jueves, 14 de octubre de 2010

LAS ÚLTIMAS HORAS DE COMPANYS

La próxima madrugada hará 70 años que el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, era ejecutado en el foso de Santa Eulàlia, en el castillo de Montjuïc, en cumplimiento de la condena a muerte "por rebelión militar" a que fue sentenciado el día anterior por un tribunal militar, en consejo sumarísimo de guerra que apenas duró una hora. El líder de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) murió, según él dejó escrito, "sin una pizca de rencor".

Las últimas horas del presidente Companys son un ejemplo de dignidad, al margen de los desaciertos que como político y gobernante cometió durante sus seis años como presidente de la Generalitat, en unos tiempos convulsos y como responsable, él también, de una guerra que no quiso pero que tampoco evitó.

Aquella dignidad y la forma en que los vencedores le sometieron a juicio injusto y, por tanto, a una condena injusta, han elevado a Companys a la categoría de héroe, más allá de las críticas que mereció como gobernante.

Ramón Serrano Súñer, cuñado de Franco y número dos del régimen en los primeros cuarenta, admitió 40 años después que las condenas por "rebelión militar" contra los dirigentes de la República fueron un error y un absurdo "dado que éstos –jurídica y hasta metafísicamente– era imposible que los cometieran".

Lluís Nicolau d'Olwer, político catalán e intelectual solvente, recuerda en sus memorias que "de toda la trayectoria de Lluís Companys, una sola imagen, desgarradora, imborrable, quedará en la memoria de nuestro pueblo: la de un hombre que cerca de la sesentena, gris el pelo, brillantes los ojos que no se ha dejado tapar, descalzo para aferrar los pies a la tierra solariega, cae fusilado en Montjuïc, gritando –como un último grito de amor, de esperanza y de fe– Visca Catalunya!" (de hecho, según se sabe, gritó "Per Catalunya!"). Para Manuel Tarín Iglesias, al que le fue conmutada la pena de muerte a la que había sido condenado por la República, y que asistió como periodista al consejo de guerra, afirma en sus memorias: "Me impresionaron su resignación y serenidad".

Efectivamente, según documenta Josep Benet en El president Companys, afusellat (Edicions 62/2005), antes de dictar sentencia, el presidente del tribunal cedió la palabra al reo, quien dijo: "Ustedes no tienen la culpa de mi muerte (…) que ha pesado sobre ustedes una coacción tremenda coartando su espíritu de justicia".

Y añadió que si se le condenaba a muerte, "moriré sereno y muy tranquilo por mis ideales…, ¡ah!, y sin una sombra de rencor". La noticia de la condena de Companys fue vetada por la censura.

Aprobada la sentencia con el "enterado" del capitán general, Luis Orgaz, fue notificada a Companys, que entró en capilla. El defensor, el capitán Ramon de Colubí, que intentó lo imposible para que el presidente no fuera condenado a muerte, mandó un telegrama urgente al general Franco pidiendo el indulto, solicitud que no obtuvo respuesta alguna. Después fue a casa de las hermanas de Companys, Ramona, Neus y Maria de l'Alba, que esperaban ansiosas noticias del juicio y les prometió que gestionaría un "pase" para que pudieran despedirse de su hermano, mientras el marido de la última, Ramon Puig, fue a gestionar la adquisición de un nicho en el cementerio de Montjuïc.

A la caída de la tarde, las tres hermanas se personaron en el castillo para intentar ver al president. Ramona escribe en su diario: "Ens diuen que les ordres son severíssimes i per tant no podem veure el meu germà més que des de la finestra, a tres metres de distància. El pobre màrtir veig que la té mig oberta i crec que estava escrivint. Jo crido "Lluís". Al sentir la meva veu obre la finestra de bat a bat i diu: "Qué voltes nena en aquestes hores per aquí dalt, no veus que no passa res, si em matessin estaria ja en capella". Aleshores un dels militars diu "després ja li llegiran la sentència". "Està bé, contesta ell, però jo creia que abans em posarien en capella". Estava fora de mi, i vaig protestar de que no poguéssim abraçar per darrera vegada el meu germà".

