En julio de 1512, Fernando de Aragón envió al duque de Alba hacia Pamplona, acompañado de un ejército dotado de abundante artillería y 12.000 soldados. Los invasores llegaron pronto a los alrededores de la capital. Se detuvieron primero en Arazuri, en un palacio de un familiar del conde de Lerín y, más tarde, el 24 de julio en la Taconera, a las puertas de la ciudad. Pamplona intentó ganar tiempo e incluso pretendió pactar condiciones para preservar las libertades de las que habían gozado hasta ese momento. La respuesta que recibieron del jefe de las tropas españolas, el Duque de Alba, es una de las expresiones más clarificadoras de la verdadera naturaleza de la conquista de Navarra:
“No son los vencidos quienes imponen leyes a los vencedores, sino que las reciben de éstos. Marchad pues y comunicad a vuestros convecinos que, o se entreguen sin condición alguna, poniendo en mis manos todos los bienes eclesiásticos y públicos –en cuyo caso disfrutarán de absoluta libertad y de sus haciendas-, o si no les placen estas condiciones, sepan que han de pasar por todo lo que acontece en el asedio de las ciudades: matanzas, sin respetar edad ni sexo; incendio de las haciendas, tanto eclesiásticas como privadas, y saqueo de toda clase bienes.”
Pamplona hubo de capitular y, el 25 de julio, fiesta católica de Santiago, las tropas españolas entraron en la ciudad con alarde de su potencia militar y altanería colonialista. Y con la espada, la cruz, en una invasión que, desde un primer momento, adquirió naturaleza de Cruzada.
Valles, pueblos, villas y ciudades fueron cayendo, si bien Lizarra y sobre todo Tutera resistieron todavía algún tiempo. Las tropas españolas cruzaron los Pirineos, saquearon Garazi, y desataron una campaña de incendios, saqueos y matanzas. Algunas localidades fueron arrasadas. Los españoles sembraron el terror en Navarra y uno de sus jefes, el coronel Villalba, el sanguinario matarife de la ciudad de Niebla, llegó a afirmar que este comportamiento criminal era preciso para “imponer a los pueblos un saludable temor”.
Así, gracias al terror, Fernando se hizo con Navarra en muy poco tiempo. Las tropas aragonesas obligaron a los tudelanos a rendirse, no sin antes pedir permiso a los propios reyes navarros, que se lo concedieron, como había ocurrido en Gasteiz en 1200, para evitar alargar el sufrimiento a sus súbditos.
La rapidez de la primera conquista de julio-agosto de 1512 ha sido utilizada para defender la idea de que no hubo resistencia navarra. Nos hallamos ante otra mentira propagandística desmentida rotundamente por los hechos. Tanto es así que los españoles necesitaron muchos años para domar esa resistencia a pesar de las medidas represivas y amenazas con las que quisieron amordazar a la población.
Cuando decimos que necesitamos recuperar la memoria histórica, estamos afirmando que este Pueblo oprimido ha de superar el proceso de invisibilización al que se ha visto sometido históricamente. En primer lugar, clarificando lo que realmente sucedió, una conquista militar, reconociendo que perdió su soberanía de una forma violenta. En segundo lugar, recuperando la memoria de las vencidas, es decir, sacar del anonimato todos aquellos nombres y apellidos de quienes, por no rendirse ante el invasor, tuvieron que sufrir todo tipo de experiencias traumáticas: Pedro de Rada de Murillo, torturado hasta la muerte en el otoño de 1512, el capitán Joanicot, responsable del Castillo de Garazi, asesinado en 1521, el Mariscal Pedro, muerto en la cárcel de Simancas en 1522, Belaz de Medrano y su hijo Luis, envenenados en la cárcel de Pamplona, Martin Bertiz… y todas las mujeres que sufrieron procesos de brujería, tan sólo por seguir viviendo según lo habían hecho desde tiempos inmemoriables, como Juana Botin, Joana Bereterra, Graciana Iribarren, Joana Garro…
No obstante, oficialmente, desde el momento en que el ejército invasor entró en Navarra, todas esas gentes irredentas dejarían de existir, para convertirse en “franceses”, “brujas”, “traidores”, “ladronas”, “herejes” y “salteadores de caminos”, según la historiografía española y francesa. No lo eran para sus coetáneos, como dejó escrito el propio embajador de Venecia en su carta dirigida al emperador Carlos I. Según sus palabras, pese a la existencia de dos bandos, “universalmente, todos los de este reino tienen odio a los españoles y desean su rey natural”.
Así describió un coetáneo el estado de los navarros tras caer el Castillo de Amaiur en 1522: “como ovejas sin pastor […] padecieron sus casas y haciendas y parientes, grandes infortunios por la dura gobernación y mala conciencia de Castilla y por falsas acusaciones, unos vivieron en destierro, otros fueron degollados a gran sin razón, otros muy maltratados y atormentados, en especial en tiempo de la gobernación del regidor conde de Miranda, el cual fue destruidor de sus parientes [los agramonteses], todo esto por sostener su lealtad, puesto que los castellanos a todos los que hicieron su parte, llamaban leales y a los que hasta la muerte siguió y siguieron, traidores”.
De aquella mitad del siglo XVI nos llegan las primeras noticias de torturas a naturales del país para la obtención de información política. Los agramonteses seguían conspirando con la dinastía Navarra, y el propio virrey informó de la detención de varios navarros que “tras habérseles dado tormento confesaron actos en deservicio de su Majestad”. Y, posteriormente, la construcción de la Ciudadela, esa primera gran comisaría navarra que, además de vigilar los Pirineos, tuvo la función de “sujetar la voluntad de los naturales”, como dejaron escrito sus promotores. Los Virreyes impuestos por la Conquista pasarían, tres y cuatro siglos más tarde, a ser los Jefes Políticos y Gobernadores Civiles, hoy Delegados de Gobierno de unos territorios siempre bajo sospecha. Y durante cinco largos siglos, una constante sangría generacional con la marcha forzada de miles de jóvenes navarros para evitar alistarse en levas y servicios militares obligatorios.
El proceso de aculturación que hoy sufrimos es fruto directo de esa situación de sometimiento, proceso que nos empuja y obliga a abrazar una cultura impuesta. Al borrarse nuestra memoria histórica, muchos ciudadanos vascos han dejado de sentir como suya la historia de Navarra. Con el objetivo de frenar ese proceso de aculturación, agentes sociales del mundo de la cultura, la enseñanza y la investigación, así como colectivos que reivindicamos la memoria histórica nos hemos dado cita en la iniciativa 1512-2012 Nafarroa Bizirik. Para recordar que en julio de 2012 se cumplirán 500 años. Cinco siglos desde que fuimos invadidos por las tropas españolas. 500 años sin libertad, sin Estado, ocupadas violentamente, sin posibilidad de decidir nuestro futuro. En definitiva, cinco siglos conquistados. En estos cinco siglos han querido someternos, han intentado borrar nuestra identidad y ocultar qué fuimos y qué somos. Utilizaron la violencia, y siguen haciéndolo para que no seamos dueños de nuestro destino.
No podemos celebrar una conquista. Las conquistas son para denunciarlas, divulgando lo que realmente sucedió, y gritando bien alto que perder nuestra estatalidad supuso una auténtica tragedia. Porque hoy, ya en el siglo XXI, seguimos echando en falta la soberanía que nos fue arrebatada hace ya 500 años.
Patxi Abasolo Lopez, miembro de la Iniciativa 1512-2012 Nafarroa Bizirik
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