“En septiembre de 1957, mi hermana, que tenía entonces diez años,
y yo con ocho, fuimos al preventorio de Guadarrama, en Madrid. Mis padres nos
llevaron allí porque los jefes de mi madre se lo recomendaron. Le dijeron que
era un sitio muy agradable para que las niñas pasaran unas vacaciones”, recuerda
Alicia García Romera.
“Después de 55 años me he reencontrado con todo esto. Ahora sé que
todas las niñas que pasaron por el preventorio de Guadarrama sufrieron las
mismas torturas. Hasta ahora, nunca habíamos hablado de este tema” explica
Alicia, que desde hace un año y medio empezó a indagar. Hoy
son más de 200 mujeres las que han revelado que cuando eran niñas pasaron entre
tres y seis meses en el llamado preventorio de Guadarrama, un edificio
situado en la sierra donde las pequeñas eran sometidas a un régimen carcelario,
que incluía malos tratos y torturas, y que estuvo funcionando hasta 1975.
Los llamados preventorios fueron creados por el régimen
franquista como lugares donde se “prevenían las enfermedades”. Entonces
se decía que “el contacto con el aire puro de la sierra” evitaba el contagio de
infecciones a las niñas, sobre todo la tuberculosis.
“La mayoría de las niñas eran captadas en los colegios por una
señorita de la Sección Femenina que daba charlas a las alumnas sobre lo bien que
se lo iban a pasar allí”. Las militantes de esta organización franquista
reclutaban a las pequeñas con la excusa de que el Estado las llevaba de
vacaciones. “Lo vendían como las colonias a las que las niñas
iban a disfrutar. Otras veces los médicos recomendaban llevar allí a las
pequeñas para que engordaran”, explica Alicia. Asegura que llegaban
sanas y salían enfermas. Su historia y el resto de las vivencias de otras
internas ha sido reconstruida gracias a las redes sociales. Juntas, esas niñas
hoy adultas han puesto en común aquella experiencia.
Cuando Alicia empezó a buscar información se encontró una web en
la que ya había 50 testimonios como el suyo. Después, una de ellas, Chus Gil,
creó una página en Facebook donde ya son 200 las mujeres que relatan aquellos
días terribles de su infancia. “Ahora sabemos que hubo niñas de entre cuatro y
14 años de edad. Nos metían en aquel enorme recinto y ya no
salíamos. Ni siquiera cuando los padres nos visitaban, a pesar de estar
en la sierra y al lado del pueblo de Guadarrama. En ese tiempo jamás pisamos la
calle”. La estancia mínima era tres meses e incluso algunas niñas estaban algún
tiempo más.
“Lo primero que hacían cuando llegábamos era
‘desinfectarnos’. Nos desnudaban y nos ponían unos polvos por
todo el cuerpo y en la cabeza también, donde nos colocaban un trapo que teníamos
que llevar durante dos días”, relata la exinterna de aquel preventorio
como si fuera ayer. “Luego nos ponían a todas desnudas, en fila. Muchas eran
niñas, pero otras, ya adolescentes, tenían vergüenza y se tapaban. Las
cuidadoras nos lavaban una a una con un estropajo y chorros de agua. Otra nos
secaba, a todas con la misma toalla. Después nos ponían la ropa del preventorio
y la nuestra desaparecía”. Alicia recuerda que eran escenas muy tristes y que
tenían prohibido hablar.
Siguiendo con esa disciplina, todos los días rezaban el rosario y
“tras los rezos salíamos a cantar el cara al sol al patio. Las
niñas éramos tan pequeñas que ni sabíamos qué significaba aquello. Pasábamos
mucho frío fuera. Nos ponían firmes, sin apenas ropa y en alpargatas, mientras
las cuidadoras llevaban grandes capas”. La vigilancia era constante y nunca
estaban solas. “Íbamos de susto en susto. Casi a diario nos
pinchaban, pero no sabemos aún qué nos inyectaban, tampoco nuestros
padres”.
Todas estas mujeres están buscando documentación pero no aparece ningún documento oficial sobre aquel centro, tampoco sobre
las personas que trabajaron allí. Aquel edificio, situado en el pueblo
madrileño de Guadarrama, sigue en pie y hoy es un centro para huérfanos de la
Guardia Civil, a quien pertenece.
Alicia García asegura que todos los testimonios revelan lo mismo:
a los pocos días las niñas escribían a los padres para que las sacaran de allí.
Pero las cartas estaba censuradas por esas cuidadoras e incluso ellas dictaban
lo que tenían que poner. Las visitas estaban controladas también. “Teníamos que
decir que estábamos encantadas. Siempre había una ‘señorita’ presente durante la
visita de los padres y cuando éstos comentaban algo, ellas insistían en que eran
cosas de niñas”, explica Alicia.
Pero cuenta que además estaban llenas de moratones: “Tortazos, tirones de pelo, amenazas, por todo nos pegaban...Además,
teníamos que salir gorditas y la comida era espantosa. Las niñas que vomitaban
tenían que comerse sus vómitos. A otras, pequeñas, que se meaban en la cama, les
colocaban ortigas en el culo. A una de las mayores, que insistía en
lavarse sola, las cuidadoras la cogieron de los pies y le metieron la cabeza en
el lavabo una y otra vez”.
Alicia concluye: “Sabemos que una vez fue un hombre mayor a
hacerse fotos con la niñas desnudas en las duchas. Estábamos tan mal... que
algunas niñas iban a las ventanas a pedir socorro”. A pesar de todo, Alicia y su
hermana tuvieron suerte. Sus padres las sacaron de allí a los dos meses, pero
dice que algunas tenían tanto pánico que no contaron nada porque estaban
amenazadas. Hoy, algunas de estas mujeres van a unir su
testimonio a la
causa argentina para juzgar los crímenes de la dictadura
franquista.
María José Esteso (en Diagonal)
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