Este 15 de octubre se cumplen 25 años del asesinato de Thomas Sankara,
conocido como el Ché Guevara africano, el joven capitán que en 1983 se
convirtió en presidente de Burkina Faso (entonces llamada Alto Volta)
mediante un golpe de estado y que puso en marcha una auténtica
revolución en su país: nacionalizó las tierras y las entregó a los
campesinos, estatalizó las riquezas minerales, emprendió campañas de
alfabetización y vacunación, se enfrentó a los organismos financieros
internacionales promoviendo que no se pagara la deuda externa, promovió
la autosuficiencia para evitar vivir de la ayuda exterior y estimuló,
como nadie ha hecho nunca en África, los derechos de la mujer. Pero, más
allá del mito, ¿cómo era Thomas Sankara en realidad? Dos personas que
lo conocieron bien y compartieron con él sus esperanzas y sus miedos nos
hablan del Sankara más humano 25 años después de su muerte.
“Tenía un carisma extraordinario, estaba
lleno de fuerza y de energía. Cuando entraba en una habitación era
imposible no mirarle y esperar a ver qué iba a decir”. Marie-Angélique Savané
no oculta la admiración que aún siente por Sankara. En 1983, año de su
llegada al poder, esta mujer senegalesa trabajaba en Naciones Unidas y
presidía la primera asociación feminista de Senegal. “Yo estaba en
contra de los golpes de estado, pensaba que no eran el método adecuado.
Pero en aquellos años en África no había libertad de expresión, ni
alternancia, ni verdadera democracia. Y Thomas llegó con esas ideas
progresistas, con su discurso cercano al pueblo, no era el clásico
militar, así que me dije ¿por qué no? Muchos hicimos lo posible por
conocerle, por escucharle”.
Fue poco después del golpe de estado.
Marie-Angélique estaba de misión en Burkina Faso y solicitó una
audiencia con el presidente. “Fue un intercambio fraternal. Me
impresionó su juventud (Sankara tenía solo 33 años, dos años menos que
ella). Él era militar y, claro está, tenía su manera autoritaria de
decir las cosas, pero conmigo se mostró siempre extraordinariamente
abierto y atento a mis palabras. Recuerdo que me dijo que conocía muy
bien el Ejército, pero que no era economista, ni sociólogo, ni
politólogo y que, por tanto, quería rodearse de la gente más preparada
para sacar a Burkina Faso de la miseria. Ese era su empeño”, asegura.
Landing Savané,
marido de Marie-Angélique, era por aquel entonces uno de los
principales opositores al presidente senegalés Abdou Diouf y lideraba el
partido maoísta Movimiento Revolucionario por la Nueva Democracia
(MRDN). Y también se quedó impactado con el discurso de Sankara. “Para
toda la gente de izquierdas fue una gran esperanza. Su discurso era
fresco, era antimperialista, era panafricano. Fui hasta Ouagadougou para
conocerle y hablamos de igual a igual, sin formalismos, de la necesidad
de que toda África se uniera, de que teníamos que recuperar nuestra
dignidad. Me impresionó su sensibilidad feminista, nadie llegó hasta el
extremo que lo hizo en él en este sentido”, explica Landing.
Sankara prohibió los matrimonios
forzosos, la mutilación genital femenina y la poligamia y empezó a
colocar a mujeres en los más altos cargos del Estado. “Sankara solía
decirnos que veía a las mujeres por todos lados trabajando duro y sin
obtener beneficios por ello. Creo que esta sensibilidad le venía de su
propia experiencia, de su familia. Me sorprendió positivamente esta
actitud de Thomas”, recuerda Marie-Angélique, “pensaba que las mujeres
podían realmente ayudarle en la transformación de Burkina Faso. Si no
hay igualdad no podemos lograrlo, decía siempre. Si nombraba a un
ministro hombre, ponía a una mujer como alto cargo y viceversa. ¡Él
promovió la paridad y estábamos en los años ochenta! En Senegal estaba
surgiendo el movimiento feminista, que era cuestionado y contestado por
muchos hombres, y Thomas hizo todo lo contrario, nos invitó a Burkina
para hablar con la sociedad, para que explicáramos nuestra posición. Fue
increíble”.
Poco a poco, los Savané fueron trenzando
una relación muy estrecha con el líder del país vecino. “Nos invitó al
Festival de Cine que se celebra en Ouagadougou. Iba a buscarnos en su
propio coche que él conducía sin escolta ni nada y nos enseñaba la
ciudad”, recuerda Landing. Desde luego, Thomas Sankara era alguien
diferente. Nacido en 1949, comenzó la carrera militar muy joven, con
solo 19 años. Desde muy pronto conoció las obras de Marx y Lenin y se
sintió próximo a las ideologías de izquierdas. Sin embargo, en los años
setenta era más conocido en la capital burkinesa por su buen hacer
tocando la guitarra con el grupo Tout-à-Coup Jazz que por sus ideas
políticas. En la Agrupación de Oficiales Comunistas, allá por el año
1976, comenzó a coincidir con otro militar llamado Blaise Compaoré, con quien compartía las mismas inquietudes.
