Historia, aquella del 18 de julio de 1936, en Navarra,de sus inmediatos antecedentes y de lo que siguió durante años, contada hasta la saciedad, en todos sus detalles, eso dicen, sobre todo quienes sostienen que es mejor no remover, lo que equivale a afirmar que aquí solo se remueve lo que yo diga. Mejor no remover porque hacerlo abre heridas y aviva rencores. Contar, no contar, callar, vivir obligado al silencio, a la mordaza social, académica, policial, familiar, convivencial, o lo que es peor, a repetir como doctrinos la verdad revelada, hecha consigna. No, no está todo contado.
Y eso que la historia fue contada, con sus más y sus menos siempre, desde muy pronto, en concreto desde 1937, cuando aparece en Zaragoza Con el general Mola. Escenas y aspectos inéditos de la Guerra Civil, el libro que José María Iribarren estaba escribiendo desde el 22 de julio de 1936, el día que acompañó a Mola a Burgos, en calidad de secretario, y empezó a recoger los partes de guerra, las proclamas del general alzado y de la Junta de Defensa, los borradores de las cartas que el general le dictaba. Mucha documentación. Preciosa. ¿Perdida? ¿Destruida? Probablemente.
Dos escenas. De 1967. José María Iribarren veranea en Donostia. Trata con José de Arteche. Un día acude a su casa a recoger un libro que el segundo iba a prestarle. Conversan. E Iribarren se lamenta: "¡Dios! ¡Tener que morirse sin ver publicados los libros que uno tiene escritos...!".
Arteche le contesta que él espera ver publicados los suyos, ese excepcional El abrazo de los muertos (1970), por ejemplo.
Pero Iribarren le replica: "Tu caso es distinto. En el caso mío, viven todavía y vivirán los hijos y los nietos y parientes de muchos acerca de quienes tengo necesidad de decir toda la verdad. Y adoran su recuerdo. Los consideran como dioses".
Una sombra, esa, que se proyecta hasta el presente, donde hacen política, y dinero (mucho), los hijos y los nietos de aquellos que pensaban que el alzamiento iba a ser nada más que "una Marcha sobre Roma, pero con más sangre", porque la hicieron correr que fue un gusto.
Y de seguido, Iribarren le explicaría a Arteche que por fin un profesor de historia (Vicente Cacho Viu) le había incitado a escribir sus memorias porque él, dice, no puede morirse sin descubrir el secreto de muchas cosas. Iribarren se murió y no descubrió el secreto de muchas cosas.
Iribarren se dio cuenta, entre otras cosas, de que aquella gente no tenía honor, no solamente porque daba su palabra de honor en falso (Mola a Batet, en Iratxe durante la entrevista del 16 de julio), sino que luego le obligaba de manera violenta al silencio.
Otra escena. Días después regresa Iribarren a casa de Arteche a devolverle a éste el libro, una "apología de Hedilla por Maximiliano García Venero" (casualmente la acababa de publicar Ruedo Ibérico). Ese día (18.8.1967) el escritor guipuzcoano escribe: "Me dice atrocidades del general Mola: los peores calificativos como mala persona, y me repite lo que tantas veces me ha dicho: No pensaba más que en matar".
Nunca se insistirá lo suficiente en que aquello estaba preparado desde meses atrás; en que Mola, que no conocía Pamplona, contó en la ciudad con civiles que le ayudaron a confeccionar las listas de las personas a las que se les iba a aplicar las instrucciones secretas del general que ordenaba la implantación de un régimen de terror. Fue así y se ha contado de otra manera o no se ha contado en absoluto. Si les hablan de las atrocidades cometidas por los falanges, dirán que esa es una visión sectaria y que menuda prosa tenían sus escritores.
Iribarren estuvo varios meses como secretario de Mola, supo del día a día de la represión y de sus protagonistas, e incluso más tarde, intervino en juicios militares, como el que llevó a la cárcel al pintor Javier Ciga, y finalmente escribió esas Memorias para las que habilitó un escondite por si su casa volvía a ser registrada por orden gubernativa.
¿A dónde fueron a parar las Memorias de José María Iribarren, unos 500 folios,que examinó en Pamplona Vicente Cacho Viu cuando fue profesor de la universidad del Opus?¿Estuvieron depositadas durante 25 años en la caja fuerte del Diario de Navarra y luego fueron destruidas o esto es una leyenda urbana, o una triste realidad condenada a ser eso?
En otra covachuela del parapeto de papel, Raimundo García, Garcilaso, director del Diario de Navarra, y el más activo conspirador civil de la sublevación. ¿Es también una leyenda urbana que durante unos Sanfermines quemó todo su archivo personal referido a aquella época o esto es pegote de "los que saben"? ¿En manos de quién siguen los diarios robados al propio Mola el día de su muerte?
Diarios censurados, memorias desaparecidas, documentos destruidos, bocas cerradas por el miedo y más cerradas por la muerte, desaparición de testigos, tanto que los forenses que abren las fosas hace tiempo que han dicho que se está haciendo demasiado tarde, historias tergiversadas hasta el delirio, hasta hacer de la mentira verdad y sobre todo dogma de fe, intocable... una historia de nunca acabar, la del 18 de julio de 1936.
Miguel Sánchez-Ostiz (vivirdebuenagana.blogspot.com)
1 comentario:
A finales de los años 60 conocí en Santander un cura que habia sido capellan de Mola y que decía custodiar las memorias de este. Hablaba fatal de Franco, le llamaba "Patascortas", y decia que las memorias que guardaba le protegian
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