Emilia Girón murió a los 96 años sin haber podido encontrar al hijo que le robaron nada más nacer en un hospital de Salamanca. Se lo llevaron con la excusa de bautizarlo, pero nunca más lo volvió a ver. Su pecado era ser hermana del guerrillero Manuel Girón, El león del Bierzo. Otro hijo suyo prosigue la búsqueda a día de hoy. Se calcula que más de 30.000 niños, en muchos casos recién nacidos, fueron arrancados a la fuerza de los brazos de sus padres en cárceles, centros de salud e, incluso, en el extranjero. No estaba permitido ser hijo de republicanos.
Pese a ser uno de los pasajes más negros del golpe de Estado franquista de 1936, su historia sigue siendo silenciada, no existe. Sólo algunos historiadores y documentalistas han intentado rescatarla en una lucha contra el tiempo que, en el caso de Emilia, ha acabado en derrota.
El secuestro de menores para su posterior «reeducación» la emplearon otras dictaduras como las del El Salvador o Argentina. La distancia, en este caso, la marca el empeño de la sociedad, instituciones, instancias judiciales y, en definitiva, el estado por recuperar a esos niños, ya adultos o ancianos.
En Buenos Aires, las Abuelas de Plaza de Mayo acaban de encontrar al nieto número 102 después de que un juez le obligara a someterse a los exámenes genéticos. Ante su negativa, el juez ordenó el registro de su vivienda para incautarse de ropa u otros objetos que permitieran determinar su ADN. De este modo pudieron comprobar su verdadera identidad. El joven, hijo de dos militantes montoneros desaparecidos, nació en cautiverio junto a su madre en la ESMA. Fue raptado y criado por un oficial del Ejército, ahora huido.
En noviembre de 2009, el Parlamento argentino aprobó una ley para obligar a hacerse las pruebas genéticas y así compararlas con las muestras que hay en el Banco Genético. En el Estado español, ni Emilia ni el resto han tenido esa oportunidad de conocer qué pasó con sus hijos. Para ellos no hubo resarcimiento, ni leyes. Aquellos niños seguirán perdidos, muchos para siempre, como las fosas y los fusilados.
Ainara Lertxundi, en GARA
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