"Si queréis estudiar a los hombres, no dejéis de frecuentar la sociedad de los niños", dejó escrito el filósofo inglés Thomas Hobbes, teórico del Leviatán, el Estado totalitario, impresionado ya desde el útero materno por el terror de su madre embarazada a la espera del fatal desembarco de la Armada Invencible en las costas inglesas y sus previsibles consecuencias para los súbditos no católicos de la reina Isabel. De igual modo, la visión de la vida, y de la muerte, del general Mola, parido en el miedo, quedó fijada desde su inicio.
Mola, niño en Cuba
Emilio Mola Vidal nació en Placetas, provincia de Villa Clara (Cuba), el 9 de julio de 1887. Su padre era capitán de la Guardia Civil y había sido destinado a ese puesto meses antes del nacimiento de su hijo. Cuba se encontraba ya inmersa en la definitiva guerra por su independencia. En 1885, José Martí, Antonio Maceo y Máximo Céspedes habían firmado el Pacto de Montecristi y declarado la insurrección con el llamado Grito de Baire. El Gobierno español, viéndose desbordado por los acontecimientos, sustituyó como capitán general al mando de las tropas en la isla al General Martínez Campos por el general Valeriano Weyler, viejo conocedor de Cuba, puesto que había participado como coronel en la primera gran insurrección cubana, la llamada Guerra Grande (1868-1878), que finalizó con la Paz del Zanjón.
Weyler, por tanto, volvía aprendido. Se enfrentaba a un enemigo irregular, los mambises, quienes tomaron tal nombre en honor a Juan Ethinius Mamby, oficial negro del ejército español que se pasó a la rebelión contra los españoles en Santo Domingo. Los mambises integraban unidades mitad ejército a caballo y machete, mitad guerrilleros, que incursionaban mediante escaramuzas contra las posiciones más adelantadas y débiles del enemigo ocupante. Weyler, sabedor de que su ejército regular, organizado a imitación del prusiano, no tenía opciones contra un enemigo furtivo, comenzó por aislar a los mambises, también llamados infidentes (término colonial equivalente al actual de terroristas).
A tal efecto, ordenó la construcción de trochas o líneas defensivas que partían Cuba (entre las más importantes, la de Júcaro a Morón en el centro de la isla y la de Mariel a Majana, en el punto más estrecho -35 km- de la misma). De tal forma, separaba el oriente, territorio dominado por los mambises, del occidente rico en el que residía el 80% de la población, donde estaban ubicadas la mayoría de las explotaciones azucareras y tabaqueras y que estaba comunicado por tren, construido incluso antes que en la península, precisamente por la presencia de tales intereses económicos. Obsérvese que tal táctica es actualísima y utilizada, por ejemplo, por el reino de Marruecos en el llamado muro defensivo del Sahara Occidental.
Una vez dividido el territorio, Weyler comenzó la agrupación de los guajiros (campesinos), verdadero apoyo personal y material de los insurrectos, mediante su ingreso en campos de concentración, de su personal invención y desde entonces aplicados -además de por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial- por franceses y americanos, entre otros, cuando tuvieron que afrontar la guerra de guerrillas en Argelia y Vietnam. Se puede decir que con las tácticas de Weyler se utilizó por primera vez un ejército en masa en labores policiales. Alrededor de cien mil campesinos murieron en el empeño de Weyler, pero los doscientos cincuenta mil soldados españoles para controlar una población total de un millón seiscientas mil personas no sirvieron de nada. En 1898, Cuba consiguió la desanexión de España, y la familia Mola tuvo que emigrar. Todos estos hechos vividos al fuego del hogar, y de la Casa Cuartel, que para la familia Mola eran una misma cosa, imprimieron carácter al futuro general.
