
que el del 20% más pobre; ahora es 6,9 veces mayor”, señala Carreras.
Hay pues más pobres que
además están peor y tienen menos posibilidades de salir del agujero. Porque
justo cuando más se necesitan, la crisis está erosionando también las políticas
de inserción social. Así lo confirma Nacho Sequeira, director de la Fundación
Exit, <http://www.fundacioexit.org/index.php>
una entidad creada en Barcelona para facilitar la inserción laboral de jóvenes
de 16 a 21 años con un perfil de fracaso escolar. “Los alumnos con mayores
dificultades pueden salir adelante si tienen un acompañamiento adecuado. Pero en
un momento en que hay índices de paro tan alto, las empresas demandan un tipo de
trabajador que coincide con el perfil considerado de éxito. Los jóvenes menos
formados o que necesitan un proceso de preparación más largo, tienen ahora menos
posibilidades”, señala. “Se está desmontando el discurso de la promoción
social”, corrobora Isidro Rodríguez, director de la Fundación Secretariado
Gitano. <http://www.gitanos.org/> “Ver que hay
gente de clase media que tiene que acudir a Cáritas <http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/09/20/actualidad/1348140383_638038.html>
o a los comedores sociales causa mucha alarma. Todo el mundo teme encontrarse
en esa situación y acepta con naturalidad que se destinen los recursos a los
casos extremos. Se está instaurando un discurso de la urgencia en el que, como
todo está muy mal y hay que atender lo más urgente, los programas de inserción
social quedan relegados”.
La consecuencia es bastante
previsible: quienes están en esos programas pasarán a engrosar en poco tiempo
las listas de quienes tienen necesidades perentorias y han de acudir a Cáritas.
“La crisis puede suponer una marcha atrás de varias décadas en las políticas de
inserción social”, advierte Isidro Rodríguez.
Esas políticas no solo son
necesarias, también son económicamente rentables. Cuando en Francia se produjo
la crisis de los campamentos gitanos, toda Europa miró hacia España. En los
últimos 30 años, las condiciones de vida de los gitanos españoles han mejorado
de forma espectacular. “El éxito se debe a dos factores: nuestro tardío Estado
de bienestar ha sido inclusivo con los gitanos; han podido beneficiarse de
políticas de acceso a la vivienda, la educación y la salud. Pero además se han
aplicado programas específicos de acompañamiento educativo, de realojamiento o
de integración en el mercado laboral”, señala Isidro Rodríguez. El resultado es
que ahora todos los niños gitanos acaban al menos la enseñanza primaria, y el
objetivo ahora es que también terminen la secundaria. Y si en 1978, el 75% de
las familias gitanas estaban instaladas en infraviviendas, en 2007 ese
porcentaje se había reducido al 12%. Y las que viven en chabolas, hasta el 4%.
Estas cifras muestran que la inserción es posible. Que ir al colegio y vivir en
barrios normalizados abre oportunidades y no solo ellos, sino todo el país sale
beneficiado. Los programas de acompañamiento permiten que el horizonte de un
joven gitano no sea ya la chatarra o el mercado ambulante.
Pero el presupuesto de la
fundación Secretariado Gitano para 2013, de 17 millones de euros, es un 20%
inferior al de este año y se mantiene gracias a que el 60% de sus fondos
proceden de la Unión Europea. “Se está aprovechando la crisis para deslegitimar
este tipo de programas”, dice su director.
Pero la pobreza no solo se
nutre de colectivos en riesgo de exclusión. Hay también nuevos perfiles de
pobres que viven su situación de precariedad con una gran angustia pues son
personas preparadas que forjaron sus expectativas en los años de bonanza.
¿Quiénes son esos nuevos pobres? Son aquellos para los que el ascensor social,
en lugar de subir, está bajando. El discurso oficial no los trata como tales,
pero Montserrat Ribas señala dos ejemplos: “Esos jóvenes profesores asociados de
la universidad que se han quedado sin trabajo por los recortes, o aquellos que
se han quedado cobrando 500 euros al mes. También podría incluirse a muchos de
los investigadores que trabajan en una plaza Ramón y Cajal”. Estamos hablando de
jóvenes científicos que han hecho una tesis doctoral en el extranjero y hacen
investigación de primera línea. No es que fueran unos potentados de la ciencia,
pero si a un sueldo de 1.100 euros al mes se le recorta el 25%, lo que queda
fácilmente cae por debajo de los índices de pobreza. Estos talentos empobrecidos
ven con estupor que no hay dinero para la investigación, pero sí lo hay para
rescatar a la banca.
Se ha repetido que para
triunfar en la vida se ha de ser emprendedor, estar muy preparado y ser
competitivo. Pero, como apunta Ignasi Carreras, no todo el mundo tiene un perfil
emprendedor, no todo el mundo ha de hacer un negocio y por muy activo que
alguien sea, si cierran las empresas y se destruye empleo, es muy difícil
encontrar trabajo. En este contexto, la idea de que solo los mejores saldrán
adelante y de que quienes quedan relegados es porque no valen o no se esfuerzan
está teniendo efectos psicológicos devastadores en los muchos jóvenes que se
estrellan una y otra vez contra la realidad de un mercado laboral en caída
libre.
El mismo marco conceptual que
permite culpabilizar a los pobres y a los parados es el que opera en los países
del norte contra los del sur. El discurso culpabilizador genera angustia, pero
también insolidaridad. Y abre la puerta a una nueva ignominia: la competencia
feroz entre los mismos pobres por los escasos recursos disponibles. “No quiero
ser apocalíptico, pero lo peor que nos puede ocurrir es que después de la crisis
económica venga la crisis social”, afirma Isidro Rodríguez. “Los países que
mejor resisten la crisis son aquellos que tienen un Estado de bienestar más
sólido y una sociedad civil fuerte y cohesionada. No podemos pasar del Estado de
bienestar al Estado de beneficencia”, concluye Carreras.
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