Gobernar va mucho más allá de disponer
de un poder. Exige, entre otras cualidades, capacidad de liderar a una
ciudadanía siempre plural. Si el liderazgo es gestionar la convivencia
con sosiego, generar confianza o contagiar estados de ánimo positivos,
Yolanda Barcina vale para mandar en UPN y cohesionar políticamente a su
parroquia, pero no a una sociedad compleja como la navarra.
La piedra angular del modelo
de Barcina es su propia personalidad política: rígida, con inclinaciones
prepotentes y severas dificultades para integrar personas e ideas.
Tendente a las frases hechas, proclive a la levedad del blanco y negro, y
a menudo anclada en el eslogan populista y previsible, transmite un
sentido de la realidad muy cerrado y escasísima porosidad o capacidad de
autocrítica. Con estos mimbres y un Gobierno en minoría, una Barcina
desgastada se muestra inoperante para movilizar al conjunto de los
navarros y navarras hacia un horizonte social esperanzador, y eso que
cuenta con poderosos altavoces que traducen su pensamiento a una
sugerente narrativa de eficiencia y ahorro.
Barcina, al igual que Rajoy, se escuda en las circunstancias,
como si ambos se hubiesen presentado a sus cargos sin conocer esta
crisis y la economía no tuviera diferentes abordajes ideológicos; como
si UPN fuese un recién llegado al Gobierno y sus medidas carecieran de
sesgo político. La pobreza argumental retrata a la presidenta, que más
allá de certificar la dificultad del momento, no ofrece un relato que no
apunte a la obviedad, a la resignación o al voluntarismo. Donde en
cambio se encuentra a sus anchas es en el manejo de las emociones
viscerales, pregonando y practicando la exclusión identitaria,
dividiendo entre navarros buenos y nacionalistas, a los que
hace meses en el ejercicio de su representación vino a tachar de
colonizadores. Un pensamiento propio del integrismo, incapaz de
contemplar con una mínima dosis de naturalidad el solo hecho de que se
pueda dar un cambio socio político en Navarra hacia formas más
integradoras de convivencia. ¿Alguien así, tan alejada de la realidad,
puede ahora administrarla eficazmente y actuar como catalizadora de
energías transversales frente a esta gravísima crisis? Negar el pan y la
sal a formaciones democráticas termina por ser una irracional
automutilación, ajena no solo a cualquier modelo de fraternidad, sino
también de excelencia y de búsqueda del talento.
Barcina supo construirse una marca victoriosa y hacer carrera
política, pero en un ciclo político completamente distinto. En esta
coyuntura económica, y como presidenta, le han faltado reflejos y le ha
sobrado jactancia, y ni siquiera ha logrado atar a este PSN al Gobierno,
ella que presumía de pactista. ¿Resultado de todo? Un aire de medianía y
grisura en un Ejecutivo débil y apagado que muestra los actuales
límites de la política a la hora de gobernar el espacio público. Ignora
la presidenta que aunque en política y en la vida la coherencia sea una
virtud, el sectarismo, además de antidemocrático, te aísla de la
realidad y te vuelve ineficaz al gestionarla. Dos clamorosas rémoras
para capear con mayor humildad y empatía social este tiempo que
sufrimos.
Jesús Barcos, en Diario de Noticias
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