Mola, militar
Apenas seis años después, en 1904, aún adolescente, Mola ingresó en la Academia de Infantería de Toledo. La guerra de África le proporcionó ocasión de fraguarse en el combate y de poner en práctica los rudimentos de lo conocido en Cuba. En sus Obras Completas -Librería Santarén (Valladolid 1940)-, dedica una sección a su experiencia africana, titulada Dar Akobba. Se trata de un diario de guerra y una declaración de principios de un militarismo supino. Aunque reconoce que la guerra es "un azote de la humanidad", la admite, porque es en la guerra donde se "forja el alma de los pueblos" y, según él, será así por siempre puesto que "acabará cuando el hombre deje de habitar la tierra", por lo que consideraba "un soberano disparate educar las generaciones en una engañosa teoría pacifista". No entiende Mola la guerra a la manera de los militares profesionales europeos, como Clausewitz la definió: "Una continuación de la política por otros medios". Para Mola, la guerra es una dinamo social; en su visión del mundo y de la vida, la paz es el accidente y, la guerra, la normalidad.
Mola, policía
Entre los años 1915 y 1917, fue destinado al Regimiento Alba de Tormes número 40, en Barcelona. La ciudad atravesaba grandes disturbios que se conocieron como los años del pistolerismo por los enfrentamientos entre sindicalistas revolucionarios y los sicarios de la patronal. Mola sale de la experiencia con un bagaje de conocimientos que le serán de gran utilidad cuando en 1930 el general Berenguer, anteúltimo presidente de gobierno de Alfonso XIII, le nombre director de Seguridad. Así lo reconoce en sus memorias: "Menos mal que por haber vivido algunos años en Barcelona, en época en que la cuestión obrera estaba muy enconada (…), tuve entonces el deseo de conocer los orígenes del socialismo y del anarquismo". A continuación, Mola se pregunta: "¿Quién no ha tenido en su biblioteca libros sobre Rusia? ¿Quién no ha leído algo sobre el plan quinquenal?" (Obras Completas, pág. 233). Me atrevo a contestar. En aquellos tiempos -no creo que tantos-, militares, casi ninguno. Lo que ocurre es que Mola fue de los precursores en el anticomunismo.
En una casta militar más atenta al anarcosindicalismo, socialismo, republicanismo o separatismo, destaca Mola por su interés L'Éntente Internationale contre la III Internationale, organismo creado en Ginebra para combatir el comunismo. Cuando relata sus vivencias de aquella época -Lo que yo supe, en sus Obras Completas-, da cuenta de su transformación en militar-policía, permanentemente atento a la conspiración de un entonces micropartido, el comunista, que luego le servirá de gran coartada para justificar su golpe militar.
Mola, político
Habiendo estado acusado -aunque su causa fuera sobreseída- en la intentona del general Sanjurjo (1932), fue separado del ejército durante dos años en los cuales vivió de hacer juguetes. Readmitido por las derechas triunfantes durante el bienio negro (1934-1936), posteriormente el gobierno del Frente Popular le destina a Navarra intentando su alejamiento de Madrid, centro de las conspiraciones políticas. Lo mismo hizo con Franco, al que envió a Canarias, y Goded, destinado a las Baleares. Craso error. Ya en Iruñea, Mola se dedica por entero a la conspiración. Sin experiencia previa en el trato con los carlistas, se enfrenta con la oposición de sus dirigentes nacionales, renuentes a ceder el mando político a unos militares que, con la excepción del general Varela, no asumían el credo tradicionalista, ni mucho menos aceptaban al pretendiente carlista como futuro rey.
Mola se muestra como un consumado actor político. Puentea al líder nacional, Fal Conde; pacta con el lider carlista navarro Conde de Rodezno y con los vascongados hermanos Oriol. Todos ellos habían evolucionado de un originario vasco-navarrismo durante la época del debate del Estatuto de Estella, a posiciones abiertamente subversivas. Los movimientos de Mola no pasaron desapercibidos a su superior en Burgos, el capitán general Batet. El 16 de julio, Batet le cita en el monasterio de Iratxe y directamente le pregunta si está metido en alguna conspiración aventurera contra el gobierno de la República. La contestación de Mola es ya la de un tahur de la política: "Yo lo que le aseguro es que no me lanzo a ninguna aventura". Dos días después, los conmilitones de Mola detuvieron a Batet, lo fusilaron y sus despojos sobre el suelo presidieron una macabra revista militar al paso en formación de la guarnición de Burgos para que sirviera de escarmiento y aglutinara a los alzados en comunión de sangre.
