viernes, 5 de octubre de 2012

TESTIMONIO DE ROBERTO ROCAFORT



Yo vengo a contaros la historia de un asesinato. Se llama Javier Rocafort Apesteguía. Tenía 28 años, mujer y dos hijos de cuatro y dos años. Historias como esta se repitieron a cientos por toda Navarra. Unos días después del alzamiento militar, lo llevaron preso por el único delito de pertenecer a Izquierda Republicana. Tras 10 meses de duro cautiverio, lo mataron.
En tan infaustos días mi madre se viene a Pamplona con el fin de atender a su marido y de encontrarme un trabajo para poder subsistir.
Mi madre no paró de hacer gestiones para evitar lo peor para mi padre. Los militares le dijeron que sería muy conveniente conseguir certificados de buena conducta. Los pide y consigue los susodichos certificados de diversas autoridades de Sangüesa. Por lo visto –y por lo que le sucedió- el efecto que producían era el contrario. Al día siguiente, asesinaron a mi padre. Ni siquiera tuvieron la decencia y la mínima humanidad de comunicárselo a mi madre.
Mi madre se entera del día que lo matan a través de un constructor de Sangüesa, que trabajaba en Pamplona y que iba jactándose por el pueblo de su “hazaña”. “Domi, no vayas a ver a tu marido, que ya lo han matado; que han matado a los tres de Sangüesa (Rocafort, Moriones y Mangado) en el monte San Cristóbal”, le dijo.
De cómo se enteró su hija quién era su padre. Una anécdota curiosa que me pasó fue la siguiente: Un día, en un semáforo me encontré con una mujer de Sangüesa y me preguntó que a ver cómo estaban mis padres. Yo le contesté: “pues, mira, mi madre ya ha muerto y mi padre fue asesinado en 1937 por tu padre”. Se quedó sin habla. Y le añadí: “me has preguntado y me has obligado a contestarte; y esto que te digo lo sabe todo Sangüesa”.
Aquellos viles asesinatos han quedado impunes. Sin justicia. Ni uno sólo de los asesinos navarros fue juzgado ni condenado. Los familiares sólo queremos justicia y que se conozca la verdad.
Javier, mi padre, escribió varias cartas a su mujer Dominica Lozano, desde su encierro en el monte San Cristóbal. Están fechadas entre finales de julio de 1936 y el 6 de abril de 1937. En esta correspondencia trata de tranquilizar a su familia. Y, a pesar de las duras condiciones en las que se encontraban los presos, jamás aparece una queja que pudiera inquietarles. Sólo cariño y confianza para su mujer y para sus dos pequeños hijos, María Ángeles y Roberto.
Las cartas: “Me encuentro mucho de los chicos. Por mí, estad muy tranquilos, porque estoy bien. Y como yo nada he hecho, a mí nada me harán, me tomaron declaración y como es natural no me procesaron porque no han encontrado señal ni causa, por lo tanto estoy muy tranquilo…
El jueves te marchaste un poco preocupada, porque te pareció que yo estaba más delgado. Pues he decirte que estoy como siempre, muy bien. Sólo que como no sabía que ibas a venir no me afeité y la barba desfigura mucho. Ya te decía en la carta anterior que no vinieras, porque en primer lugar hace mucho frío y a mí me da pena que lo pases mal por verme, pues yo te escribiré todas las semanas. No tengas ninguna pena por mí, que estamos bien. Yo lo que quiero es que tú te encuentres fuerte y serena para las cosas. Yo sabiendo que estáis bien ya no tengo penas.....
Domi, cuídate mucho, a ver si te encuentro bien lo mismo que estabas antes, pues me llevaría un disgusto si te encontrara desmejorada. Aunque ya me figuro que trabajando tanto como lo que tú trabajas no se puede estar bien. Domi, me parece que voy a ser tan feliz cuando nos juntemos con nuestros hijos como nunca. Pues, créeme que todo lo que tú haces por nosotros, si tengo salud, pienso compensártelo con creces. Con nada material se puede pagar, sino moralmente, como sabes que lo haré.
Tú ahora que tienes más gastos no te preocupes por mí. Y tú y los chicos cuidaros todo lo mejor posible, pues ya sé que tú te quitarás de lo tuyo para que a los hijos y a mí no nos falte nada. Así como yo no te podré pagar nunca lo que haces por mí aunque viva cien años.
Lo mismo harán los hijos cuando sean mayores. Bien les haré reconocer lo mucho que tú te sacrificas por ellos, pues ya me dijo madre que están los dos muy gordos y muy majos. Esto es lo que más me tranquiliza a mí, porque así comprendo que no se les conoce la falta de su padre, y así no sufro por ellos, sólo por ti.
Por eso, te repito en todas las cartas que ya tendré tiempo si hay salud, para compensártelo todo con creces y algo más que no se paga con ningún dinero y no quiero hablarte más de esto porque ya te diré algo el día que nos juntemos para siempre.
Le dices a María Ángeles que le llevaré una muñeca y a Roberto un caballo".
Pero la muñeca y el caballo no llegaron nunca porque lo mataron el mismo día que escribió esta carta. A través de estas cartas que os he leído he conocido a mi padre, y hoy le mando estas líneas.
"Todo Sangüesa imaginó que Javier había tenido un hijo la mañana que pasaste por el pueblo tocando el claxon de tu moto. Querido papá, soy Roberto, ese hijo que tanto deseabas.
Durante dos años, solamente dos años, te dejaron jugar conmigo. No nos dejaron estar más tiempo juntos. El odio, la envidia, la ambición y la locura se apoderaron de España, en especial de tu querida Navarra, de tu pueblo; primero, cárcel, diez meses de cárcel, sin juicio, sin motivo alguno.
Después, el asesinato a sangre fría, seguramente con una pistola en una mano y un crucifijo en la otra. Pero quiero que sepas, querido papá, que estoy orgulloso de ti, que prefiero mil veces que seas asesinado a que fueras asesino.
Solamente te conozco por las cartas que enviabas a mi madre desde la cárcel, pero son suficientes para saber que eras un hombre de bien, que pensabas ser muy feliz con tu familia el día que todo terminase, pero no te dejaron, te quitaron la vida.....¡por nada!
Un abrazo, papá, un abrazo grande, profundo. Me gustaría creer que un día te pudiera conocer, pero me niego a creer en el Dios de tus asesinos.
Adiós, papá, adiós para siempre.
Tu hijo Roberto"

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