miércoles, 13 de julio de 2011

¿DÓNDE ESTÁN LOS MILLONES DE HAITÍ?

Es la pregunta que se hace el nuevo presidente de Haití, Michel Martelly, que, con toda naturalidad, dice desconocer el uso real que se ha dado a los millones «donados» tras el terremoto. «Cuando preguntamos, nos dicen que han sido destinados a salvar a la gente, a enterrar muertos, a curar heridos, a quitar el hambre. Son cosas que no se pueden ver y difíciles de cuantificar. No es como un edificio o una carretera. Sé que han sido 4.000 millones en apenas siete meses. Pero tampoco podemos acusar a nadie», ha dicho en su reciente viaje a Madrid el ex cantante y actual mandatario del país más pobre del mundo.

Martelly, elegido únicamente con el 30% de los votos y con un pasado más que dudoso por su presunta implicación en los escuadrones de la muerte orquestados por el dictador François Duvalier y su hijo Jean Claude, pretende salvar a sus compatriotas con dinero extranjero o, mejor dicho, abriendo de par en par las puertas del país al capital de las grandes potencias. «Se puede crear un gran barrio que se llame España. Y después vendrán los franceses y querrán construir otro que se llame Francia y, después, Estados Unidos. Y España será la dueña de la energía». Esa es su idea de progreso.

La esclavitud, seguida de una larga guerra por la independencia, la pobreza y sucesivos golpes de Estado, han marcado el pasado y presente de Haití, sacudido hace más de un año por un devastador seísmo.

Esta tragedia fue la excusa perfecta para ocupar la isla e interferir directamente en sus asuntos. Su nuevo presidente quiere dar un aire de legalidad a tanta mano extranjera, presentándola como la salvación a todo los males. Pero el desarrollo con mayúsculas no pasa por convertir una vez más al país en una colonia a merced de los intereses de las multinacionales. El futuro debería de pasar por la depuración de las responsabilidades en las violaciones de derechos humanos pasadas y actuales y por crear una red de infraestructuras por y para los haitianos. Pero, lamentablemente, todo indica que las aguas van por otro cauce.

Ainara Lertxundi, en GARA

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