Ya instalado en las artes del escamoteo, ofreció su particular argumento defensivo ante la constante acusación de intervencionismo de la Alemania nazi a favor de su causa: "Si el mando rojo o de cualquier país que lo desee señala una sola compañía de infantería alemana en el Ejército Nacional, juro por mi honor que me entrego a mi antiguo capitán y experto cazador furtivo de energía eléctrica (sic), el camarada rojo (general) Miaja". Mientras los cielos se poblaban de aviones de la alemana Legión Cóndor, Mola, en un ejercicio de malabarismo, contestaba a una improbable pregunta sobre la presencia de una inexistente infantería alemana.
Mola, terrorista
Los preparativos de la insurrección militar, del llamado Alzamiento, fueron obra de Mola, a quienes los conspiradores dieron por nombre en clave El Director. El 25 de mayo de 1936, en la " Instrucción reservada nº 1" insta a los complotados: "Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta dirigida a directivas de partidos, sociedades o sindicatos no afectos al movimiento, aplicándoles castigos ejemplares".
Con esa directiva expresa a las claras que su objetivo final era la exterminación de los adversarios ideológicos. Por tanto, discrepo de quienes sostienen que Mola asesinó en Navarra por razones simplemente tácticas, que la " limpieza del cuarto trasero", es decir, la masa campesina socialista en la zona Media y Ribera y la nacionalista en la Barranca y la Montaña se debieron exclusivamente a la dificultad de emprender su avance sobre la frontera de Irun y los Altos de la sierra madrileña dejando una retaguardia expuesta al enemigo en una línea de seiscientos kilómetros.
Fueron razones estratégicas las que llevaron a Mola a convertirse en terrorista: administrar el terror para instalar un nuevo régimen sin oposición. Oigámoslo de su propia boca: "Hay que sembrar el terror, hay que dejar sensación de domino, eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros".
La guerra total estaba servida y comenzó con el asesinato a instancias de Mola y ejecutado por sus propios oficiales del comandante de la Guardia Civil de la plaza de Iruñea, D. José Rodríguez Medel, quien se había negado a traicionar al gobierno legítimo.
Ya tenemos a Mola en el cenit de su influencia. Hay constancia fotográfica. Burgos, 27 de agosto de 1936, foto del Berliner Illustrieter Zeitung: Mola sale de un edificio llevando rodeado por su brazo a Franco. Le saca más de una cabeza. Nadie nunca más se atrevió a tanto con un Franco alérgico al contacto personal y menos aún a las familiaridades de presuntos iguales.
Franco se hizo con el mando supremo, Mola murió en accidente de aviación el 3 de junio de 1937. Sé que persisten las dudas sobre ese punto. Personalmente creo que Mola, quien no había alcanzado sus objetivos militares -toma de Madrid y de Bilbao-, y lejos del poder en ascenso de Nicolás Franco y Serrano Súñer, creadores del caudillismo de Franco, había perdido sus opciones. Fue víctima de su imprudencia por desatender las advertencias de emprender vuelo en circunstancias climatológicas adversas: la fuerte niebla que reinaba sobre la provincia de Burgos.
En Alcocero de Mola, así llamada por ser el lugar donde el aparato se estrelló, se erige un monumento conmemorativo. Franco no hubiese autorizado levantarlo si recordara un asesinato instigado por él mismo. Cuando sí estuvo implicado, como en el caso del suicidado general Juan Bautista Sánchez, al muerto no se le concedió honor alguno. Y no olvidemos que fue precisamente Sánchez quien, al mando de la V Brigada de Navarra, terminó lo que Mola no pudo, la toma de Bilbao, dieciséis días después de la muerte de aquél.
Meses antes, en un discurso pronunciado en febrero, había anticipado lo que bien pudo haberle servido como epitafio: "Y sé también que lo que he dicho es bueno, y es honrado, y es puro. Y sé también que se hará. El cómo no me importa". Insuperable afirmación de pensamiento totalitario, de cuya traslación al Estado teorizó Hobbes en el Leviatán... Pero Mola ejerció en la práctica con el alzamiento que puso los cimientos del nuevo Estado franquista.
Txema Montero (en DEIA)
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