lunes, 25 de octubre de 2010

ÉRASE UNA VEZ.......

Son indudables las buenas intenciones del Ministerio de Igualdad en su empeño por promover una educación igualitaria en las aulas infantiles. Sin embargo, las recientes declaraciones de la ministra del ramo sobre un príncipe compartiendo faenas domésticas con Blancanieves recuerdan demasiado a la política educativa del felizmente fenecido régimen franquista y su lema de “instruir deleitando”. Bueno es fomentar en la infancia ideas de igualdad entre los sexos, pero no lo es menos el ofrecer a niños y niñas relatos de fantasía, terror, felicidad y desgracia, que despierten su imaginación y su sensibilidad, y de todo ello hay material abundante en los cuentos de hadas tradicionales. Bien es verdad que el cuento maravilloso, de tradición oral, pertenece a una época que se cerró hace más de dos siglos con la recopilación escrita de esos cuentos, y que los niños de hoy disponen de abundantes lecturas y medios audiovisuales con historias adaptadas a nuestro momento histórico, algunas incluso con enfoques feministas e igualitarios; pero ello no impide que puedan también disfrutar de los viejos cuentos de hadas.

Los llamados “cuentos de hadas”, en los que, por cierto, pocas veces aparecen las hadas, pertenecen al género de “cuento maravilloso”, que forma parte, a su vez, de la tradición del relato folclórico. Son historias de transmisión oral que se remontan a épocas muy antiguas e incluso pueden emparentar con las colecciones hindúes del Pantchatantra y el Hitopadeza, recogidas posteriormente en los relatos árabes e introducidas en la cultura europea medieval.

Todos los pueblos poseen relatos que repiten modelos parecidos con variantes según las diversas culturas y las distintas épocas. Las versiones han ido modificándose por el propio modo de transmisión, la palabra de los narradores, que introduce variantes y se adapta a las épocas y a los oyentes. Muchos de los relatos hunden sus raíces en hechos reales, reproducen ritos iniciáticos, recogen leyendas o se basan en mitos y creencias ancestrales. El elemento maravilloso es una constante en todos ellos: la magia y la presencia de seres fantásticos, hadas, brujas y ogros. Por otra parte, es patente su parentesco con la fábula por la presencia de animales parlantes y humanizados.

Los relatos folclóricos en general y, en particular, los cuentos maravillosos no están concebidos como relatos infantiles, lo que es fácilmente comprobable por la crudeza de algunos argumentos, la crueldad de que se hace gala, la violencia de los castigos, las alusiones sexuales explícitas... Reflejan los tabúes y prohibiciones, los miedos atávicos y con frecuencia advierten de los peligros y prescriben rígidas formas de comportamiento. En realidad, transmiten, como otras formas culturales, las ideas dominantes de cada época y los patrones aprobados de comportamiento, todo ello con un fuerte componente simbólico, propio de sociedades rituales.

Como hemos señalado, el cuento fue de transmisión oral durante siglos, hasta que a finales del siglo XVII, y sobre todo en el XIX, se recogieron y se publicaron, fijando entonces sus formas definitivas y cerrando su evolución. En la tradición cultural europea abundan las recopilaciones de cuentos populares en la mayoría de las lenguas y culturas. Sin embargo, las narraciones más conocidas e internacionales han sido las recopiladas por el francés Perrault, los hermanos alemanes Grimm y el escritor danés Andersen.

El cuento maravilloso ha sido objeto de estudio desde variados puntos de vista. Existen distintos análisis y clasificaciones, siendo la más difundida la de Vladimir Propp quien, en su obra Morfología del cuento, clasifica los relatos en función de la estructura narrativa. Sus mensajes y símbolos han sido objeto de las más variadas interpretaciones, entre las que destaca la del psicoanalista Bruno Bettelheim o la de la antropóloga Dolores Juliano.

Está generalmente admitido por la crítica que las formas culturales expresan en general las ideas dominantes en una sociedad dada; no obstante, en todas las culturas podemos advertir, asimismo, expresiones contraculturales, de resistencia o de crítica más o menos elaborada de estas ideas dominantes a cargo de sectores marginados o subalternos. Esta hipótesis de trabajo ha sido aplicada por Dolores Juliano a la interpretación del cuento maravilloso al relacionarlo con la subcultura femenina, y a ello nos referiremos en este artículo.

El cuento maravilloso es, como decíamos, un género de transmisión oral, vinculado generalmente a la vida doméstica y narrado al calor del hogar. Son habitualmente las mujeres las encargadas de esta transmisión, al contrario de otros géneros, como la épica, de tradición juglaresca; de suerte que, inevitablemente, las mujeres han dejado en las narraciones una impronta que refleja su particular visión de la realidad y que Dolores Juliano analiza como una visión crítica o de resistencia a los modelos dominantes. Esta visión pudo haber sido tamizada por los folcloristas, casi siempre hombres, pero persisten en ella huellas indelebles de la subcultura femenina, tanto en los personajes y en la trama como en las descripciones detalladas de la vida cotidiana y de ambiente hogareño.

Dice Juliano: «... los cuentos infantiles son el único tipo de relato de nuestra cultura en el que se encuentra una imagen de “hombre objeto”, entendiendo por tal el que es válido principalmente por elementos (físicos o de estatus) utilizables por la protagonista, prescindiendo de sus condiciones individuales. Me refiero a la multitud de guapos príncipes que las heroínas reciben como premio a sus desvelos».