“Iba siempre vestido de militar”,
recuerda Marie-Angélique, “yo se lo reprochaba, pero él me decía que
tenía que marcar distancias con otros presidentes, que no podía llevar
trajes hechos en Europa como ellos”. Landing también lo recuerda así,
con su uniforme y su boina roja, un poco al estilo del Ché Guevara a
quien Sankara admiraba sin tapujos. “Era un idealista. No era sólo el
Ché, admiraba a Mao Tse Tung, a Amílcar Cabral, a Kwame Nkrumah, a
Patrice Lumumba. En nuestras conversaciones evocábamos a todos los
progresistas negroafricanos. En aquella época el imperialismo dominaba
muy fuerte”, asegura el político senegalés.
Un año después de ocupar la Presidencia,
Sankara decidió cambiar el nombre del país, que entonces se llamaba
Alto Volta y rebautizarlo como Burkina Faso, que significa El país de
los hombres íntegros. Y se puso manos a la obra. Algunas de sus medidas
fueron renunciar a todos los Mercedes Benz propiedad del Gobierno y
convertir al humilde Renault 5 en el coche oficial, prohibir a los
miembros de su gabinete volar en primera (“vais a llegar al mismo tiempo
en clase turista”, dijo a sus ministros) o tener chófer, bajarse el
sueldo y el de todos los funcionarios y negarse a disfrutar de aire
acondicionado en su despacho asegurando que esto era un lujo al alcance
de muy pocos.
El también senegalés Mamadou Diouf,
organizador del Foro Social Mundial de Dakar 2011, cuenta otra anécdota
de Sankara: “Fue durante una reunión de la Organización para la Unidad
Africana en Addis Abeba. En el receso para comer, Thomas llegó a la mesa
que estaba preparada y vio allí toda aquella comida que rebosaba por
fuera de las bandejas, apetitosa y humeante, las copas de cristal, el
agua embotellada que costaba un dineral. Entonces se dirigió a uno de
sus asistentes y le dijo que pidiera al servicio una bacinilla, que la
llenara de agua del grifo y la trajera a la mesa. Luego dio dinero a
otro miembro de la delegación de Burkina y le encargó que fuera a la
calle y a la primera mujer que vendiera comida en la calle le comprara
unos muslos de pollo y un poco de arroz. Ningún burkinés probó nada de
lo que había en la mesa aquel día. Sankara acababa de dar un discurso
diciendo a los líderes del continente que la única manera de salir del
subdesarrollo era consumir africano y era de los que pensaba que había
que empezar por uno mismo. Le ofendía el derroche”.
El 15 de octubre de 1987, cinco años
después de su llegada al poder, fue asesinado por sus propios compañeros
de revolución. “La víspera de su muerte nos llamó a Dakar”, asegura
Marie-Angélique. “Nosotros sabíamos que había problemas entre ellos,
entre los líderes, pero nunca pensamos que se iba a llegar tan lejos.
Nos dijo que la situación se había deteriorado mucho, que no sabía qué
iba a pasar, que todas las vías de diálogo se habían agotado”. Cuando
habló con Landing fue aún más explícito. “La gente no me comprende”, le
dijo. “Thomas estaba muy preocupado por los antagonismos en el seno del
Ejército. Sabía que se estaba preparando algo, pero él estaba decidido a
llegar hasta el final, aquel día que hablamos él ya se sabía un mártir,
estaba completamente aislado. Desde la óptica de sus compañeros, él
había querido ir muy rápido con las reformas”, concluye Landing Savané.
El crimen, en el que también murieron
otras doce personas, fue orquestado por el propio Blaise Compaoré, desde
entonces y hasta ahora presidente de Burkina Faso, quien rápidamente
revocó muchas de las decisiones adoptadas por Sankara e hizo lo posible
por borrar su memoria. De hecho, su cuerpo fue desmembrado y enterrado
en una tumba anónima. “Nos revolvimos, sentimos cólera”, recuerda
Landing, “nos manifestamos en Dakar. Me llamó Mariam, la mujer de
Thomas, muy preocupada, tenía miedo, pensaba que iban a por ella y a por
sus dos hijos también. Entonces fui a ver a Blaise, lo conocía porque
me lo había presentado el propio Sankara, y le dije que lo ocurrido era
terrible, que ya no tenía remedio, pero le pedí que al menos dejara
marchar a Mariam. El presidente de Gabón también medió y finalmente se
logró que salieran del país”.
Thomas Sankara, con su radical discurso
del cambio, se había enfrentado a poderosas fuerzas económicas y
políticas que acabaron por matarle. El imperialismo que tanto combatió
lo llevó hasta la tumba. Él mismo lo vaticinó varias veces. En julio de
1987, durante una reunión de la OUA en Addis Abeba dio un recordado
discurso ante los líderes africanos en el que reclamó la unidad de todas
las naciones del continente para oponerse a pagar la deuda externa que
ahogaba y mantenía en la pobreza y la dependencia a los ciudadanos.
“Si Burkina Faso es el único país que rechaza pagar la deuda, yo no
estaré en la próxima conferencia”, dijo. Tres meses después dejó para la
historia su famosa frase, “aunque los revolucionarios, como los
individuos, puedan ser asesinados, nunca se podrán matar sus ideas”. Una
semana más tarde ya estaba muerto. Hoy, 25 años después, son legión los
africanos que no le han olvidado.
José Naranjo, en El País
No hay comentarios:
Publicar un comentario