Las hermanas acudieron al juez militar, Ramon de Puig, el cual les concedió permiso para abrazar a su hermano, con el que estuvieron tres horas, hasta la una de la madrugada. Ramona escribe: "Entraren les meves germanes més mortes que vives, però en èsser dins i veure la seva placidesa i serenitat s'aconsolaren una mica. En Lluís estava més content que mai i deia que la seva més gran tristesa era no haver pogut fer més bé, el no haver pogut alleugerir els sofriments del poble".

Su hermano Manuel escribió a la hija de Companys, Maria, que estaba en México: "La pena que l'entristí fins al darrer moment és la sort del Lluïset (su hijo, enfermo y perdido en Francia), que llavors encara no sabíem on era. La Ramona va tranquil·litzar-lo dient-li una piadosa mentida de que l'havien trobat". Unos días más tarde, encontrarían al enfermoen una clínica de Limoges, pero para entonces Companys ya había sido ejecutado. Manuel sigue contando a Maria: "El president es manté serè. No sent ressentiment envers ningú, i així, quan una de les germanes, desesperada, acusa de botxins els que l'anaven a afusellar, ell la feia callar". Ramona escribe en su diario que Companys les pidió que no admitieran pésames. "Moro pels meus ideals i per Catalunya…".

Una vez las hermanas abandonaron el recinto, Companys fue visitado por el padre castrense, Josep Maria Planes, i un jesuita, probablemente Isidre Griful. Companys habló largamente con ellos y después pidió que le dejaran reflexionar. Finalmente, aceptó el auxilio espiritual del jesuita. Después de confesarse, asistió a misa, en la que actuó de ayudante, y comulgó. Acto seguido pidió pan y chocolate de Agramunt y tomó dos copas de coñac.

La hora de la ejecución estaba señalada para las seis de la mañana, aunque hubo que demorarla para esperar a que amaneciera.

La espera la pasó Companys en el patio de armas del castillo, paseando y fumando. Cuandoempezó a clarear, fue el propio reo quien dijo "Vamos ya…", sin inmutarse. La comitiva se puso en marcha. Un soldado la precedía con una cruz alzada. Otros dos soldados iluminaban el camino con dos potentes focos de gasolina. Les seguía el presidente Lluís Companys fumando un cigarrillo acompañado de los dos sacerdotes y del defensor y, finalmente, el juez militar, el gobernador del castillo y algunas otras personas.

El descenso hasta el foso de Santa Eulàlia se hizo lentamente, en un silencio total, impresionante. Al llegar al foso de ejecución, Companys habló animadamente con los sacerdotes e incluso se le vio sonreír. Después se abrazó a su defensor, Josep Maria de Colubí, a quien regaló los gemelos de oro que portaba, y con paso decidido se dirigió al muro.

El piquete estaba formado por soldados de infantería, comandados por un teniente provisional, muy joven, escogido al azar. Éste se acercó al presidente para vendarle los ojos y situarlo de espaldas al piquete. De forma sobria y sin articular palabra, rehusó la venda y se mantuvo de cara al piquete, a tan sólo seis metros.

En la tenue luz de aquella madrugada del 15 de octubre de 1940, según narra Josep Benet en el libro referido, destacaban las zapatillas de ropa blanca que calzaba Companys y el pañuelo, también blanco que llevaba, como siempre, en el bolsillo superior de la chaqueta. En el momento de la descarga, gritó con firmeza y claramente "Per Catalunya…".Companys cayó malherido y el oficial, a quien le temblaba el pulso, se acercó para dispararle el tiro de gracia. Tuvo que repetir el disparo y después de comprobar que había muerto, recogió el pañuelo blanco que estaba empapado en sangre para quedárselo. Un oficial de la guardia civil, el capitán Gonzalo Fernández Valdés, agente de los servicios militares de información, le denunció y tuvo que devolver el pañuelo. El forense Luis María Callis Farriol, certificó su defunción. Eran las 6.30 de la mañana y Companys tenía 58 años.

Ramona escribe en su diario que recibió el cadáver para enterrarlo después de decirles a los militares presentes: "Heu matat un home bo i honrat". De Lluís Companys dice que "estava molt bé, amb aquella faç somrient, formosa, que semblava una estàtua jacent".

En la lápida, las autoridades franquistas no dejaron inscribir su nombre ni referencia alguna. Pero durante la dictadura manos anónimas dejaban un ramo de flores con un lazo con la bandera catalana.

Josep Maria Sòria (La Vanguardia - 14 Octubre 2010)

No hay comentarios: