Las encuestas preelectorales
acertaron. Predijeron unos resultados que casi se han repetido en las
urnas. En el caso del País Vasco, había seis incógnitas a priori que las
elecciones han dejado encauzadas, pero no resueltas.
La primera, el número de votos y escaños que cada partido
alcanzaría. No bastaba sólo con ganar, había que hacerlo con una
distancia suficiente para tener el margen de maniobra que permitiese
pactar con todos o casi todos y no quedar presos de ninguna posible
coalición de aquellos partidos que no habían sido los más votados. La
distancia era un termómetro fundamental para clarificar lo que podía
ocurrir el día después.
La segunda incógnita ya se ha resuelto. El PNV entró a las
elecciones autonómicas con un programa claro y un liderazgo
incuestionado. La apuesta por situar en primer plano la realidad
socioeconómica, la coherencia del programa, la credibilidad de su cabeza
de lista y la confianza que transmitió han provocado que no sólo le
voten nacionalistas convencidos, sino ciudadanos preocupados por su
futuro y por el de la sociedad vasca.
Los resultados del PNV le permiten respirar; ha sacado seis
escaños más que el segundo: EH-Bildu, once más que el PSE, 17 más que el
PP. La suma de escaños no refleja del todo los límites y las opciones
que señalan los resultados. En valores absolutos, el PNV saca 97.000
votos a la segunda fuerza: EH-Bildu. Los 383.565 votos le alejan de los
resultados obtenidos por EH-Bildu (276.989) y, por supuesto, le dan
170.000 votos más que los obtenidos por el PSE (211.929) y casi 270.000
más que los cosechados por el PP (129.907).
La conclusión es clara: el PNV puede gobernar en solitario ya
que las alianzas posibles entre sus contrincantes son muy difíciles o
puede llegar a acuerdos con PSE o EH-Bildu para formar gobiernos de
coalición, acuerdos estratégicos o alianzas puntuales. Dicho de otra
manera: puede elegir cómo y con quién gobernar.
La tercera incógnita era el peso electoral que podía alcanzar
la izquierda abertzale. El universo electoral de EH-Bildu había
demostrado en las elecciones generales y municipales de hace unos meses
que contaba con una masa crítica de votantes muy significativa. Los
285.000 votos obtenidos le auguraban unos buenos resultados. Lo han
sido, pero creo que cabe hacer dos matizaciones importantes. La primera
es que los 276.989 votos son menos que los cosechados en elecciones
pasadas y, lo que es tan bien importante, en los lugares donde gobierna
-Gipuzkoa, Donostia-San Sebastián…- ha perdido votos y votantes, lo cual
indica que tiene un techo electoral y está sometido al poder de la
coyuntura y a la presentación de la cuenta de resultados que exige la
ciudadanía a los partidos que la representan. Un segundo aspecto es que
los escaños conseguidos (21) le ponen muy difícil la influencia sobre la
formación de gobierno, acuerdos multipartitos u otro tipo de iniciativa
que puedan proceder del gobierno que se forme en Euskadi.
La cuarta incógnita es el papel del PSE. Ha perdido miles de
votos y escaños. El liderazgo de Patxi López ha naufragado. Lo ha hecho
por cuatro razones fundamentales. La primera es la influencia externa
generada por el desplome del PSOE en el Estado. La realidad electoral en
el largo plazo indica que el PSE obtiene los mejores resultados en
Euskadi cuando el PSOE está al alza. Hay vasos comunicantes e
influencias mutuas. Por el contrario, cuando el PSOE pierde votos y
escaños en el Parlamento español, también lo hace el PSE en el
Parlamento Vasco. Las últimas elecciones generales y municipales son
demostración de este hecho. Los datos demuestran que el PSE quiere
gobernar en un contexto sociopolítico que le era hostil. El PSOE había
perdido en España más de cuatro millones de votos, la mayoría de las
comunidades autónomas donde había gobernado y en las dos en que
conservaba el poder (Andalucía y Asturias) lo hacía en minoría y con
gobiernos de coalición. El PSE no ha podido escapar de esta regla del
comportamiento político.
Por otra parte, la coalición con el PP le ha resultado fatal.
Nadie -fuera de los círculos inmediatos del poder- entendió esa
coalición que, a la postre, demostró que no le rentaba nada y que
cuando el PP accedió, con mayoría absoluta, al Gobierno de España era ya
difícil de mantener. La ruptura de la coalición le metió en unas
elecciones anticipadas de las que nada bueno podía esperar, más allá de
los intentos por recuperar el discurso de izquierda y de oponerse
enérgicamente a las medidas del Gobierno popular.
El tercer dato es la gestión del Gobierno Vasco. Resultó bastante gris, sin medidas que permitiesen ver el sello López o
la mano del socialismo vasco. No pudo pactar con nadie, se confrontó
con las diputaciones en un conflicto de desgaste donde tenía todas las
de perder y no aprovechó los cuatro años para corregir algunos de los
problemas que le preocupaban: cuentas públicas, organización de la
Administración vasca, sanidad, papel del entramado industrial y
empresarial... La crisis económica se llevó por delante algunas de sus
medidas y en otras demostraron tener muchas dudas: Lanbide, políticas
sociales, programas de empleo...
El resultado es que sus políticas no tuvieron eco ni poder
transformador. El Gobierno de López se encontró con paredes que le
resultaron no sólo imposibles de derribar sino también siquiera de
rodear. Cuando quiso darse cuenta estaba sólo, sin posibilidad de pactar
nada con nadie.
El cuarto hecho es que el gobierno de coalición que Patxi
López encabezó tuvo la pretensión de construir un paradigma alternativo
al gestado por el nacionalismo vasco. No supo hacerlo, nunca entendió
los condicionantes que tal pretensión tenía. El PSE demostró no tener
poder político para liderarlo, escaso poder social, un reducido poder
económico y un deficiente poder cultural.
El resultado es que sin apoyos externos, con apoyos internos
muy limitados, sin posibilidades de imponer una visión distinta de las
cosas y con las armas de la gestión muy poco afinadas, su proyecto
estaba llamado a perder votos porque no convencía a sus caladeros
electorales habituales. La izquierda sociológica vasca huyó de sus
propuestas y sólo el miedo al vacío y su larga y fructífera tradición
política le ha sostenido, pero es evidente que una manera de hacer las
cosas ha entrado en declive y el socialismo de la margen izquierda que
lideró Patxi López ha visto perder el poder político no sólo a niveles
generales sino también en sus feudos tradicionales (excepto en
Portugalete, lo ha hecho en Barakaldo, en Sestao, en Santurce o en
Trapagarán).
Tampoco terminó de convencer el papel que el PSE quiso
arrogarse como el partido que trajo la paz a Euskad. La ciudadanía vasca
entendió que su aportación había sido menos significativa de la que se
empeñaron en "vender" y que el cese definitivo de la violencia de ETA
fue el resultado de factores más complejos y envolventes de los que se
proclamaban desde la retórica política socialista.
La quinta incógnita tenía que ver con el papel del PP. El
Partido Popular debía defender en Euskadi el gobierno de coalición y, a
su vez, presentar una explicación ante la sociedad vasca de la política
de recortes procedentes del Gobierno de Madrid. No hizo ni una cosa ni
otra. Quizá ambos hechos le parecieron "peligrosos" y huyó de ellos
marcando un perfil con un programa virtual y una política del miedos
llamando a lo que ocurría al día siguiente si ganaban, en su expresión:
los independentistas.
Esta forma de entender la política vasca le alejaba de tener
que explicar los ajustes en educación, en sanidad, los recortes en
política autonómica, pero también le alejaba de sectores tradicionales
de su electorado y, sobre todo, de la ciudadanía vasca, que no ha
terminado de conocer cuál es el proyecto del PP para Euskadi, amén de la
explotación intensiva de la política del miedo.
Los ciudadanos vascos, con miedo o sin miedo, no saben qué
quiere el PP. Su líder, Antonio Basagoiti, ha olvidado hacer política,
ha huído del lugar de la confrontación inventando un lenguaje y un
problema que nadie había planteado. Los resultados obtenidos han sido
bastante malos. Pierde votos y, sobre todo, pierde prestigio político
porque ha demostrado que más allá de los negocios políticos de su amplia
familia - el Partido Popular en España- la carcasa que anuncian está
vacía. Después de estas elecciones nadie sabe qué quiere Basagoiti para
Euskadi, lo que sí hemos aprendido con su discurso electoral es que en
Euskadi hay independentistas, pero esto ya se sabía.
La sexta incógnita tenía que ver con lo que iba a pasar con
los partidos más pequeños. Izquierda Unida -Ezker Batua, en sus dos
acepciones- desaparece del Parlamento Vasco. No fue capaz de sustraerse a
sus conflictos fraticidas ni a su pasado turbulento. UPyD mantiene su
escaño. Tendría que decir que su candidato, Gorka Maneiro, se lo ha
ganado con una demostración de coherencia y contumacia política, más
allá de la opinión que merezcan sus posiciones. A veces, la claridad y
el riesgo en política da resultados. No tanto como proclamaba el
candidato para formar grupo propio, pero sí para tener un espacio donde
seguir dejándose oír.
Las alianzas o el gobierno en solitario del PNV podrán ser o
no, para lo que faltará tiempo es para enfrentar el enorme y arriesgado
trabajo que queda por hacer. Enfrentar las consecuencias de la crisis
económica y plantear un nuevo estatus para Euskadi en España. No sólo va
ser el momento de conocer qué quiere Euskadi sino de saber también qué
puede ofrecer España: con un gobierno sin recursos ideológicos, atrapado
en una crisis para la que no encuentra salida ni solución, con un
horizonte donde no terminan de verse los días azules y con una
propensión a hacer política ignorando los problemas y los conflictos,
protegido como está por una mayoría absoluta en el Congreso. Los
resultados de las elecciones vascas vuelven a demostrar que todo está
abierto, que el modelo de Estado está lejos de estar cerrado y que,
probablemente, la desafección sobre lo que sea España ha tomado una
velocidad difícil de parar. Quizá el independentismo no sea lo que dice
Basagoiti, pero cada vez es más notorio que la factura del coste de ser
español hay muchos ciudadanos vascos que no están dispuestos a pagarla.
Ander Gurrutxaga, en Grupo Noticias
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