Señala también Juliano que en los cuentos tradicionales los protagonistas son mayoritariamente mujeres o bien hombres que de alguna manera se relacionan más con las tareas o estereotipos femeninos como sastres, cocineros… o que presentan características físicas semejantes a las que se atribuyen a las mujeres: seres pequeños y débiles: «El mensaje más frecuentemente emitido por el cuento tradicional era un relato protagonizado por personajes débiles: mujeres, niños y niñas, enanos o gatos, que ganaban (por ser más astutos) a adversarios fuertes pero menos inteligentes: ogros, gigantes, reyes o demonios».

Si repasamos los cuentos más populares y leídos por generaciones infantiles podemos comprobar estas hipótesis. De género femenino son las protagonistas y heroínas de Caperucita Roja, Blancanieves, La bella durmiente, La Cenicienta, Barba Azul, La Bella y la Bestia o La Sirenita. En cuanto a los personajes masculinos, se apartan claramente de los estereotipos del héroe épico: valiente, apuesto que vence los obstáculos por medio de las armas; pensemos en Pulgarcito, en el sastrecillo valiente o en el flautista de Hamelin, quienes vencen las dificultades y triunfan por medio del ingenio y sin recurrir en ningún caso a la violencia. Y qué decir del Gato con Botas que con su astucia salva y ennoblece a su inútil amo, el supuesto marqués de Carabás.

Por el contrario, los héroes clásicos, como los príncipes o los guerreros, demuestran bastante incompetencia. En Caperucita Roja, el cazador, que por cierto no aparece en la versión de Perrault, llega escandalosamente tarde, cuando el lobo ya ha tenido su banquete; en Blancanieves, los verdaderos protagonistas masculinos son los enanitos, que protegen a la joven y la mantienen con su trabajo, mientras que el príncipe aparece cuando la joven ya ha fallecido y ésta vuelve a la vida por casualidad, sin ningún mérito por parte del famoso príncipe, porque los portadores del ataúd tropiezan y la manzana envenenada cae de la boca de Blancanieves. El príncipe de La bella durmiente tarda cien años en llegar, lo que hace exclamar a la princesa, quizá con cierta sorna:

—¿Sois vos, príncipe mío? ¡Os habéis hecho esperar mucho tiempo¡

Los personajes dotados de autoridad, los reyes o los padres (y también las madres, convertidas en muchas versiones en madrastras) tampoco responden a las expectativas: o brillan por su ausencia o despego (en La Cenicienta o en Blancanieves) o son crueles con sus hijos y los abandonan (Pulgarcito, Hansel y Gretel...) La compasión se alberga más bien en los corazones de personajes humildes, como el mayordomo de La bella durmiente o el cazador de Blancanieves, e incluso la Ogresa, del cuento de Pulgarcito, a pesar de que su compasión se ve despiadadamente correspondida por nuestro héroe.

La sexualidad impregna muchos de los cuentos, aunque en las versiones recogidas por los folcloristas aparece atenuada y con frecuencia insinuada con cierto humor. Véase la conclusión de la boda de “la bella durmiente”: «... la dama de honor corrió la cortina; durmieron poco: la princesa no lo necesitaba mucho...» (¡Ya había dormido cien años¡). El sexo aparece en diversas narraciones como peligro y amenaza para las mujeres en forma de incesto, de acoso o de violación. Tres buenos ejemplos los tenemos en Piel de Asno, en Barba Azul y en Caperucita Roja. En el primer caso, el Rey, al quedar viudo, quiere casarse con su propia hija, que tiene que huir de palacio disfrazada con una piel de asno. En el segundo relato, es imposible no ver a Barba Azul como el prototipo de esposo maltratador cuya violencia le lleva a asesinar no a una, sino a siete esposas por no cumplir su voluntad. El cuento de Caperucita puede fácilmente interpretarse como una brutal violación. Véase el revelador desenlace en la versión de Perrault:

«Caperucita roja se desnudó y fue a meterse en la cama, donde se quedó muy sorprendida al ver cómo era su abuela en camisón. Le dijo:

—¡Abuelita, qué brazos más grandes tienes!

—Son para abrazarte mejor, hija mía.

—¡Abuelita, qué orejas más grandes tienes!

—Son para oírte mejor, hija mía.

—¡Abuelita, qué ojos más grandes tienes!

—Son para verte mejor, hija mía.

—¡Abuelita, qué dientes más grandes tienes!

—¡Son para comerte!

Y diciendo estas palabras, el malvado lobo se arrojó sobre Caperucita y se la comió».

En una cultura patriarcal, se han interpretado estos cuentos como advertencias dirigidas a las jóvenes para que no desobedezcan a sus madres (Caperucita) o para que repriman su curiosidad (Barba Azul). Creo que son interpretaciones erróneas: en la Caperucita de Perrault, ni siquiera aparece la advertencia de la madre, y en Barba Azul, la infracción de la esposa es nimia comparada con el terrible castigo. Parece más acertada la interpretación de una protesta o denuncia en boca de las mujeres ante determinados casos de brutalidad masculina. Pero la buena literatura pervive precisamente por su carácter polisémico y es responsabilidad del lector enfrentarse al texto y disfrutarlo. Esto pueden hacer hoy todavía los niños y los adultos con ese legado que supone el cuento maravilloso, aun a costa de infringir el pensamiento políticamente correcto.

Paloma Uría (en Página Abierta)

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